En las últimas semanas se dieron a conocer dos datos curiosos, intrínsecamente ligados entre sí: por un lado, las encuestas de opinión pública que le otorgan a Javier Milei una alta popularidad, pese al brutal ajuste implementado desde que comenzó su gestión. Por otro lado, que los resultados de esas mismas encuestas se constituyeron en insumos para la toma de decisiones cruciales de actores políticos y corporativos fundamentales.

Para empezar, hay que subrayar que la opinión pública es un referente voluble, volátil y sumamente cambiante. En este punto, resulta útil remitirse a un concepto que proviene de la física cuántica (pero que puede extrapolarse, a modo de metáfora, a otros contextos y áreas de análisis): el principio de incertidumbre de Heisenberg, que establece -muy simplificada y esquemáticamente- que en todo proceso de medición se altera el objeto a ser medido. Esto aplicado a las encuestas y sondeos de opinión, nos lleva a concluir que no hay posibilidad de conocer el estado de la opinión pública sin producir efectos sobre la misma, durante el propio procedimiento de medición, orientándola en determinada dirección. Sobre esto, ya Bourdieu nos advirtió hace tiempo acerca de la falacia de la opinión pública: al realizar una encuesta de opinión, estamos suponiendo que todas las personas pueden tener una opinión formada, otorgando el mismo valor a todas las opiniones.

En efecto, la opinión pública es la rearticulación artificial de orientaciones particulares sobre temáticas puntuales que, al adquirir carácter público, se conforma en un insumo para la confección de nuevas racionalidades individuales. Toda esta rearticulación se ve acrecentada en tiempos de primacía de las redes sociales propensas a diseccionar la información y a viralizar fragmentos tendenciosos y descontextualizados. Se intensifica la lógica del agendasetting del siglo XX, con cámaras de eco generadas por las redes sociales que son curadas para cada perfil de usuario. En suma, las encuestas de opinión y sus secuelas configuran climas políticos muchas veces artificiales y generan realidades en un contexto de posverdad.

En el caso aquí analizado, además, según fue publicado nada más y nada menos que en TN, Milei contrató encuestas por $32 millones para medir el rumbo de la gestión y el humor social por la inflación. Con ese solo dato, alcanza para vislumbrar la finalidad con la que se efectuó la medición de la opinión pública: reforzar el capital simbólico de Milei y recrear la narrativa libertaria. Todo esto, con el objeto de mostrar que se estaba ganando la batalla cultural, pese al contexto objetivamente adverso.

Se daba a entender que el presidente mantenía un nivel de apoyo cercano a aquel 55,6% obtenido en las urnas. En una nota de La Nación, se sostuvo que el balotaje de 2023 había generadola ilusión óptica de que la Argentina había cambiado de una vez y para siempre. Sin embargo el conjunto de electores que acompañó a Milei en la segunda vuelta es muy disímil y heterogéneo, nutrido básicamente por tres sectores: 1) un grupo de seguidores libertarios cuantitativamente relevante, pero ni remotamente suficiente como para sostener este programa a largo plazo; 2) una capa compuesta por individuos regidos por la fe, la necesidad de creer que la solución a todos sus padecimientos está en marcha (pero con menos tolerancia en el corto y mediano plazo); 3) electores de segunda o tercera preferencia o votantes de “mal menor, que habían elegido a Bullrich en la primera vuelta, estructuralmente antikirchneristas, regidos por la pura negatividad política. 

Los miembros de los dos primeros sectores, en términos generales, resultan los principales damnificados del conjunto de ideas a las que comenzaron a adherir por considerarlas consistentes e interesantes en “papel”. De ahí que se necesitó la construcción de un mito populista legitimador, erigido sobre nociones figurativas como la de la “luz al final del túnel” (de sacrificio presente, pero retribución futura) y una fraseología propia, con elementos místicos como “las fuerzas del cielo” o “no la ven” (como si existiera un Edén sólo aprehensible para quienes estaban dispuestos a hacer los esfuerzos terrenales requeridos). Esta construcción mitológica había tenido buena acogida en sectores que venían de un empeoramiento continuo y acelerado de sus condiciones materiales de existencia, particularmente los jóvenes[i].

