“El poder es servicio y sólo tiene sentido si está al servicio del bien común” 

Jorge Bergoglio, Te Deum del 25 de mayo de 2001

Que un papa tiene que ser político es una obviedad y que quien sea erigido saldrá de una “rosca” tan vieja como la Iglesia Católica misma, una perogrullada. Una puesta en escena, ritos, uniformes y personajes cubren con un manto de solemnidad una de las ceremonias vigentes más antiguas. En este sentido, no hay que perder de vista que el poder del papa es comparable en ciertos aspectos con el poder de un monarca absoluto. Encabezar la jefatura de esa rara avis del derecho internacional que es el Vaticano, conlleva a sostener el peso de más de dos mil años de institucionalidad con autoridad sobre los asuntos del Cielo y la Tierra.

Con la muerte de Francisco I, queda en el aire la pregunta sobre la construcción de su imagen en un plano que excede lo ideológico, mas no lo político. Que Jorge Bergoglio haya sido elegido luego del cónclave del 13 de marzo de 2013 realizado tras la dimisión de Benedicto XVI, quizás respondió a una necesaria reforma de una institución criticada por su rigidez, lejanía con los fieles, empapada por escándalos de corrupción y pederastia, así como un necesario aggiornamento a los tiempos que corren. Pero ¿son sostenibles los cambios propiciados a futuro? ¿Fue Francisco la mosca en la sopa del poder o la última advertencia en tiempos de fractura? ¿Es la imagen de Francisco un capital político valioso (esto especialmente en clave de política argentina)?

FRANCISCO DE FLORES: DE LA CRISIS DE 2001 A LOS GOBIERNOS POSTERIORES

Según la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas realizada por el CEIL-CONICET, en 2019 el 62,9% de los encuestados manifestó su adscripción a la fe católica (una disminución de 13,6 pps respecto a los datos de 2008). Asimismo la mayoría (82,4%) manifestó que la elección de Jorge Bergoglio como Papa no alteró su religiosidad, traduciéndose en un mayor acercamiento a la Iglesia Católica, y un 40% manifestó indiferencia sobre la figura del Papa. En materia de imagen positiva, el Papa Francisco, según el Pew Research Center, registró una caída del 91% en 2013 al 64% en 2023 en Argentina. Siguiendo estos últimos datos, estos números se ajustan más a la cantidad de fieles “reales” en nuestro país. Sin embargo, Argentina tiende a exaltar logros individuales y el entusiasmo del 2013 puede que se vea impulsado nuevamente en los guarismos que veamos en las próximas semanas, aunque un estudio realizado por la consultora CEOP indica que la imagen del papa Francisco ronda el 78% de positividad.

Así, mientras las cifras revelan un vínculo fluctuante entre la figura de Francisco y la religiosidad popular en Argentina, su influencia no se limitó al ámbito espiritual. De hecho, su rol en la política local durante el primer cuarto del siglo XXI resulta aún más complejo de medir. Ya desde sus días en Buenos Aires, y luego desde el Vaticano, Bergoglio mantuvo una participación activa y con cierta injerencia en los asuntos de su patria, sin desentenderse del devenir nacional. 

Anticipándose a la crisis que se palpaba en el aire, el todavía cardenal Jorge Bergoglio presentó en agosto de 2001 el documento “Queremos ser Nación”. Allí advirtió como la cara más cruda del liberalismo había generado un deterioro moral y social tal que generaría una ruptura difícil de reparar. No estuvo errado.

Pasadas las semanas turbulentas de diciembre de 2001 y el estallido social de 2002, Bergoglio se sumó a la Mesa de Diálogo impulsada por Duhalde y que agrupó a distintos actores del sistema político que de alguna manera intentó germinar una reconstrucción institucional. A partir de entonces, Bergoglio cobró protagonismo en la opinión pública como un referente ético en la Argentina, así como las Madres y Abuelas de Plaza Mayo o el Premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Ese posicionamiento sería clave para entender su relación posterior con los distintos gobiernos democráticos, aunque esto no lo libró de tensiones y hasta contradicciones.

Desde que se volvió Francisco, Jorge Bergoglio nunca volvió a pisar el suelo del país que lo vio nacer. A lo largo de distintas entrevistas, tanto él como sus voceros, fueron esquivos a la respuesta a una pregunta que a priori parecía sencilla y amparada por su estado de salud que fue deteriorándose en los últimos años. Nunca ajeno al contexto local, Francisco vio pasar cuatro presidentes de perfiles completamente distintos entre sí. 

Sin dejar expuesta una identidad partidaria explícita, desde los distintos gobiernos se observaron momentos de mayor afinidad para hacer un uso de la imagen del “Papa Argentino”, como la visita de CFK apenas asumió Bergoglio o la sintonía ideológica como intentó propiciar Alberto Fernández. Sin embargo, también primaron los momentos de frialdad y tensión por un sector del kirchnerismo, incrédulo al conocerse la noticia de la designación de un Bergoglio todavía percibido como un abierto opositor; o la distancia mostrada hacia los gobiernos de Mauricio Macri (cuestión acarreada como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) y Alberto Fernández (tras la sanción de la ley del aborto); o los exabruptos electoralistas de Javier Milei.

