Todos tendríamos que mediar entre Axel y Cristina, cada quien desde el lugar que le toca, ya no hay lugar para desentenderse y pedir que se arreglen solos. Los análisis abundan, aunque nadie parece entender la causa, y los actos resultan imprescindibles para hacerlo: cada causa responde a una serie de causas que se anudan.

Hay una problemática común que encadena una serie de problemas de complejidad creciente y resolución urgente: la interna peronista no es solo un problema técnico sobre si conviene o no desdoblar las elecciones provinciales y nacionales, hay un problema de conducción política evidente, así como, de fondo, un problema crónico de confianza y transmisión del poder político; pero, en realidad, es un problema afectivo que involucra al conjunto de la población.

Pasaron cosas, como decía alguien, y nos han dejado bastante peor de lo que imaginábamos, porque no hemos podido elaborar nada de ello: pandemia, guerras, intento de femimagnicidio, etc.

Cuando se plantea la legítima pregunta militante: ¿cómo volver a enamorar después de tantas decepciones y sufrimientos padecidos por decisiones erróneas en situaciones catastróficas?, lo que está en juego es la razón afectiva del proyecto político. Ninguna racionalidad política se entiende sin una comprensión del conjunto y sin una consideración de lo que puede aumentar o disminuir nuestra potencia de obrar-existir, en concreto: si Axel y Cristina no logran resolver sus diferencias y componer sus posiciones lo que está en juego es la subsistencia misma del pueblo argentino. No hay lugar para cálculos o especulaciones a pequeña escala, para detenerse en afrentas personales o expectativas frustradas; se requieren actos de coraje, generosidad y grandeza, para que la unidad se resuelva con las diferencias adentro.

Quizás la tensión e incomodidad inconfesadas pasen por la dificultad en dirimir si se trata de un matrimonio político o una filiación política, algo de esa confusión redunda en el imaginario colectivo: como si hubiera que aceptar que “los padres se han separado”, según decía Fede Vásquez en Futuröck, o si la filiación debiera resolverse entre biología y elección por mérito, como sugería Máximo, aunque tampoco se sabe si aquel último es por obediencia ciega o invención de “nuevas melodías”. En cualquier caso, esos modos imaginarios de representarse el problema solo pueden ser desplazados y tratados realmente si introducimos mediaciones, si abrimos el juego hacia terceros que propongan elaboraciones simbólicas: pactos, contratos, programas o conceptos que permitan salir de la encerrona endogámica, de los pequeños círculos o mesas chicas.

La respuesta rápida de Juan Grabois no es errada, pero tampoco resulta suficiente: “todos contra Milei” puede ser una formulación desesperada que no enamore realmente y, sobre todo, que no permita a los involucrados calibrar la magnitud de su tarea, la necesidad de conjunción virtuosa, el uso de la máxima inteligencia colectiva.Esto es, despejar la causa adecuada del amor que aún nos sostiene. Entender lo que está en juego, contar hasta tres antes de tomar cualquier decisión, resulta clave en esta hora funesta.