A principios de este mes Facebook admitió que un fallo en su algoritmo permitió la filtración de millones de noticias falsas a un alto porcentaje de sus usuarios. En las últimas horas Elon Musk compró Twitter por la friolera de 44 mil millones de dólares y ya hicieron trascender que pretenden aplicar un nuevo sistema de “algoritmo abierto” para la popular red social. A nivel local, hace pocos días se supo que una parte de la estrategia de defensa de Cositorto, principal imputado por la presunta estafa piramidal de Generación Zoe, sería culpar al algoritmo que predecía las posibilidades de devolución del dinero. Pero bien: ¿qué es un algoritmo informático?, ¿para qué se usan en el mundo de los negocios y la política?,¿de quién es realmente la culpa cuando fallan?

Cuando en este contexto se hace referencia a un algoritmo informático, en criollo de lo que se está hablando es de un programa de computación diseñado para resolver ecuaciones que involucran a decenas de millones de datos y que son capaces de tomar decisiones, en algunos casos vitales, en cuestión de segundos.

Estas decisiones pueden ser, por ejemplo, mostrarnos el mejor resultado acorde a nuestros gustos como lo hace el algoritmo de Google cada vez que buscamos algo. O definir a cual repartidor le otorga un viaje o a cual otro se lo sanciona dejándolo un tiempo sin trabajo, como lo hacen los algoritmos de Ubber, Rappi o similares. En casos menos populares los algoritmos son diseñados para predecir desde embotellamientos de tráfico hasta comportamientos de sistemas financieros.

Tweet de Sebastián Lorenzo

Cuando la programación de estos algoritmos es lo suficientemente sofisticada como para que el propio algoritmo detecte posibles mejoras en su sistema y las ejecute en forma total o parcial, entonces podemos decir que además esos son “algoritmos inteligentes” y entonces estamos frente a procesos conocidos como Inteligencia Artificial. Estos algoritmos “crecen solos”, por definirlo en forma elemental, y de alguna manera son rivales capaces de suplantar gradualmente a personas físicas en muchísimos de los oficios y profesiones que actualmente conocemos.

Hace algunos años era muy difícil retener palabras como Facebook, Google, WhatsApp o YouTube y sin embargo hoy forman parte de nuestro lenguaje cotidiano. Está llegando una nueva etapa de Internet, muy pronto la tecnología 5G permitirá conexiones mucho más veloces y de su mano muchos sitios web y plataformas se transformarán en metaversos tridimensionales, el mundo de los videojuegos crecerá exponencialmente y las reuniones de trabajo podrán realizarse en oficinas virtuales con avatares y hologramas como contrapartes.

Tweet de Sebastián Lorenzo

Al mismo tiempo, producto de la pandemia COVID-19, nuestra sociedad reforzó lazos con conductas que antes eran marginales como el teletrabajo o la educación a distancia y de la mano de estos procesos se hicieron sumamente sofisticados y eficientes las apps de delivery y los envíos express de las diferentes empresas de encomiendas postales, asociados ahora casi exclusivamente a populares plataformas de venta online.

No fui yo, fue mi algoritmo

Y atrás de este fascinante mundo digital vienen también los algoritmos más sofisticados e inteligentes. ¿Cuánto tiempo puede faltar para que “la gente” solicite a sus legisladores que reemplacen asesores por algoritmos más efectivos y económicos que un profesional graduado en una universidad?¿A cuánto estamos de una posible uberización en los sistemas jurídicos? Al fin y al cabo un algoritmo correctamente programado ¿no podría ser más rápido, objetivo y “justo” que un juez humano?¿Serían más rápidos los asesores humanos de un presidente que posibles algoritmos a la hora de acercar información certera para la toma de decisiones?

Bien, no es tan fácil. Porque un algoritmo es un programa que más inteligente o menos inteligente, fue concebido por humanos. Para ir a un ejemplo concreto, digamos que un algoritmo podría ser programado hoy para actuar en forma corrupta dentro de 5 o 10 años y entonces: ¿De quién sería la culpa de los daños que ocasione?. Tampoco es fácil resolver esta última pregunta, nos enfrentamos a situaciones en las que los algoritmos pueden ser desarrollados en un país, alojados en servidores en otro, financiados por capitales transnacionales y finalmente ser ejecutados en todo el planeta al mismo tiempo.

Los algoritmos son herramientas y como tal pueden ser usados para el bien o para el mal, para redistribuir o para concentrar, para generar paz o para impulsar guerras. Resta ver si nuestros gobernantes y dirigentes pueden estar a la altura de estos enigmas en los tiempos venideros. Y por mucho que les pese a Zuckerberg o a los generosos empresarios de Generación Zoe, habrá que explicarles que no se le puede echar la culpa de las fake news o de una estafa piramidal a un algoritmo, porque sería lo mismo que decir que el culpable de un asalto es el revólver o la motocicleta que transportaba a los ladrones.