Argentina es hoy uno de los pocos países de la región que atraviesa una transición gubernamental de forma ordenada en un contexto de crisis política, social y económica generalizado.  A diferencia de Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia, o en otro sentido Perú, nuestra sociedad supo dirimir sus disputas y tensiones por el modelo de acumulación y distribución de riqueza, y por la forma de construcción de los consensos políticos, aún de forma parcial, dentro de los márgenes del juego electoral democrático.

La base de sustentación del Frente de Todxs, en nombre de la unidad contra el neoliberalismo, ha sabido zurcir una red de organizaciones políticas y sociales que desde diferentes identidades, prácticas y trayectorias se aglutinaron detrás de una alianza electoral pero también detrás de un proyecto político, siempre imperfecto, contradictorio y en tensión, pero proyecto al fin. El liderazgo de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner es uno de los principales elementos explicativos de la unidad. El trabajo de construcción colectiva del programa de gobierno como fue la experiencia de los “equipos técnicos” durante la campaña, así como la presencia y capilaridad garantizada por los diferentes espacios de organizaciones de trabajadores, intelectuales, feministas, organizaciones de la economía popular, religiosos, entre otros, son otras posibles explicaciones. Sin embargo, hasta acá, no hay grandes diferencias con los procesos democráticos de cualquier parte del mundo.

La principal diferencia con nuestros vecinos es que en Argentina tenemos una fuerza política, plural y heterogénea, con la legitimidad que le otorga la historia del peronismo y las luchas populares, que genera expectativas en una mayoría importante de nuestra sociedad. Y esta expectativa esta basada en la promesa electoral de desandar el camino del tardo neoliberalismo impulsado por la gestión Macri. Esta promesa fundacional funge de aglutinador y de faro para una multiplicidad de actores y actrices sociales y políticas que esperan encontrar en el nuevo gobierno una esperanza. Sin embargo, la consigna “neoliberalismo nunca más” condensa diferentes significados y demandas, muchas veces contradictorias entre sí, dependiendo el actor político y los intereses económicos que represente.

La recesión económica, la baja del consumo, el hambre, la informalidad y el endeudamiento de los sectores populares y medios, así como la violencia de género y la discriminación de una parte de la sociedad, completan el panorama que tiene a la desigualdad, de todos los tipos y colores como el principal tema de agenda. El nuevo gobierno supo leer e interpretar este escenario tanto en términos de la agenda impulsada como con las alianzas construidas para la gestión, lo cual materializa y fortalece la gobernabilidad futura. La incorporación de los movimientos de la economía popular a la gestión de la cuestión social, y la creación del Ministerio de las mujeres, la equidad y la diversidad, con la incorporación de un amplio abanico de organizaciones feministas y LGTBQI+, así como de organizaciones de derechos humanos en diferentes espacios de la administración de políticas es un de los elementos más alentadores de la nueva gestión. La profundización de la institucionalización de los actores de la economía popular en la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) es potencialmente un proceso de articulación y organización estratégico para la relación con el Estado y sus posibilidades de inserción productiva en el mercado. La reincorporación de derechos como la salud, la educación, la cultura, la protección social y el trabajo entre otros, junto con la decisión gubernamental de promover políticas que cierren la brecha de la desigualdad estructural, es otro de los elementos que permiten soñar con la promesa de “neoliberalismo nunca más”.

Una crisis ordenada
primus inter pares

*Doctora en Ciencias Sociales UBA - Docente Investigadora Área Estado y Políticas Públicas - FLACSO Argentina