La industrialización textil en la Argentina data de la década del 30, cuando ante la crisis mundial el país debió transitar un obligado pero saludable proceso de industrialización por sustituciones. Hasta entonces, el país se destacaba como un productor de materias primas y exportador de lanas. 

El incremento de la fabricación textil fue constante, sin embargo el mayor impulso se debio a la llegada del peronismo, a partir de una política estatal de desarrollo del mercado interno y la industria nacional, de neto corte keynesiano.

Tanto es así que los planes de financiamiento ocuparon un lugar central en el llamado "Primer Plan Quinquenal", que con el IAPI como instrumento derivaba recursos del agro a la industria. Al tiempo que, el mercado interno y la demanda se fortalecían por la clase obrera mejor asalariada en términos regionales; convertida en consumidora de lo nacional.

Era un juego, a pesar de sus limitaciones estructurales (el famoso cuello de botella la falta de divisas), de retroalimentación, en la que crecía el empleo y se distribuía la riqueza.

Tras el Golpe del 55, el sector sufrió una crisis, signada por el estancamiento y la desocupación. Con la llegada de la dictadura cívico-militar, se vivió el peor momento de la industria nacional en general, y textil en particular, marcado por la invasión de productos del extranjero y una población asalariada muy golpeada por la política económica.

Durante el modelo de valorización financiera se tendió a la concentración del capital en la economía, y la textil no fue la excepción. Fue la época en donde la producción fue hegemonizada por las grandes empresas, únicas capaces de capear la tormenta.

El menemismo profundizó estas tendencias. Con una política de apertura económica indiscriminada, falta de protección a la industria nacional y un peso sobrevaluado, en la década de los 90 tuvo lugar la mayor destrucción registrada del sector, la cual se caracterizó por la desaparición de empresas grandes, los concursos preventivos, las quiebras y los despidos masivos de personal.

El paso del neoliberalismo dejó a los textiles fuertemente atomizados. La producción textil pasó de concentrarse en grandes fábricas, a largas cadenas productivas dispersas en empresas pequeñas, talleres y trabajo doméstico; con altos índices de trabajo ilegal e indocumentado.

Sobre esta base, durante el ciclo kirchnerista el sector atravesó la recuperación a través de una renovada apuesta por el mercado interno y una política económica de promoción industrial, basada fundamentalmente en el control de las importaciones y el otorgamiento de beneficios a la exportación. Aunque dicha política contó con distintos momentos de menor o mayor grado de eficacia, es innegable que el sector registró en el período 2003-2015 un histórico crecimiento, acompañado por inversiones y modernización en la cadena productiva.

Con la llegada de Mauricio Macri al Gobierno la política industrial cambia notoriamente. En materia aduanera, se concretó una flexibilización como demandaba el sector empresarial, que derivó en la llegada de grandes containers con productos extranjeros. Esto fue fruto de la aprobación de todas las DJAI acumuladas previamente y una nueva administración, el SIMI, en la práctica más favorable a los grandes importadores.

A esto se adiciona la baja del consumo debido de la pérdida del poder adquisitivo de los asalariados. Según un informe realizado por CAME, las ventas en el rubro textil cayeron ininterrumpidamente y en el orden del 10% en apenas un año.

Producto de su historia, la industria textil nacional se encuentra hoy en día al servicio de grandes marcas, y atomizada en unidades productivas más bien pequeñas. Estas marcas, en su mayoría internacionales, no están interesadas en el desarrollo de la industria nacional, sino en la maximización de ganancias. Durante el kirchnerismo, sin embargo, debieron recurrir a producir adentro lo que hubieran querido traer de afuera. El macrismo produjo la reversión de este proceso.

Ante el cambio de panorama e incentivos, la primera respuesta de los productores nacionales fue seguir produciendo, lo que llevó a un aumento en el stock que, al no cambiar las condiciones macroeconómicas, finalmente derivó en que las industrias debieran discontinuar su producción, suspender y reducir personal.

Según el último relevamiento realizado desde el CEPA, la industria textil en poco más de un año ha expulsado a 3.927 trabajadores y suspendido a 12.050, siendo la quinta rama dentro de la industria en despidos y la primera en cantidad de suspensiones.

Los textiles se orientan a esperar, vía suspensiones y adelantos de vacaciones. Las empresas cuentan con suspensiones que, en muchos casos, exceden los márgenes de la ley laboral, mientras acumulan deuda impositiva y de la seguridad social.

Según el EMI-NDEC- la producción industrial ha bajado en relación al mismo mes del año anterior en un 6%. Y al interior de ese número se observa que la textil es la rama más afectada con una baja del 22,5%.

Considerando que, de manera ininterrumpida desde diciembre de 2015, la producción ha disminuido, las importaciones aumentado y el consumo disminuido, toda pareciera indicar que las condiciones para el desarrollo de los textiles se han vuelto inviables. Y, de mantenerse la tendencia, es esperable que la destrucción de la industria textil se profundice y la expulsión de sus trabajadores agudice la ya crítica situación social del Gobierno de Macri.