En “El voto progre” (2015), Marcelo Leiras intenta dibujar las fronteras, siempre difusas, de la identidad política progresista. Y a tal efecto, sostiene que “El progresismo es una identidad política exótica; no se lleva bien con las tradiciones partidarias locales. Es difícil e improductivo proponer una definición exhaustiva, pero cualquier definición aceptable debería incluir referencias a las libertades individuales, el pluralismo y el respeto a la ley. Esta cepa liberal es constitutiva de la identidad progresista.”

Acto seguido, agrega: “Los movimientos populares tuvieron una relación ambigua con la libertad, el pluralismo y la ley, pero las reacciones a los movimientos populares tuvieron con ellos una relación directamente antagónica. La restricción de la libertad, la limitación del pluralismo y la violación del orden constitucional fueron a veces efectos colaterales y otras veces objetivos centrales de las restauraciones conservadoras, de los partidos que participaron de ellas y de las fuerzas armadas en su rol de actor político. ”Esta última caracterización, este contraste entre los movimientos populares, y las reacciones que engendraron, constituye el verdadero disparador de estas líneas.

El nexo entre el resaltado, que no obra en el original, y la actual coyuntura política argentina, no necesariamente es autoevidente. Desarrollo entonces el argumento que los conecta, y culmino estas líneas con dos o tres señalamientos sobre los escenarios que se abren de aquí al inicio de sesiones ordinarias en el Congreso.

Intento establecer, inicialmente, lo que pareciera ser el espejo en el que el proyecto libertario en Argentina pretende mirarse: el PBI per cápita. Hay una discusión abierta, que no parece haberse cerrado con el post de Chequeado.com sobre “si Argentina era o no el país más rico” del mundo a finales del SXIX, o inicios del SXX. Un Excel a medida se lo arma cualquiera; sin embargo, una mínima familiaridad con la literatura que aborda el crecimiento del PBI per cápita, la medida favorita de El Cucos (also known as El Camperas), debería reconocer que nos movemos en el mundo de las estimaciones.

Es una estimación lo que hace CEPAL para su serie histórica, aparecida en 1978 (aquí); es una estimación lo que hace Roberto Cortez Conde en 1994, en un paper para un Seminario en San Andrés (aquí); es una estimación lo que hace Angus Maddison en el volumen editado por Baumol, Nelson y Wolff (“Convergence of Productivity: Cross-National Studies and Historical Evidence”, también en 1994, aquí), como también lo es el fundamento de la afirmación de Colin Maclachlan (Argentina: What went wrong), quien afirma que “Para las últimas décadas del SXIX, el PBI de Argentina era similar al de los EEUU” (2006:14).

Basta con ver los datos, y las interminables consideraciones metodológicas que los acompañan en estos y en otros estudios del estilo. Los obstáculos son mayúsculos; los suplimos del modo que podemos. Pero esa no es la discusión. La discusión es todo lo que esa cifra no dice sobre un país; sobre cómo se distribuye esa riqueza, y el bienestar que de ella se deriva para el conjunto de su población.

El Reino Unido tiene un PIB per cápita de USD 46.125 (una cifra que ronda la media de los países miembros de la OECD). El PIB per cápita de Qatar es casi el doble de ambos (siempre de acuerdo a datos del Banco Mundial para 2022). Pero si observamos el Índice de Desarrollo Humano, con datos de Naciones Unidas para 2021, el Reino Unido ocupa el lugar 18 a nivel mundial, mientras que Qatar se encuentra en la posición 42, sólo 5 puestos antes que Argentina (cuyo PIB per cápita es de USD 13.650). Si pretendemos avanzar en la comparación de una medida sobre la desigualdad en términos de ingresos, Qatar no está incluido en ninguna de las bases de datos oficiales de los organismos internacionales mencionados.

A un mes de la llegada del líder libertario a la máxima magistratura, lo más importante para resaltar es aquello de LO QUE NO SE HABLA; como si mirarse en el espejo libertario implicara aceptar que la imagen que nos devolverá es una incompleta, inacabada: producción y productividad, empleo y salarios, inversión, exportaciones. Incluso Carlos Melconian, en una de sus esporádicas apariciones post-generales de octubre, se atrevió a señalar que el “componente heterodoxo de los ingresos” era el gran ausente en el caputazo ¿Cómo es esto posible?

Síganme en este razonamiento: asumamos por un momento que, a) “no está claro quien redactó” ni el DNU ni la Ley Ómnibus (como reconociera el principal ariete en una entrevista radial para defender estos instrumentos en la justicia); pero b) hay un relativo consenso en que el beneficio inmediato, directo, contante y sonante de ambos instrumentos, son las grandes corporaciones en nuestro país (sea habilitando nuevos negocios, sea generando mejores condiciones para aumentar la rentabilidad de los ya existentes). ¿Cómo sería posible, entonces, generar nuevos negocios, o favorecer los existentes, sin medidas concretas para favorecer el aumento de la inversión, la productividad, la generación de empleo, o una política de ingresos?

