Los varones estábamos con Farré
Por Octavio Ciaravino. Tal vez lo que él quería era acuchillarnos a nosotros, cortar nuestras voces a través del cuerpo de ella
"¿No lo puedes ver?, tú me perteneces"
Cada vez que respiras, The Police. 1983
"Solo serás la voz, que me haga recordar,
que en un instante atroz, te hice llorar"
Fruta Amarga, Homero Manzi. 1944
Ahí mientras Farré apuñalaba sujetando el cuerpo de ella en esa habitación, estábamos todos nosotros. Estábamos en la invocación, él nos estaba llamando y mostrando que finalmente prestaba atención a lo que le exigíamos para seguir siendo parte. Es que durante meses o años nos turnamos para visitar su mente y enrostrarle que su honor viril estaba siendo mancillado por esa calculadora, esa mujer que no quería cumplir un simple rol de madre y esposa, que ya había comenzado a restablecer sus armas de seducción, aquellas mismas que en los inicios le había aplicado a él, ya usaba seguramente algunas palabras diferentes, porque ya empezaba a adaptarse a la forma de hablar de otros. Todos estos detalles se los repetíamos una y otra vez, nosotros, los cofrades.
Dentro de su cabeza nos reuníamos todos los días, a la mañana, a la tarde, a la noche. Algunos de nosotros éramos más burlones; otros mostrábamos alivio porque no nos ocurría lo que a él, nos conmocionábamos ante la desfachatez y la falta de códigos y por supuesto saludábamos y abrazábamos al cofrade más astuto que ya estaba aprovechando el hueco.
Esa cofradía que habitaba la mente de Farré no es ni una creación de su psique, ni somos nosotros -los demás varones reales- de carne y hueso. No está en la biología, ni siquiera es una ideología está en la cultura, es un mandato que retumba todo el tiempo en nuestras cabezas masculinas, es tan continuo que casi nos acostumbramos a escucharlo. A veces ese mandato pasa al acto y algunos varones se transforman en monstruos y deciden eliminar al sujeto que creen que desencadenó el deshonor. Así lo describe la Antropóloga argentina Rita Segato en su libro Las Estructuras Elementales de la Violencia cuando analiza lo que dicen los violadores condenados
Es posible interpretar lo que ellos mismos intentan decir en las entrevistas realizadas cuando afirman, reiteradas veces, que "no fui yo" o "fui yo, pero otro me lo hacía hacer", "había algo, alguien más", cuya agencia cobra una indiscutible corporeidad y un poder determinante alcohol, droga, el diablo, un espíritu que "cobró cuerpo", un compañero e incluso, en uno de los casos, un verdadero autor del delito, con nombre y apellido, que según el prontuario fue inventado por el reo. Con estas coartadas, el violador no trata simplemente de mentir o eludir su culpabilidad. Más exactamente, intenta describir y examinar la experiencia de una falta de autonomía que lo deja perplejo; los otros, dentro de su conciencia, hablan a veces más alto que su razón propiamente subjetiva. Esta escucha rigurosa de las palabras es fundamental para comprender un tipo de delito cuyo sentido escapa a la racionalidad no sólo del investigador sino también de sus propios autores, (pág; 36)
Farré tuvo que apuñalar muchas veces a Claudia porque nosotros no nos callábamos, seguíamos escandalizados por la falta cometida por ella y por el miedo a que eso se generalice a otras. Tal vez lo que él quería era acuchillarnos a nosotros, cortar nuestras voces a través del cuerpo de ella. Ya con los últimos cuchillazos nos fuimos disolviendo, el ultimo de nosotros en salir dijo "este tipo es un loquito, se le fue la mano". Así dejamos su mente, que se transformó en un espacio enorme y vacío donde tal vez, entró su madre para abrazarlo en el pecho.
Una anatomía del instante atroz fantaseada como la que se ensaya aquí permite introducirnos en los conceptos y herramientas que pueden ayudar a comprender la violencia femicida y algún apunte sobre como detenerla.
Cofradía y legitimidad
La cofradía masculina es la interacción real y cultural entre los varones donde permanentemente estamos actualizando los cánones de la virilidad "mandada". Este concepto es una gran herramienta conceptual para entender lo que sentimos a lo largo de nuestra vida, mientras vamos aprendiendo y construyendo nuestro rol de varones. Hay formas de ser varón y estas formas ajustan en una escala de legitimidad, y en la construcción de esa escala opera en cada momento la "cofradía masculina".
La cofradía viene a ser ese cumulo de interacciones, sentidos, mandatos y momentos en que los varones nos identificamos entre nosotros y marcamos a las otras. El termino cofradía es muy intenso, remite a una especie de asociación, o secta a la que se ingresa cumpliendo ritos de iniciación y en la que se permanece observando algunas reglas, la principal es sostener la cofradía, es decir sostener la diferencia con los que no están en la cofradía, que vienen a ser las mujeres y los varones que no ingresan o que no pueden cumplir las reglas, otro sentido de cofradía es que refiere a un grupo de privilegio. Estar en la cofradía supone el privilegio de poder competir por los niveles más altos de legitimidad y hacer valer ese lugar en la sociedad. Como correlato la cofradía masculina distribuye legitimidades de forma dispar. Así, los varones a lo largo de nuestra vida podemos experimentar subas y bajas en la legitimidad de nuestra masculinidad. Las bajas repentinas pueden llevar a ese lugar atroz de la violencia.
La pregunta por la violencia contra las mujeres remite a estos dos conceptos cofradía y legitimidad de la masculinidad, y la pregunta por cómo superar esa violencia remite a fortalecer los aspectos de la masculinidad que limitan o diluyen la agresividad, resignificando el "honor viril". Es sin dudas una tarea colectiva entre los varones. A esas voces masculinas fantasmales que se transforman en mandato no nos queda otra que enfrentarlas con voces reales, de varones de carne y hueso que contrapongan una forma de masculinidad amplia y que no se encierre jamás en los laberintos del celo, la posesión o la deshumanización de las mujeres.
La cofradía masculina, y su secuela de legitimidades asimétricas es una de las instituciones más antiguas de la humanidad. Recorre toda nuestra historia y en algún momento, algunos varones ceden ante ella, los sonidos de la ira son más fuertes que los del temple y allí arremete la violencia.
Los varones que queremos terminar con esta violencia podríamos estar alertas al momento en que la cofradía se pone pesada, frenar con palabras reales el flujo de palabras imaginarias, relativizar las causas del deshonor y mantener bien amplio el horizonte de posibilidades de llevar una vida digna y legitima más allá de la posesión de una mujer, del miedo a su libertad o la búsqueda de venganza.
Creo que no se trata de establecer pensamientos políticamente correctos y repetirlos como cantinela, se trata de que los varones nos demos la posibilidad de hablar más de lo que nos pasa, poder plantear y replantear las cosas, aunque sea con palabras horribles, porque allí puede haber una válvula de escape para un honor herido, y sobre todo porque en el intercambio podemos conjurar fantasmas y mandatos para que jamás vuelvan a pasar al acto.