Baja participación electoral: La Libertad Avanza lo que el peronismo retrocede
Junto a la electoral, el Gobierno nacional sumó ayer otra victoria que es, a la vez, otra derrota del peronismo. La consolidación de la frustración de la sociedad con la política fortalece al núcleo duro libertario y su propuesta anti peronista. El desafío de salir de la rosca y volver a hablarle a la población con una propuesta convocante.
El triunfo del oficialismo libertario de Javier Milei este domingo en las elecciones porteñas fue contundente. En los números pero, sobre todo, en la política. Al objetivo prioritario de aplastar al PRO y consolidarse como única opción real para el antiperonismo en el país, el Gobierno nacional le sumó otra gran victoria: se volvió a verificar una importante desconexión de una enorme porción de la sociedad con la instancia electoral y, por añadidura, con la política en general. Un escenario que tiene a los libertarios como grandes ganadores, porque su núcleo duro termina siendo suficiente para el triunfo, y a quienes pretenden construir una alternativa real al Gobierno como grandes perdedores por su incapacidad para entusiasmar a una sociedad apática. Un poncho que le cabe al peronismo más que a nadie.
La participación electoral del 53,3% registrada ayer en la CABA fue la más baja en décadas, bien por debajo del 77% que promedia ese distrito. No fue, sin embargo, un dato inesperado. La flaca afluencia a las urnas confirmó la tendencia reflejada en las cinco elecciones previas de este 2025: Santa Fe (55,6%), Chaco (52%), Jujuy y San Luis (65% ambas). En esos distritos, la caída en la participación medida contra las elecciones del 2021, últimas legislativas y en el marco de la pandemia, osciló entre los 5 y los 14 puntos porcentuales. En la CABA, aquel año votó el 65% del padrón, 12 puntos más que este domingo.
Los números y el contexto pueden forzarse para alimentar casi cualquier análisis. Que era sólo una elección a legisladores porteños; que a la opción de libertaria la votaron sólo 15 de cada 100 personas habilitadas por el padrón; que el peronismo aumentó en dos bancas su participación en la Legislatura, consolidándose como la primera minoría; que Es Ahora Buenos Aires ganó todo el sur y parte del centro de la Ciudad; que rondó el volumen histórico de votos en el distrito y no quedó tan lejos del máximo esperable. Todas variables atendibles y argumentables si lo que se busca es quitar el foco de lo central: nadie parece estar hablándole a la sociedad con la efectividad que lo hace el Gobierno nacional, principalmente el peronismo, que aspira a constituirse en alternativa pero no logra movilizar al electorado con una propuesta convocante.
El escenario porteño era un test relevante en este punto. La hegemonía de la derecha en la CABA estaba juego, con una interna descarnada entre el PRO y LLA que ofrecía la oportunidad de plantar una alternativa opositora potente a todo lo que representa el Gobierno nacional. El resultado fue el opuesto. La derecha ultra fragmentada no pagó costos por dirimir su interna en las urnas, y el peronismo no consiguió enarbolar una propuesta movilizante y que deje plantada una esperanza.
En este contexto hay una tendencia clara: lo que La Libertad Avanza es lo que el peronismo retrocede. La sentencia va más allá de los números, y es eminentemente política. El oficialismo libertario se consolida como eje gravitacional del nuevo sistema político argentino, lo que tiene para ofrecer y lo que es en términos identitarios le alcanza para que todo lo demás orbite alrededor suyo. A la inversa, quienes intentan plantarle una alternativa, con el peronismo a la cabeza, no encuentran un espacio propio, no definen una narrativa clara y movilizante, y sólo parecen estar hablando hacia adentro de sus internas, sin canales efectivos para comunicarse con el pueblo afectado por las políticas nacionales al que aspiran a representar.
Con esa clave hay que leer una victoria política en la tendencia a la baja participación en todas las elecciones que se celebraron en lo que va del año. La anti política es un recurso histórico de la derecha en Argentina. Cuanta mayor desconexión emocional de la sociedad con su dirigencia, más fértil el campo para que avancen propuestas conservadoras. A la inversa, los mayores niveles de involucramiento electoral de los argentinos siempre redundaron en mejores resultados para las fuerzas progresistas, hegemonizadas en la historia nacional por el peronismo.