No se habla de lo que no se habla, porque todo ello queda reservado, en la concepción oficialista, a una solución que deciden e implementan los mercados: si se invierte o se ahorra, si se generan puestos de trabajo o se destruyen, si se produce con un ojo puesto en el mercado interno y el consumo de las y los argentinos, o sólo para mercados internacionales (y se impone un precio doméstico divorciado de las condiciones materiales domésticas imperantes). De eso no se habla, y la paciencia del pueblo argentino está siendo puesta a prueba.

 Cierro con una impresión: hay una poderosa razón que subyace al aparentemente galvanizado 30% de apoyo popular del Presidente, que no siempre es recuperada para el análisis. La secuencia gubernamental FPV – Cambiemos – FDT no sólo supone una secuencia de fracasos en materia económica esencialmente (no equiparables entre sí, por cierto). Esa secuencia también forjó una identidad relativamente nueva, cuya solidez también será puesta a prueba en este verano, y más allá también: la de los que nunca tenían razón, y eran mandados y mandadas a callar en las discusiones por las y los que la tenían clara. La de los que veían el deterioro relativo de los servicios públicos, el relativo deterioro de la seguridad, el deterioro relativo de los ingresos, la distorsión de los precios relativos en su diaria (un alquiler podía igualar o ser inferior al precio de un par de zapatillas), se preguntaba por qué, y exigía explicaciones. Y habitualmente era sermoneado o sermoneada desde una supuesta superioridad moral del gobierno que fuera, y un rosario de excusas que depositaba todas las culpas en los gobiernos anteriores.

A ese colectivo multiforme, que incluye a jóvenes trabajadoras y trabajadores de las plataformas, sí; pero también a familias de jóvenes profesionales, a monotributistas y empresarias y empresarios pymes: a ellas y ellos, el cuero se les ha curtido especialmente. No buscaban racionalidad en las propuestas, ni esperaban salir indemnes del ajuste (prometido en ocasiones, negado en otras, quizás con un par de días de diferencia). Están para bancar al tipo que les hablaba en los mismos términos (son todos iguales, son todos chorros), y que compartía el diagnóstico (a la decadencia argentina ellos y ellas la vivenciaron en primera persona).

Se van a morder la lengua antes de quejarse (en público, al menos); les bastará con ver a las y los sermoneadores arruinarse, quejarse y maldecir en público. Un secreto gozo de ver a esas y esos que la tenían clara, tambalear y llenarse de incertidumbres. No es mucho, pero tampoco es para subestimar. La casta es la que entiende la política en términos tradicionales, y defiende su lógica, en lugar de tirar del mantel y que todo se vaya al demonio.

Si a ello se le suma la porción halcón del PRO (con Bullrich, Ritondo y Grindetti a la cabeza), la del radicalismo que sólo cuestiona las formas pero no el contenido (y presenta proyectos de ley idénticos al DNU que esperan su chance a partir del 1ero de Marzo (como Losada en la Cámara Alta, y Tetaz en la Baja), y a los bloques que quieren que al gobierno le vaya bien, que no colapse (sea por convicción republicana, sea para que los demás no vuelvan más, porque son peores) hay un volumen político, hay materia, para que este experimento pueda perdurar más allá del verano. Sólo falta el liderazgo político que amalgame y cemente políticamente esa variopinta base de apoyo, y que no se avizora, aún, en el horizonte.

Este barco se va a sacudir y fulero hasta el inicio de las sesiones ordinarias; una nueva devaluación se hará indefectible para llegar a la cosecha gruesa con ánimo liquidador; las expectativas inflacionarias no podrán ser desmontadas si así fuera, y las cosas se van a poner más espesas (se sumarán los aumentos del transporte, tarifas, prepagas, matrículas de colegio y universidad privada, y la migración a servicios públicos que ya empezó, encontrará a un Estado menos capaz) ¿Tiene chances este rústico e improvisado oficialismo en ese contexto?

Creo estar frente al presidente más fuertemente ideologizado de la historia argentina. Cuando la realidad no se amolda a las propias expectativas, hay que cambiar de rumbo, de dirección (o la piña contra aquella será demoledora). Un pragmático, en esa situación, mete un rebaje, desacelera y gira. Algunos ponen guiño a la izquierda, pero giran a la derecha. Lo importante, es que evitan la piña. Un ideológico no está preparado para una maniobra del estilo. Dicen, que el gran ganador de las elecciones de noviembre, que conserva una capacidad de daño que nadie debería menospreciar (Patricia Bullrich en primer lugar), tiene un plan alternativo. No es un Plan B, es un Plan V. Cuando se ponga en marcha, no dirá nada, pero habrá señales.