La expresión del título parece una verdad de Perogrullo, pero no lo es tanto para algunos de los constantes promotores de mantenerla viva, empeñados en contarnos que tiene 70 años en Argentina. Ha cambiado de nombre muchas veces, pero es una constante; las diferencias entre los individuos y los grupos sociales tomaron diversas formas y expresiones, y también hubo momentos de mayor virulencia o pervivencia subterránea, hasta su repentina visualización. Y ese parece ser el instante fundacional de la “nueva” grieta.

En efecto, la humanidad estuvo dividida desde prácticamente sus orígenes; tribus, etnias, nacionalidades, etc., han sido su modo de manifestación. Luego nobles y plebeyos; campesinos, sacerdotes y guerreros; burgueses y proletarios; clases obrera y propietaria han sido los términos en que se exteriorizó históricamente la grieta. En la actualidad han revivido otras expresiones que ponen el acento en las diversidades étnicas o nacionales, sobre todo en Europa y los Estados Unidos.

Esta introducción permite dejar en claro que aquello que conocemos como grieta no es un invento argentino, y menos aún de esta época. Las diferencias sociales que se manifiestan en la superficie bajo el formato del odio, el cuidado, la distancia, el miedo, etc., vienen de la llegada de los blancos a América Latina y tal vez antes, porque sabemos que entre los pueblos originarios había diferencias sociales. Los europeos crearon el sistema de castas, en el cual las diferencias basadas en el color de la piel, y en el origen, generaban grietas infranqueables. Sin embargo, en Buenos Aires esos contrastes se matizaban por diversas razones. De modo que las oposiciones siempre fueron originadas en la visión que los sectores dominantes -las élites-, tenían acerca de los que no eran como ellos, por color de piel, por riqueza y por estatus. Estos eran la plebe.

En Buenos Aires los sectores populares, un magma amorfo y sin unidad, se fue conformado lentamente, ayudado no intencionalmente por la misma élite que, cuando los necesitó los convocó, primero para enfrentar a las invasiones inglesas y luego para formar los ejércitos que iban a enfrentar a los realistas. Pero el hito fundacional de la grieta, si se puede fechar, fue la movilización del 5 y 6 de abril de 1811, cuando Cornelio Saavedra convocó a los gauchos movilizados por el alcalde de las quintas Tomás Grigera para provocar el desplazamiento del secretario de la Junta Mariano Moreno. Fue la primera vez que la élite utilizó a los subalternos para dirimir su interna, generando rechazo en el otro bando, que veía a la gente de poncho y cuchillo con temor. Pronto los sectores populares comenzaron a movilizarse por reivindicaciones propias, relacionadas con el ejército, su paga, etc. En la segunda mitad de la década de 1820 esos planteos fueron tomando un sesgo político, mezclado con el bandidaje rural, reclamando el liderazgo de Manuel Dorrego primero y de Juan Manuel de Rosas después, en 1829.

Bajo el gobierno de Rosas la grieta se exacerbó conformando las facciones unitaria y federal, con contenidos de clase, al considerar a los unitarios como los privilegiados económicamente. Lo cierto es que Rosas buscó, para mantenerse en el poder, el apoyo de los sectores populares: afroporteños, pequeños productores, peones, etc. A su caída, la clase dirigente, los liberales, ahora ya más experimentada, logró la alianza con la clase terrateniente dominante en ascenso, sometiendo a los plebeyos y soterrando, al menos en Buenos Aires, las diferencias que fundamentaban la grieta; el alto nivel de vida y la inmigración fueron fundamentales en ese olvido temporal. Reaparecerá en la disputa por la participación electoral de la población en las elecciones, proceso liderado por Hipólito Yrigoyen, que denominaba al sistema imperante como el Régimen, el contubernio. La hendidura entonces se expresaba en la política. Y siguió expresándose de ese modo cuando surgió el peronismo, cristalizando la grieta que llega hasta nuestros días, expresándose en política en kirchneristas y anti kirchneristas, o macrismo versus peronismo.

Sin embargo, no es el único modo de expresión; muestra diversas dicotomías que confluyen políticamente. A saber:

  • Diferencias de clase pobres, clase media, clase alta. Se manifiestan en el nivel de ingreso, en los modos de vida y en aspectos culturales.
  • Diferencias sociales, choriplaneros versus gente de bien, generando la aporofobia, el odio a los pobres.
  • Xenofobia. Bolivianos, paraguayos y peruanos frente a argentinos blancos
  • Diferencias ideológicas, populismo y antipopulismo, mercado o Estado, aunque se confundan los conceptos, que los interesados no tienen ningún interés en aclarar.
  • Estos últimos años ha revivido una dicotomía que viene del siglo XIX; indios mapuches acosando a pobladores blancos.

Como conclusión: Si bien se expresa políticamente como K-antiK, o peronismo-antiperonismo, muchas de las categorías cortan transversalmente la grieta, de modo que las concepciones que intuitivamente ubicaríamos en un lado de la grieta se encuentran también en el otro.

*Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Instituto Ravignani (UBA/CONICET)