Santoro sacó dos puntos más que en la elección legislativa del 2021, la instancia técnicamente más comparable, aunque habría que adosar elementos a esa comparación. Cuatro años atrás el peronismo era gobierno y cargaba con el peso de la gestión de la pandemia y el ancla de la foto de Olivos. Así y todo, si se analizan los números totales, el candidato del armado peronista obtuvo 7000 votos menos ayer (449.444) que los que sacó en 2021 (456.876).
La comparación con elecciones ejecutivas también puede resultar forzada pero aporta elementos a la discusión. En 2023 y como candidato a jefe de gobierno, el propio Santoro obtuvo 581.450 votos, 132.000 más que ayer. Ese año la participación electoral fue del 65%. En 2019 Matías Lammens cosechó 679.411 votos para la misma categoría, unos 220.000 más que los que sacó Santoro ayer. Ese fue el año de mayor participación electoral en los últimos turnos, con un porcentaje de concurrencia del 79,46%.
El razonamiento es extensible también a otros años electorales. En 2011 y 2015, ambas elecciones ejecutivas, la participación superó el 80%, con importantes resultados en ambos casos para el peronismo (en 2015 quedó a 1,5 puntos de un cuarto mandato consecutivo en el país). En 2013 y 2017, ambas legislativas, la participación estuvo en torno al 77%, y fueron elecciones en las que las ofertas del peronismo tuvieron importantes desempeños: en 2013 el Frente Para la Victoria ganó a nivel nacional, y en la PBA la suma de los votos de Massa e Insaurralde se llevó casi la totalidad de los votos, mientras que en 2017 el resultado de las urnas hizo revivir a un kirchnerismo golpeado por la derrota de 2015 y sembró el triunfo del FdT del 2019.
La intención de estas líneas no es mezclar peras con manzanas, puesto que cada elección es distinta en las categorías de votación y los contextos en los que se desarrollaron. El punto a señalar es que cuando el peronismo como mascarón de proa de las fuerzas progresistas y democráticas de la sociedad tiene propuestas, se comunica con la realidad cotidiana de la sociedad y ofrece un horizonte de futuro convocante, lo más factible es que esa conexión espiritual con el pueblo resulte en una participación electoral importante y con buenos resultados para su oferta.
El arma central del peronismo, por definición un movimiento popular que defiende las aspiraciones de las mayorías por sobre los intereses corporativos del poder económico, es la política. Luego de la debacle del sistema con la crisis del 2001, el kirchnerismo recuperó la política como herramienta de transformación y convocó desde allí (y, claro está, desde respuestas materiales) a una sociedad que le respondió al punto de permitirle el ciclo de ejercicio del poder más extenso de la historia reciente (y democrática) del país.
Cuando esa función de la política como herramienta de representación de las mayorías se desdibuja en una praxis marcada por las disputas internas, la falta de conexión con el pueblo de a pie y la incapacidad para proponer un futuro concreto, lo que avanza es la antipolítica, la preeminencia del individualismo y la apatía por lo colectivo y los rumbos colectivos. Y ahí gana la derecha, siempre efectiva para representar esos sentidos comunes.
Por esto es que, números más números menos, en cualquiera de las elecciones que pasaron y las que vendrán, el oficialismo libertario avanza sobre el terreno en ruinas que deja el retroceso del peronismo, incapaz de cumplir su mandato histórico de proyectar y construir la felicidad del pueblo argentino. Poco sirven a esta altura las cuentas finitas sobre si una banca más o una menos, o si ganar o perder por un punto de diferencia. El problema es político y está en la falta de representatividad del peronismo para con su propia base, y también para con esos márgenes flexibles que, cuando su propuesta es convocante, también lo acompañan.
La apatía de la sociedad con la política no debería mirarse livianamente. Nada asegura que no se esté instaurando una nueva normalidad en la que ir a votar importe cada vez menos, porque las ofertas de la política resultan cada vez menos convocantes. Ese es el territorio ideal para el oficialismo libertario, que abiertamente impulsa la desintegración del Estado y todas las ligazones sociales posibles, fomentando un individualismo feroz en el que siempre será más fácil construir odio y resentimiento que esperanza hacia la dirigencia política. Los sectores que encarnaron el sistema que se quebró en 2023, con el peronismo a la cabeza pero también la UCR y hasta el PRO, tienen el enorme desafío de suturar esa fractura con la sociedad, a riesgo de seguir profundizando su decadencia. Por ahora, el único que le habla a la gente con claridad y potencia es Milei.