En la década del 80 la discusión gravitante en las ciencias sociales latinoamericanas se tramitaba a partir del binomio dictadura-democracia, al punto que se constituye un campo de estudios específicos conocidos como “transiciones a la democracia”. En 1986 se publica el libro “Transiciones desde un gobierno autoritario” de Guillermo O'Donnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead, puntapié de un conjunto de estudios que marcarán la cancha durante la década del 80 y del 90. Si bien la democracia se imponía como teloses llamativo que el texto de 1986 (producto de todo un conjunto de discusiones que se retrotraen hacia fines de la década del ’70 y donde aún las dictaduras se encontraban en pie) no lleve como título la noción de democracia. La incertidumbre era importante y, si bien la democracia se imponía como telos, no se tenía plena seguridad de lo que vendría después. Lo cierto es que se consolidó como un campo de estudios que analiza el paso de los gobiernos autoritarios a las democracias, las condiciones existentes, obstáculos, límites y problemas, con el objetivo de instaurar y consolidar la democracia política.

Pero como acabo de mencionar, esos estudios nacen al calor de las incertidumbres. Guillermo O´Donnell publica un trabajo en 1987 llamado “Transiciones, continuidades y algunas paradojas”. La fecha no es menor, está discutiendo en el fragor de la batalla; las democracias se encuentran vigiladas, protegidas, controladas, limitadas, domesticadas, jaquedas. El proceso resultó mucho más complicado de lo que se creía y los países que se encuentran atravesando unas transiciones se encuentran con dificultades muy disímiles pero dificultades al fin.  A modo de ejemplo, recordemos los sucesos de abril de 1987 en Argentina, primero en el Regimiento de Infantería aerotransportada N° 14 de Córdoba y luego en Campo de Mayo al mando de Aldo Rico, el levantamiento carapintada. En este contexto se desprende ese anhelo, esa necesidad; pero al mismo tiempo, esa preocupación por producir un discurso crítico de la democracia pero que sea, al mismo tiempo, un discurso democrático: “crítica democrática a la democracia” lo llamaba el autor.

Como se señalaba en aquel momento, la amenaza a la democracia provenía de las FFAA y los poderes fácticos que hacían de aquellas su instrumento de presión. Si bien la cultura democrática era algo por construir, la sociedad no dejaba de supurar un fuerte espíritu antiautoritario que se pensaba como el prolegómeno necesario de aquella. Sin embargo, hoy la democracia parece haber perdido el valor que supo lograr a la salida de los regímenes autoritarios y caer en un peligroso descredito.

Según los informes de Latinobarómetro de los últimos años, la confianza a la democracia y sus instituciones ha ido bajando. El organismo que desde hace 25 años viene midiendo las actitudes ciudadanas respecto a los regímenes democráticos en la región, corrobora esta tendencia. Por muy polémicos que sean los lugares desde los cuales hace esta lectura Latinobarómetro, es de subrayar esa tendencia y los motivos que lograron relevar en los últimos años. Si bien hay una tendencia a la baja en la confianza en las democracias, ello no implica un deseo de regreso a los regímenes autoritarios. En este punto quisiera prestar atención a una de las razones que señala el organismo: la desafección y la indiferencia hacia las democracias relevadas en el último informe de 2021.

Esto me parece vital ya que refiere a problemas que no jaquean la democracia desde el exterior como sucedía en los ’80, sino que la jaquean desde dentro mismo, una ciudadanía desafecta, una sociedad indiferente, anestesiada con generaciones que han crecido desde esa monstruosa década de los ’90 y su fabulosa maquinaria de producción de individualismo, que ya no cuentan con la cercanía de las dictaduras y los años de plomo como modo de contrabalancear cualquier atisbo de autoritarismo.

