Es una sensación rara. Tengo 27 años y me considero feminista desde no hace más de 6 o 7. A pesar de eso, ya estoy acostumbrada a los embates. A que me digan que sigo una moda, a que no lo estoy pensando bien, que “se me va a pasar cuando crezca”, que asuman que soy lesbiana, que me exijan perfección, que me ninguneen, que la policía persiga a compañeras, que no nos “den” lo que reclamamos.

Estoy acostumbrada a tener que pensar nuevas estrategias constantemente para hacer entender lo que quiero decir. Siempre me han acusado de agresiva, de poco comprensiva y eso parece ser excusa suficiente para que las feministas seamos unas locas cualquieras, peleando por cosas anti-naturales y de las peores maneras. A eso suelo responder que yo no tengo que ser el placer de nadie, ni hablar bonito para que me escuches, por fis. Pero claro que a veces quiero que me escuchen; a veces quiero que no se cierren a mis comentarios por cómo los digo o cómo me “presento” porque a veces creo que tengo cosas para decir y, como lo último que pierdo es la necia esperanza en la humanidad, también, a veces creo que, si tan solo pudiera decir algo que le resuene a una persona, ya estaría cambiando un poco el mundo. Porque esa persona no es mala, sólo es privilegiada y nunca escuchó bien lo que queremos decir.

Pero los años hacen mella en cualquiera. ¿O son los repetitivos comentarios hirientes? No, lo que hace mella es la apatía y el desdén de las personas que transitan la vida sin entender realidades ajenas a ellxs mismxs. Duele entender que el mundo está más habitado por los que tienen más prejuicios que años de vida. Y que lamentablemente, esxs suelen ser los que toman decisiones o los que tienen más poder y más plata que tú. Duele, si. Cansa y hace daño. Pero ese cansancio jamás lo vamos a convertir en derrota. Porque efectivamente, duele más saber que tal vez mañana tu mejor amiga ya no está más; o que pasado mañana, tu novio, tu compañero o tu hermano puede abusar de ti y seguir campante con su vida mientras que la tuya jamás va a ser la misma.

La prueba clarísima de que a pesar del cansancio, las ganas pueden más fue el pasado 29 de diciembre o, mejor dicho, 30, cuando en el Senado se aprobó la ley de interrupción VOLUNTARIA del embarazo. Sí, con mayúsculas. Gracias a décadas de lucha de aquellas locas cualquieras, en un par de años, unx adolescente no va a cuestionar ese derecho que a nosotras tanto nos costó. Esa persona, se va a criar en un país que, a pesar de sus problemas, no cuestiona la voluntad de cada ser humano a decidir sobre su propio cuerpo. Va a vivir en un país con más madres y padres por amor, que deseen y amen a sus hijxs como todxs nos lo merecemos. Porque crecer en una casa amorosa y sentirse acompañadx también es un privilegio que hoy no todxs tenemos.

Entonces, sí. Es rara la sensación de que ahora la ley nos protege, en vez de perseguirnos. Es raro saber que vivo en una sociedad un poco menos punitivista y le deseo esta rareza a todxs lxs feministas latinoamericanxs que año tras año luchan porque el mundo nos escuche, pero sobretodo, porque sea un lugar más abierto e inclusivo. Lxs que están en la primera fila de batalla, negociando leyes, acompañando a mujeres y LGTBQ  abusadxs, peleando con médicos que no cumplen las leyes y un larguísimo etcétera que no puedo soñar con abarcar. A esxs, les dedico mi pequeño granito de arena en el movimiento y les agradezco siempre, porque es gracias a ellxs que yo hoy puedo votar, trabajar, relacionarme como quiero, salir a la calle, con miedo, pero sabiendo que alguien va a pelear por mi, que no camino sola.

No soy partidaria de romantizar movimientos sociales, pero un poco de épica me permito, en nombre de todas las que ya no están porque no alcanzaron a sentir esa sensación rara de entender que el Estado está un poquito más de su lado.

Llegamos hasta acá, si. Pero no es tiempo de descansar. Ahora tenemos que continuar con los ojos bien abiertos porque para los antiderechos la sensación rara es que los demás puedan decidir; lo raro es que lxs demás seamos sus iguales, y están dispuestos a hacer muchísimo para volver a su “estado normal de cosas”.

Tenemos que continuar la organización que nos demostró que ningún espacio es inconquistable; la unión que nos dio tanta nafta para seguir prendiendo el fuego; la conciencia activa para continuar el cuestionamiento y la creatividad para seguir armando anti-hegemonía de formas que sigan resquebrajando el orden normal de las cosas.

No dejes de luchar.

*Venezolana. Licenciada en Ciencia Política, UBA. Docente de la UBA en la materia Análisis del discurso de las izquierdas argentinas en la Facultad de Sociales. Grupo de Estudios sobre Marxismo e Historia Argentina en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Grupo de Investigación Feminismo y Política, UBA. Twitter: @deangelisas