En resumen, si bien su postura como cabeza del Vaticano fue algo ambigua e incluso en temas "espinosos" para la Iglesia, primó una postura menos confrontativa que sus años como principal prelado de Buenos Aires y la Conferencia Episcopal Argentina. 

FRANCISCO COMO LÍDER MORAL Y POLÍTICO GLOBAL. LA AGENDA DE LOS DESCARTADOS ¿Y AHORA QUÉ SIGUE?

En un mundo que avanza aceleradamente hacia nuevas formas de exclusión, el papa Francisco centró la agenda de la Iglesia en sus fieles, especialmente en aquellos que caracterizó como los "descartados". Ya no se trata solo de los pobres, ni únicamente de los migrantes, ni siquiera de los que padecen hambre o guerras; se trata de todos aquellos que, bajo las lógicas dominantes del mercado y el poder, han sido expulsados del centro de la vida social. En su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium (“La alegría del Evangelio”) dirigida a obispos, presbíteros, diáconos, a las personas consagradas y a los fieles laicos, Francisco delineó el núcleo de su mensaje político y moral, desafiando las estructuras que los generan y reclamando una transformación global que devolviese la dignidad a quienes el sistema ha desechado. Todo esto desde el púlpito de una institución que pedía reformas a gritos.

Fiel a su estilo, Francisco denunció los males de la crisis de exclusión a la que se ven confinadas millones de personas alrededor del mundo: “Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata(...) Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve”.

Así como en la carta encíclica Laudato si´ (Alabado seas), el Evangelii Gaudium, critica la “teoría del derrame” por su falta de sustento empírico para desarrollar a las sociedades, así como una confianza burda e ingenua en el Mercado en pos del beneficio de unos pocos y facilitado por el corrimiento del Estado en sus funciones de velar por el bien común. Francisco plantea lo que distintos economistas críticos al neoliberalismo propician desde hace décadas, para que el dinero deje de ser un fin en sí mismo (aquí utiliza la analogía del becerro de oro, como una versión nueva y despiadada del fetichismo del dinero y la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano). En este sentido, vincula el aumento de la violencia a nivel global de la mano falta de igualdad de oportunidades, la destrucción del tejido social y la crisis de la familia como célula básica de la sociedad. Francisco marca el rumbo de la institución que le toca dirigir, desde una fundamentación teológica, llama al diálogo interreligioso, y remarca la importancia del rol pastoral y evangelizador que debe primar en la Iglesia por encima de posturas burocratistas y lejanas a los problemas de las personas. Finalmente, muestra una fuerte preocupación por la educación y espiritualidad ecológica que fomenten la sobriedad, la gratitud y el cuidado por la creación.

Llevado al plano de los hechos, cabe destacar el impulso de una diplomacia activa, propiciando el diálogo en zonas de guerra como Gaza y Sudán del Sur o interviniendo en Ucrania a través de enviados especiales para destrabar corredores humanitarios; o incluso llevando la presencia de la Iglesia hacia las “periferias” geográficas y sociales del planeta, alzando la voz de los pueblos indígenas y poniendo en cuestión la crisis climática global.

Así como hay quienes puedan decir que Bergoglio no cambió para volverse Francisco, sino que se volvió Francisco porque nunca dejó de ser Bergoglio, la historia dirá cuánto peso tendrá su figura para la posteridad. 

Ahora bien, el catolicismo enseña a perdonar y tal vez la fuerza de su credo resida en este atributo divino y fundamental. Sin embargo, es difícil dejar atrás tiempos oscuros de persecución y muerte amparados y avalados por la Iglesia Católica. Tampoco hay que perder de vista los escándalos de corrupción y abusos de poder ocurridos durante el mandato de Francisco. Incluso se le ha criticado por no haber impulsado otras reformas necesarias (por ejemplo, la incorporación de las mujeres al sacerdocio), o haber avanzado con mayor decisión sobre casos de abusos sexuales. Difícil pretender cambios de raíz en tan sólo doce años desde el interior de la propia Iglesia. También están quienes criticaron a Francisco (no sólo al interior) por plantear posturas relativistas sobre temas como el trato a los homosexuales y hasta de propiciar una agenda populista y hasta marxista (sobre esto último basta recordar cuando el presidente Javier Milei lo calificó de “representante del maligno en la Tierra”).

A partir del 7 de mayo, fecha en que iniciará el cónclave para elegir al nuevo papa, distintas fuerzas mostrarán más o menos explícitamente su rostro. Restará ver si prima una línea reformista de la Iglesia que dé algo de sentido colectivo y fomente la denuncia y crítica a lo establecido (el “¡hagan lío!” con el que Francisco invitaba a los jóvenes durante un encuentro en Río de Janeiro); o si primarán las mismas fuerzas que pusieron a Joseph Ratzinger, tildado de conservador y tradicionalista, vuelvan al ruedo envalentonadas por el avance de la derecha internacional. Que Dios -y la Razón- nos libren.