Es tan triste esta vez que no puedo hablar
Por Luis Mielniczuk. Un referente ineludible de la cultura musical argentina no merece despedirse así, su orgullo guerrero no lo permitiría
En el apogeo de una extensa carrera, el Indio no para de batir sus propios records, este último fin de semana una multitud volvió a peregrinar kilómetros y kilómetros para un nuevo encuentro con el carismático cantante.
La cita fue en Olavarria, la ciudad maldita que lo había prohibido hace dos décadas cuando aún comandaba el ejercito Redondo. En vistas a lo sucedido, no fue una decisión acertada intentar cerrar un circulo simbólico como el de comenzar la despedida saldando cuentas pendientes.
Se habla de más de 300.000 almas en el hervidero del predio La Colmena, viendo las fotos e imágenes que aportan los drones, se ve un campo colapsado, si a tope como suele ocurrir en este tipo de espectáculos, donde pensar en una butaca es absurdo.
Dos invitados a la fiesta perdieron la vida, y eso desató una ola de acusaciones que incluyó al propio Indio, sus productores asociados, el Intendente y el Municipio de Olavarria, a simple vista cada uno tiene su cuota de responsabilidad.
Hay algunos datos que no pueden ser pasados por alto a la hora de las reflexiones con el diario del lunes
Estos shows no pueden hacerse en otros sitios que estos, no hay un estadio en el país que soporte tal demanda de gente.
El público del Indio no es de los que se quedan en la casa y esperan por la función que demanda su entrada.
El Indio está grande y padece una enfermedad, Parkinson, que le impide hacer una maratón de shows, cosa que supuestamente bajaría el caudal de interesados en asistir a sus conciertos.
La organización del evento a cargo de los hermanos Peuscovich la viene pifiando hace rato en materia de accesos, señalizaciones, iluminación, sonido y demás; se supone que después de 11 años de llevar a cabo este tipo de recitales, ya deberían estar más duchos en cuanto a la logística, sin embargo siempre les sucede lo mismo.
Respecto de la gente que ingresa sin entradas, un problema eterno y sin solución, hay una gran cuota de hipocresía de parte del mismo publico que va "como sea" y de la crítica despiadada que no dudaría en poner el ojo en el caso que esta gente sea reprimida y no se la deje ingresar. La relación policía y publico de rock nunca fue buena ni lo será.
El público no colabora en absoluto, van sin entradas (los menos), al borde del éxtasis (una gran porción), muy alcoholizados (la mayoría), en un lugar donde las comodidades no están a la orden, esto se transforma en un combo explosivo siempre a punto de estallar.
Ahora resta esperar que el tiempo y la justicia hagan su trabajo y ver qué se puede corregir a futuro, un referente ineludible de la cultura musical argentina no merece despedirse así, su orgullo guerrero no lo permitiría, veremos en el futuro si los actores que entran a jugar en estos casos se lo permiten.