La pobreza en Argentina es similar hoy a la de hace tres décadas. Alrededor del 30% de la población vive en hogares con un ingreso inferior al que le permitiría satisfacer sus necesidades más elementales. Este dato da origen a la falsa sensación que la pobreza se encuentra estancada, ya que enmascara una gran variabilidad en los años intermedios. La pobreza creció abruptamente en los noventa, ubicándose por encima del 50% luego de la crisis del 2001, para luego bajar rápidamente en los años posteriores y estabilizarse alrededor de 30% a partir del 2011. La buena noticia es que la pobreza puede bajar en Argentina si se aplican las políticas públicas adecuadas. La mala noticia es que estamos en el mismo lugar donde empezamos hace treinta años.

Un plan básico de lucha contra la pobreza debe focalizarse en tres factores que están íntimamente relacionados: el crecimiento económico, el mercado laboral junto a la asistencia social, y el nivel educativo de la fuerza de trabajo.

Ningún país en el mundo ha logrado una reducción sostenida de la tasa de pobreza sin crecimiento económico. Con el crecimiento económico se desarrollan los sectores más productivos de una economía, demandando mayor mano de obra e impulsando así empleo y salarios. Pero este puede no ser siempre ser el caso, como los siguientes ejemplos ponen en evidencia. En la Argentina de los noventa, convivieron un alto crecimiento económico y un fuerte aumento de la pobreza. El PBI per cápita creció 19.8% entre 1992 y 1998, mientras que la tasa de pobreza pasó de 26.5% a 35.0%. Argentina no es el único caso. En Estados Unidos, el PBI per cápita aumentó 80% desde 1980 a 2016 mientras que los ingresos para el 50% más pobre de la población y la tasa de pobreza han permanecido casi inalterados.

Estas excepciones tienen lugar cuando el crecimiento económico está impulsado por cambios tecnológicos y estructurales en la economía, como la apertura al comercio y la incorporación de nueva maquinaria, que benefician a trabajadores altamente calificados mientras que pueden desplazar a trabajadores poco calificados a condiciones de trabajo más precarias o directamente al desempleo, primero, para luego pasar a la inactividad. Tanto en Argentina como en Estados Unidos durante los periodos mencionados, la desigualdad de ingresos creció abruptamente, especialmente entre aquellos trabajadores que poseen un título universitario y los que no terminaron la secundaria, y los frutos del crecimiento se concentraron en unas pocas manos. 

En breve, para bajar la tasa de pobreza el crecimiento económico es necesario, pero no es suficiente. Para que el crecimiento se traduzca en menor pobreza, deben existir canales de transmisión tal que el bienestar económico llegue a las clases sociales más relegadas. Estos son, principalmente, las políticas de mercado laboral, la extensión de la asistencia social, y las mejoras educativas.

Todo proceso de crecimiento económico es disruptivo por naturaleza, generando ganadores y perdedores. Pero es posible aminorar sus efectos adversos a través de políticas laborales y de asistencia social. Se pueden establecer, por ejemplo, programas de re-entrenamiento donde trabajadores desplazados puedan ser reentrenados para adquirir las habilidades demandadas por aquellos sectores en crecimiento. Mientras estos ajustes estructurales tienen lugar, la asistencia social debe evitar que estos trabajadores caigan bajo la línea de pobreza.    

Más y mejor educación es también fundamental para incrementar el ingreso de los trabajadores de los hogares más carenciados. Esto se debe a dos mecanismos. Primero, mayor educación les permite a sus integrantes moverse hacia ocupaciones o sectores con mayor salario. Segundo, incrementa el salario de aquellos trabajadores que permanecen con menor nivel educativo. Este último efecto tiene lugar cuando los trabajadores poco calificados se vuelven más escasos. Así, sus salarios suben aún en las ocupaciones más precarias, ya sea cosechando uvas en Mendoza, o como empleados de servicio doméstico en el conurbano bonaerense, simplemente porque hay menos personas dispuestas a trabajar en esas ocupaciones. Este círculo virtuoso sólo tiene lugar si la educación impartida es de calidad, y para ello es necesario encarar una revolución educativa. Los mejores maestros e infraestructura escolar deben estar a disposición de las familias con menores recursos.  

Resulta clave pensar al crecimiento económico como un instrumento más, no como un objetivo en sí mismo. Algunas de las políticas mencionadas pueden incluso disminuir el ritmo del crecimiento económico en el corto plazo al destinar recursos fiscales a planes asistenciales y a educación. Pero estas son políticas imperantes ante el objetivo más importante y urgente que tenemos como país: sacar a un tercio de los argentinos del flagelo de la pobreza.

 

* El autor se encuentra cursando el doctorado en economía en la Universidad de Cornell (Estados Unidos), y es investigador afiliado del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS). Es uno de los autores del libro Crecimiento, empleo y pobreza en América Latina, publicado por Oxford University Press. Twitter: @djjaume_econ