Cuando en 2016 la legislatura bonaerense aprobó la ley de paridad de género para la composición de las listas de cargos electivos provinciales, dio el puntapié inicial para el resto de los distritos con sistemas electorales proporcionales para la integración de su(s) Cámara(s), incluso a nivel nacional. No mucho después, en una jugada legislativa cargada de anécdotas, una madrugada de debate en el Congreso Nacional un grupo de legisladoras logró la sanción de la misma propuesta para la composición de las listas de cargos electivos a nivel nacional. Durante los meses que precedieron la definición del futuro de estas medidas, ríos de tinta corrieron tanto a favor como en contra de obligar a los partidos políticos a componer su oferta electoral de manera equitativa en relación al género.

También se escribió después de sancionadas estas leyes – celebrando o denostándolas – en relación al rol y la importancia de la inclusión de las mujeres en la política. Que si eran las hijas o las esposas de alguien, que si estaban o no capacitadas, que si la paridad en realidad abría la puerta para la segregación. Los hombres políticos, la némesis de estas mujeres, claramente habían nacido de repollos, no eran los maridos de nadie, y su capacidad estaba determinada por su sola condición genérica – pues es una verdad universal que los hombres son capaces y las mujeres hacemos lo que podemos. Entonces y con esta premisa, resultaría válido preguntarse cuál es el rol que cumplimos las mujeres en la política. “Las mujeres”, como si fueramos un grupo escindido de la ciudadanía.

Sobre Mujeres, Hombres y Política

Pero en realidad no somos las mujeres un grupo escindido de la ciudadanía. Conquistamos el derecho al voto en el año 1947 y Argentina fue pionera en la legislación de equidad de género al introducir la Ley de Cupo Femenino en 1991. Y este refuerzo institucional – que también obligaba a los partidos políticos a poner a las hijas de, a las esposas de, a las incapaces en las listas – demostró en aquel momento que la inclusión genera beneficios. No sólo para las mujeres, sino para la ciudadanía en su conjunto.

Las mujeres no legislan sólo para las mujeres, no gobiernan sólo para ellas. Las mujeres políticas representan. Representan a su electorado, igual que los hombres. Y en ejercicio de esa representación, mujeres (y hombres también, a veces vale la pena aclararlo) sancionaron, entre otras,  las leyes de paridad tanto a nivel provincial como a nivel nacional. No por capricho ni por gusto, sino porque comprendieron que los refuerzos institucionales de este tipo redundan en la construcción de una cultura ciudadana más igualitaria y justa.

Tanto más justa e igualitaria, que desde que las mujeres han tenido más espacio en los ámbitos políticos, las agendas se han diversificado y han comenzado a tocar temáticas relevantes que hasta su llegada estaban relegadas. Algunas de ellas sin duda vinculadas con el género, como la Ley Brisa. Y otras tantas no, como el proyecto de Ley de Fondo Federal para la Infraestructura, un proyecto que no tiene que ver con el género y es firmado sólo por mujeres. Porque como representantes, otra vez, las mujeres y los hombres toman las demandas de su electorado y las traducen en políticas, en acciones del Estado.

El rol de la mujer en la política es el mismo que el del hombre en la política. Y este 2019, cuando por fin se ponga en acto la paridad en las listas tanto en la provincia como a nivel nacional, habremos avanzado un paso más en dejar de preguntarnos cuál es el rol de un género en la política y empezar a preguntarnos cuál es el rol de nuestros representantes, sin distinción.     

*Doctora en Ciencia Política. Profesora UBA