Cuando Valeria Ávalos llegó el pasado 29 de abril a su puesto de trabajo, en la sucursal del supermercado Disco ubicada en Avenida Rivadavia 4905, la esperaba un escribano para notificarla de su despido. Ella había anunciado vía telegrama al Sindicato de Empleados de Comercio (SEC) sobre su postulación como delegada el viernes anterior, la comunicación llegó al edificio donde todavía manda Armando Cavalieri a las 14 del lunes y fue remitida a las 14:15 a la tienda comercial.

La historia había comenzado en 2007, dos meses después del ingreso de Valeria como cajera en la sucursal emplazada en la esquina de Uriburu y Arenales. Según el testimonio de la trabajadora, el por entonces auxiliar de caja del turno tarde, Sebastián Amador, respondió de forma agresiva y con imprecaciones sexuales ante su solicitud de permiso para ir al baño. “Callate la boca porque, si no, te voy a llevar al fondo, te voy a poner en cuatro y te meto el escobillón en el culo”, le habría dicho el empleado.

Aunque le hervía la sangre, Ávalos retrucó que le contaría a la supervisora si repetía ese tipo de comentarios. “Hasta que un día encontramos a una compañera que estaba llorando en el baño”, rememora en declaraciones a Diagonales. A medida que ese testimonio cobraba densidad, las mujeres del comercio se percataron que la mayoría de ellas había recibido el mismo trato de parte de Amador.

Lo primero que hizo Ávalos, con el apoyo de sus compañeras, fue elevar una nota a la Gerencia pero no obtuvieron respuesta favorable. Más tarde, se dirigieron al área de Recursos Humanos, a cargo en aquel momento de la licenciada Natalia Corvalán, pero tampoco les creyeron. El único atisbo de reacción de Disco fue cambiarle el turno de trabajo al acosador e, inmediatamente, los responsables de la firma dispusieron el inicio de hostilidades contra las trabajadoras. “No nos dejaban tomar agua o ir al baño y las supervisoras tenían un cuaderno en el que planificaban el maltrato hacia las que habíamos denunciado acoso”, narra Ávalos, que confiesa haber movido cielo y tierra en busca de ayuda pero lo máximo que le decían era que pidiera licencia psiquiátrica.

Demasiado sindicalista

Ante las puertas que se le cerraban en la cara, la víctima se presentó en la Secretaría de la Mujer. Y ya en 2011, realizó una denuncia en la Oficina de Violencia Laboral, aunque Disco negaría todo cuando desde el Estado intentaran el primer abordaje del caso.

Sin demasiadas esperanzas, Ávalos también había clamado por su sindicato. Se encontró con que hasta los delegados de base la consideraban “quilombera” y “conflictiva”.

En febrero de 2015, la echaron sin causa y, por ese motivo, debieron reincorporarla dos meses después. De todas formas, la cambiaron a la sucursal donde trabajó hasta hace 10 días. Allí se topó con otro supervisor, Diego Verón, que le decía que tenía sueños eróticos con ella. Harta de ese derrotero interminable, presentó una denuncia judicial y la firma pergeñó la forma de enhebrar causales de despido, lo que entre las góndolas llaman “causa con negligencia” y va desde faltantes de caja por error hasta sustracción de mercaderías.

Este medio accedió al intercambio epistolar electrónico que mantuvieron Corvalán y el gerente de la sucursal 30, Luis Marcelo Aguiar, el domingo 6 de noviembre de 2016 a las 12:31. En esa misiva digital, cuyo asunto reza “Valeria Ávalos. – Sm030 Rivadavia” y están copiados Francisco Ruiz, María Florencia Bravo y Edgardo Etcheverri, Aguiar acusa a Ávalos de robarse dos bandejas de facturas surtidas por valor de 83,88 pesos pero no se exime de adjetivarla: “recuerdo que la cajera es una empleada de mal desempeño, sindicalista, agitadora “, enumera.

Tampoco se privó de mencionar que Ávalos había cumplido tareas como cajera en otra sucursal y, sin siquiera rozar las denuncias por acoso que la mujer dejara sentadas, vinculó su performance como empleada a la actividad sindical. “Le hizo la campaña al delegado Roberto Cáceres y fue fiscal del mismo en las últimas elecciones sindicales”, apunta, y concluye: “solicito sanción máxima para la empleada”.  

Diagonales se contactó con el SEC pero, desde el entorno de Cavalieri, contestaron que el secretario general se encontraba “en reunión” y que, luego, “tenía que almorzar”. Al cierre de esta nota, los intentos por que respondiera a la consulta de este medio eran todavía infructuosos.  

