La sociedad argentina, o buena parte de ella, manifiesta bajos niveles de confianza en su dirigencia política. El análisis de las encuestas sobre los principales precandidatos presidenciales está lejos del optimismo: ninguno de los políticos con mayor reconocimiento público logra tener una mayor imagen positiva que negativa.

Cuando nos preguntamos por la fiabilidad de los estudios de opinión pública sobre cuestiones electorales debemos remarcar ese estado de escepticismo en la política local. No se trata, en su gran mayoría, de errores metodológicos en las muestras seleccionadas o en el procesamiento de los datos obtenidos, sino más bien que estamos aplicando un instrumento de investigación, la encuesta, a un público que muchas veces se muestra reacio a contestar cuando es invitado a hacerlo.

El riesgo es que quienes participen en las encuestas sean los sectores más identificados con posturas ideológicas y/o partidarias, dejando subrepresentados a grandes espacios de la sociedad, justamente aquellos que no confían en la dirigencia política actual.

Las encuestas realizadas en las elecciones de 2019 y 2021 arrojaron resultados dispares y, en su mayoría, no acertaron en los porcentajes que finalmente obtuvieron los candidatos en las urnas. En el inicio de este año electoral, se pueden observar los ejemplos de las elecciones de Río Negro y Neuquén, en donde también existieron diferencias entre los sondeos previos y los datos finales: se anticipaba un escenario de paridad con una leve superioridad del Movimiento Popular Neuquino, que finalmente fue derrotado, y una ventaja del oficialismo rionegrino superior a la obtenida finalmente.

El ausentismo electoral es un indicador de la desconexión entre los ciudadanos y los políticos que deciden representarlos. En las últimas primarias abiertas presidenciales, celebradas en 2021, la participación electoral fue la más baja desde que existen las PASO. A su vez, en las elecciones generales del mismo año, los porcentajes de participación en dicha votación son los más bajos registrados desde el retorno de la democracia en 1983, según el Observatorio Político Electoral del Ministerio del Interior de la Nación[1].

La crítica cruzada entre los dirigentes, que a veces va más allá de los temas políticos para llegar a cuestiones familiares o personales, no sólo no les reditúa beneficios, sino que profundiza el divorcio con la ciudadanía. La descalificación del adversario termina en una falta de confianza en todo lo que suele denominarse “clase política”, como algo ajeno al grueso de la población. Luego, cuando le pedimos a la gente que manifieste sus preferencias, debemos tener presente la desafección por estas cuestiones y, por ende, que el enojo o la indiferencia popular puede expresarse en la reticencia a responder o, más aún, en respuestas que reflejen más la bronca del momento que la decisión que finalmente tomarán en el cuarto oscuro.

La obsesión de la dirigencia política por monitorear la opinión pública con encuestas se enfrenta a una creciente fragmentación de la sociedad, que hace cada vez más difícil leer sus diversas demandas. Probablemente, la respuesta para comprender los sentimientos de nuestra ciudadanía con respecto a su presente político esté más en analizar lo que expresa en las redes sociales y en los grupos en los que comparte su día a día.

[1]https://www.argentina.gob.ar/interior/observatorioelectoral/datos-electorales/participacion-historica-en-elecciones