Sin duda que ello no es azaroso, la democracia se encuentra en crisis pero esta crisis ha sido producida y se viene fraguando desde hace unas largas décadas. Déjenme traer a colación dos documentos que considero imprescindibles para entender esto. En primer lugar el libro de Milton Friedman: Capitalismo y Libertadpublicado por primera vez en 1962, en cuyo prólogo para la reedición veinte años después, 1982, expresa: “Only a crisis actual or perceived produces real change. When that crisis occurs, the actions that are taken depend on the ideas that are lying around. That, I believe, is our basic function: to develop alternatives to existing policies, to keep them alive and available until the politically impossible becomes politically inevitable”. Sí, sin ambages, Friedman admite la necesidad de crisis, sea ésta real o percibida, poco importa ese insignificante detalle, lo que realmente importa es advertir que la aparición de eso llamado “crisis” tiene la potencialidad de producir un cambio real, que es a través de ella que se pueden generar transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales profundas. Es en este sentido que la crisis deja de ser un acontecimiento que debe ser enfrentado, corregido y sobrepasado, y pasa a ser un mecanismo a través del cual se configuran realidades, se producen subjetividades y se gobierna a las poblaciones.

Por ello me atrevo a leer esta crisis de la democracia en este sentido, más aún si consideramos lo que ocurre unos pocos años antes, aquí vamos al segundo documento que les mencionaba. A mediados de la década del '70 el presidente del Chase Manhattan Bank, David Rockefeller, impulsa la creación de la Trilateral Commission, siguiendo una idea de Brzezinski, quien pensaba en una organización con el fin de rearticular toda la política mundial al servicio de la hegemonía norteamericana. Una suerte de gobierno mundial integrado por las principales potencias occidentales (Japón, EEUU y CE) con las principales empresas. Rockefeller señalaba que “estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial (…) De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y financieros mundiales”. El capitalismo no sólo produce crisis como resultado de sus contradicciones y las políticas llevadas adelante con altísimos costos humanos y ambientales, también produce crisis como modo de gobierno, por ello no pretende resolver las crisis, las produce porque vive de ellas, las consume vorazmente.

En 1975, se publica el informe fundacional de la Comisión Trilateral, escrito por Crozier, Huntington y Watanuki. Este documento lleva como título precisamente “La crisis de la democracia” donde se señala que los problemas de las democracias son intrínsecos a ellas y resultan ser los más preocupantes según este informe: “There is deeper reason for pessimism if the threats of democracy arise ineluctably from de inhenrent workings of the democratic process itself. Yet, in recent years, the operation of the democratic process  do indeed apear to have generated breakdown of traditional means of social control, a delegitimation of political and other forms of authority, and an overload of demands on government, exceeding its capacity to respond” (1975:9). Es decir, los riesgos provienen del propio proceso democrático. Éste generó un colapso de los medios tradicionales de control social, una deslegitimación de las autoridades políticas y de otro tipo, y una sobrecarga de demandas al gobierno que excede su capacidad de respuesta. Si los problemas vienen del interior, lo que se debe hacer es corregir esos desajustes internos, vaciar a las democracias de discusión sobre definiciones colectivas y transformarla en sólo un mecanismo de selección de autoridades. En otras palabras, producir ciudadanías pasivas, diluir soberanía popular, destruir cualquier tipo de espacio de disputa de sentido público y debate en torno al bien común.

Desde luego que no se trata de la producción de una crisis sólo súperestructural. Los problemas de inseguridad, desempleo, pobreza, desnutrición, etc. son reales y muy sufridos. Pero hacer responsable de ello a la política, al Estado y a la democracia como si fueran esencias para montar un discurso antipolítica, antiestado y antidemocrático, es evitar la discusión con quienes sostenemos que el camino es más y mejor política, Estado y democracia. Quiero decir, un ejercicio permanente de la crítica, de la sociedad sobre sí misma, de la democracia sobre ella misma. En este ejercicio de crítica y formulación de interrogantes constantes se encuentra la razón de ser misma de la democracia, aquello que no termina nunca de sedimentar las instituciones colectivamente creadas y que vuelven a estar sometidas a preguntas sea para ratificarlas, para rectificarlas o para destruirlas. Frente a la crisis, la crítica o, para retomar las palabras de O´Donnell, una crítica democrática de la democracia. Por todo ello, los gobiernos “populares”, las socialdemocracias, etc. deben dejar de asumir el papel de administradores de los conflictos, las crisis y los problemas generados por los gobiernos conservadores y de derecha, al menos si se jactan de tales. De esta encrucijada se sale con más y mejor política democrática, no con menos.

*Doctor en Ciencia Política. Profesor de Teoría Política en la Facultad de Ciencia Política y RRII de la Universidad Nacional de Rosario. Investigador Adjunto del CONICET. Twitter: @GiavedoniJose