Estamos a mitad del 2019, culminando el mandato presidencial de Mauricio Macri y a la espera de la resolución de las candidaturas para la próxima elección presidencial. Ante las indefiniciones y egos personales de una alternativa distinta, los argentinos se encaminan a volver a tener que decidir entre apoyar a la gestión actual o elegir a los representantes del gobierno previo.

No obstante, ningún funcionario del período 2011-2015 o 2015-2019 puede jactarse de resultados económicos positivos. Empezando por la administración anterior, Cristina Fernández dejó una economía estancada, con un dólar oficial claramente atrasado y la necesidad de desarmar el cepo cambiario, una tasa de inflación que desde el 2010 se ubicaba en niveles superiores al 20 % y un déficit fiscal que, dependiendo de la metodología de estimación, se ubicaba como mínimo en 5% del PBI, entre otros problemas. El déficit fiscal se explicaba, en gran medida, por tarifas de servicios públicos muy atrasadas, subsidiando a un sector de la población que difícilmente podría haberse considerado prioridad para el destino de los recursos públicos.

En esta enumeración aparecen 3 características que se relacionan entre sí y planteaban un gran desafío al actual gobierno: (1) Un dólar atrasado implicaba la necesidad de un ajuste del tipo de cambio, lo que llevaría a un aumento de la ya alta tasa de inflación. (2) A su vez, el ajuste de los precios de los servicios públicos también aceleraría la tasa de inflación. (3) Por último, una economía que se acostumbró a vivir con inflación, suele presentar lo que los economistas denominamos inercia inflacionaria. Ésta, ya sea por expectativas o por indexación (informal o formal) de contratos implica que la tasa de inflación de hoy esté en gran medida explicada por la tasa de inflación de ayer.

Estas tres características implicaban que el nuevo gobierno debía tener en cuenta que en el inicio la tasa de inflación se iba a acelerar en la medida que se eliminara el cepo cambiario y se corrigieran las tarifas de los servicios públicos. Pero además, si luego se intentaba reducir la inflación, el proceso necesariamente debía ser gradual debido al componente inercial de la misma. Aquí comienzan los errores de la actual administración.

El gobierno desconoció que iba a sufrir una aceleración inflacionaria e intentó una desinflación más rápida de la que la inercia permitía. En un trabajo académico reciente mostrábamos que aun en las pocas experiencias de desinflación con algún esquema similar a metas de inflación, la caída de la tasa de inflación no había sido superior a 4 puntos porcentuales por año. En este contexto, las metas de inflación implantadas eran demasiado ambiciosas. Su éxito dependía de ganar una credibilidad en base a una promesa, sin ninguna prueba a priori, de que la tasa de inflación sería la que la meta indicaba.

El Banco Central eligió la tasa de interés como principal instrumento que le permitiera lograr la promesa de una inflación baja. Un aumento de la tasa de interés genera una apreciación del tipo de cambio, lo que momentáneamente puede explicar una disminución de la inflación pero a costa de un mayor déficit de la balanza comercial. La contracara de este déficit, sumada a una lenta consolidación fiscal, fue un nivel de deuda creciente que aumentaba la vulnerabilidad de la economía argentina a cualquier ruido financiero internacional que pusiera fin al financiamiento externo. Más temprano que tarde, ante un evento internacional que provocó incertidumbre en los mercados financieros, sufrimos una corrida cambiaria que nos colocó en niveles de inflación más altos de lo que estábamos acostumbrados.

Hoy sufrimos una inflación en torno al 50 % y el sector público muestra niveles de deuda muy superiores al que recibió el gobierno. Si bien se han avanzado sobre la reducción del déficit fiscal primario y se han logrado niveles de tipo de cambio y tarifas de servicios públicos razonables, los resultados económicos están lejos de ser palpables en la vida cotidiana. Volvemos al principio. Tenemos que elegir entre un gobierno que no ha mostrado herramientas idóneas para lidiar con problemas heredados, o el espacio político anterior que construyo un escenario más que problemático. En el medio, los ciudadanos, atrapados en un laberinto de promesas rotas.

*Doctorado en Economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), becario del CONICET y del Centro de Estudio de Estado y Sociedad (CEDES). Twitter: @gabrielmpalazzo