Diversas publicaciones recientes llaman la atención sobre un tópico central de nuestra historia: la división constitutiva de la política argentina alrededor de un núcleo popular irreductible que, por un lado, los sectores dominantes suelen construir como amenaza y objeto de control mientras que, por el otro, el peronismo en diversos momentos de su trayectoria ha logrado representar en su faz plebeya. El escenario político post-covid de larga duración que parece abrirse en estos meses actualiza esta tensión, aunque se evidencian allí ciertos rasgos de la política contemporánea cuyos efectos la pandemia ha venido a acelerar o condensar: el descontento hacia la política y la aparente banalización del debate público. Para reflexionar sobre las perspectivas de consolidación de un proyecto nacional y popular en Argentina se vuelve necesario considerar cómo estos cambios epocales atraviesan aquel sustrato siempre fallido sobre el que se despliega la política argentina.

La mayoría de los análisis afirman que las elecciones legislativas de 2021 serán atípicas por, al menos, dos razones. En primer lugar, las encuestas y los resultados provinciales ya disponibles señalan un crecimiento del desinterés en la política. En segundo lugar, se registra un relativo aumento en el apoyo a expresiones políticas que podríamos fácilmente ubicar en la “derecha alternativa” (Alt-Right). Respecto de lo primero, podríamos cargar este descontento, que no es apatía, a la cuenta del desgaste que implicaron 18 meses de medidas de aislamiento y prevención. Sin embargo, es importante remarcar que ambos rasgos están profundamente imbricados en una transformación estructural del lazo político, que incide en el modo en que se promueven las identificaciones y, por lo tanto, condiciona las estrategias para la consolidación de un sujeto popular.

En medio de este declive en el interés y participación, y como lo han evidenciado las campañas legislativas en curso, hoy el vínculo político pasaría por la complicidad. Por una proximidad más allá, o más acá, de las identificaciones políticas al viejo estilo. Ya no predominan —y la pandemia reforzó esta tendencia— las interpelaciones que configuran colectivos reconocibles y reclaman su representación, disputando así la delimitación de un pueblo. Sin embargo, en la dinámica representativa contemporánea sigue latiendo aquella tensión constitutiva de la Argentina en torno a las capacidades de la plebeen un proceso de articulaciones y exclusiones con efectos performativos.

Por ejemplo, las palabras de Vidal al distinguir entre fumar un cigarrillo de marihuana en Palermo y hacerlo en una villa rodeado de narcos parece hablarle al oído al vecino de CABA que se relaja en la privacidad de su departamento, pero también busca emular la mirada clase mediera de ceño fruncido ante aquello que sucedería en la opacidad de los pasillos de la villa. Hace consistir imágenes simplificadas y dicotómicas que buscan conectar con experiencias personales. Esas frases adquieren su sentido en el trasfondo de un reparto imaginario de libertades y prerrogativas, donde algunxs pueden elegir un consumo con propósitos recreativos, mientras otrxs no. Aquellxs disponen libremente de su vida mientras que estxs, con marcas estigmatizantes por su localización geográfica, deben ser sólo objeto de control y cuidado frente al riesgo de ser manipulados por el crimen organizado. Mediante la complicidad que marca a estos dichos se anquilosa el reparto de las voces legítimas en la comunidad política.

Sobre las esquirlas de las muchas veces mentada crisis de representatividad de las instituciones políticas, intervenciones como la de Vidal ha apelado a imágenes ancladas en ese imaginario antipopulista de amplia sedimentación en nuestro país. Aparece como urgente, entonces, el esfuerzo colectivo por hacer lugar a un relato político que aloje un sujeto heterogéneo inscripto en los legados populares históricos de nuestro país. Que promueva la expansión constante de quienes pueden erigirse en titulares de derechos, tensionando el trazado de las fronteras de la comunidad y obstaculizando así la dinámica segregativa en expansión por parte de las derechas locales.

Como muchos aportes teórico-políticos contemporáneos señalan, ese sujeto no deviene de alguna posición externa ni es la expresión genuina de un interés prefijado. En nuestra experiencia de las últimas dos décadas, la configuración de ese sujeto popular pasa en gran medida por las posibilidades de la coalición peronista que hoy gobierna el país. Y más precisamente, por reponer el rasgo diverso de ese frente. Esto requiere evitar la tendencia contemporánea al “narcisismo de las pequeñas diferencias” y asumir la responsabilidad del carácter siempre incompleto, pero por eso mismo deseante, de una articulación política. Quizás en esta senda sea posible vitalizar al populismo argentino en los difíciles tiempos que atravesamos.

* Doctor en Ciencia Política