Lo propio se hizo con Disco. La redacción se comunicó con el actual gerente de la tienda de la cual despidieron por segunda vez a Ávalos, Javier Castro. Si bien tildó de “conflictiva” a la empleada, prefirió guardar silencio sobre todo el entramado que rodea al despido y tomó nota de la consulta para “derivar el tema a Recursos Humanos”.

Mala leche

Casi calcada es la bio laboral de Gladys Auce, despedida el 29 de marzo pasado al tiempo que trascendía en el local comercial de Usina Láctea del barrio de Boedo, sito en Carlos Calvo al 4000, que su nombre sonaba como candidata a delegada. Ella había empezado a trabajar para la empresa el 19 de julio de 2016 pero en el reducto de San Cristóbal, en el cruce de la calle Pasco con Avenida San Juan. Ese día, según le cuenta a este portal, la primera pregunta del gerente, Alberto Peralta, fue por su estado civil.

“Siempre traté de trabajar todo lo que pude, nunca hice nada en contra de nadie y, por defenderme, fue todo lo que me hicieron”, dice a la distancia. El calvario fue durísimo porque temía perder su fuente de empleo, siendo madre soltera y con dos hijas a cargo, y Peralta trataba de coincidir en los horarios con Auce o le hacía escenas de celos con sus compañeros.

Ella trataba de evadirlo hasta que el 29 de abril de 2018 se fue a cambiar al vestuario después de cumplir horas extras y él se metió detrás suyo. “Qué hacés”, espetó alarmada mientras el gerente intentaba cerrar la puerta con llave. “¡Estás loco!”, exclamó con desesperación frente al jefe libidinoso que le decía: “Me volvés loco”. En medio del forcejeo, Peralta dudó un instante y preguntó a su víctima si quería que cerrara con llave o no y Auce aprovechó para abrirse paso y salir.

Como ella se había impuesto a sí misma un bozal para no quedarse en la calle, el acosador se acercaba a la línea de cajas y la acariciaba o le tocaba el brazo. Finalmente, se decidió y habló con sus compañeros, que le recomendaron que lo denunciara. El delegado de la sucursal avisó a la conducción sindical y el SEC acompañó a la trabajadora pero en la oficina de Recursos Humanos reinó la parsimonia. Al cabo de dos meses, hizo la denuncia en la comisaría más cercana y empezó a actuar la Justicia, que tomó declaraciones a responsables y empleados del supermercado.

En ese contexto, Peralta eligió la intimidación. “Mirá que yo tengo familiares en Gendarmería y por algo desapareció Santiago Maldonado”, descerrajó.

El maltrato siguió en ascenso, al paso que no le daban determinados francos ni le reconocían todas las horas extras. En octubre pasado, optó por mudarse de sucursal: comenzó a trabajar en la sede de Boedo, lugar del que finalmente la echaron.

Auce creyó que el cambio de aire sería favorable pero el hostigamiento no cesó. “Me aislaban de todo, incluso los trabajadores”, recuerda, y señala que el delegado le pedía que se quedara “tranquila” y no dijera nada.

A lo largo de ese camino desolador, había podido permear las puertas del SEC, y fue recibida por la secretaria de Derechos Humanos, Susana Santo Domingo, con quien terminó tramitando una medida cautelar para exigir su reincorporación. Encomiable desde el punto de vista de la contención, su labor gremial era estéril desde el punto de vista práctico y político. Fue ahí que le recomendaron que se postulara como delegada pero que, previamente, hiciera un sondeo entre sus compañeros para ver si la votarían. A las tres semanas, la despidieron.

Diagonales trató de comunicarse también con la responsable de Recursos Humanos de Usina Láctea, Claudia Acosta, tanto por teléfono como por mail. Sin haber respondido a los llamados ni al correo, al momento de culminar este artículo sólo había concedido la señal de las tildes azules que evidencia el visto de los recados por WhatsApp.

Con mandatos vencidos en la sucursal de Boedo, el sindicato llamó a elecciones para el último 2 de mayo, pero sin el plazo estatuido de 10 días de anticipación para la convocatoria ni la boleta de Auce en el cuarto oscuro -a pesar de que el SEC estaba al corriente de su candidatura-. La trabajadora, madre de una paciente crónica cuya cobertura de 80 mil pesos garantizaba hasta el mes pasado Osecac, no se rindió e impugnó los comicios el último lunes por discriminación. La pelea continúa abierta en ese terreno.