Al respecto cabe mencionar que todo mito populista posee cuatro componentes distintivos: i) Líder salvador/ redentor; ii) Reminiscencia a un pasado glorioso; iii) Antagonismo primordial; iv) Movilización de masas. El primer componente claramente se estructura en torno de la figura carismática de Milei. El segundo elemento se observa en la apelación al retorno de la supuesta Argentina pujante de un siglo atrás, que le permitió al libertario construir una épica de la restauración de un país devastado. Con respecto al tercer componente, desde el inicio de la campaña, se produjo una escisión hegemónica entre un ellos -los enemigos: los parásitos, los militantes, los k, los orcos- y un nosotros -los argentinos de bien- mediante un proceso de colonización de las subjetividades, que permitió cohesionar al conjunto de adherentes y consolidar su identidad, de modo antagónico.

Por último, lo que no puede exhibir el gobierno actual, no obstante, es el cuarto componente populista: la aclamación de las masas movilizadas. Esto se vio el día del inicio de las sesiones legislativas ordinarias, cuando, por primera vez en la historia reciente, el Congreso estuvo rodeado por sectores opositores al gobierno; mientras que los jóvenes libertarios pobres que iban a vencer a los orcos -al decir de Macri- brillaron por su ausencia. Si no se movilizaron para aclamar al presidente en un acto inaugural, es difícil pensar que salgan activamente en su defensa cuando el gobierno entre en jaque. Y mucho más difícil aún es que se sumen los electores de segunda preferencia, quienes no experimentan una identificación positiva primigenia con el oficialismo. Ahora bien, este componente fallido -la movilización de masas- propio del mito populista busca de algún modo ser sustituido alternativamente por la aprobación pública exhibida en las encuestas.

Con esta idea de pseudo movilización/aclamación ficticia lo que se termina generando en realidad es una desmovilización tanto de aquellos que desde un comienzo se opusieron a Milei, como de quienes empiezan a sentirse disconformes con las políticas implementadas durante la gestión libertaria, en un contexto de aparente reflujo de la movilización callejera, de dispersión de las luchas sectoriales y de desdibujamiento de la oposición política, tanto en las instituciones como en el territorio[ii].

Desde un principio, muchos de nosotros creíamos que iba a ser fácil desarticular el dispositivo mitológico sobre el que se erigía la popularidad de Milei, ni bien comenzaran a experimentarse los efectos de su programa. Sin embargo, de inmediato se nos pidió cautela. Se nos sugirió escuchar, comprender e incluso abrazar al votante libertario quien -equivocado o no- tenía sobradas razones genuinas para sentirse insatisfecho con el esquema de poder que había prevalecido en los últimos años. Eso procuramos hacer, pero sin que la empatía singular hacia esos individuos frustrados y con bronca invalidara la profunda crítica respecto de la vía escogida como alternativa; no sólo en términos de valoración subjetiva, sino en tanto canal apropiado para dar respuestas y soluciones objetivas a sus demandas planteadas.

Efectivamente, tras las primeras medidas gubernamentales, tuvimos evidencia para exponer que no era cierto aquello de que "No hay plata”, sino que la plata estaba, pero era inequitativamente asignada y distribuida[iii] y para explicar que un plan de ajuste de esta naturaleza produciría un gran sufrimiento en las clases populares y una transferencia de ingresos a los sectores más concentrados de la economía. La primera respuesta cuasi automática que recibimos por parte de quienes apoyaban al gobierno fue “hay que darle tiempo”, “recién empieza”, “hay que esperar”. Pese a que la realidad nos dio la razón más rápidamente de lo que creíamos, es paradójico que, conforme fue transcurriendo el tiempo, se haya ido fortaleciendo supuestamente la posición favorable al gobierno.

Retomamos el interrogante inicial referido a la opinión pública: ¿cuál es el huevo y cuál la gallina? Las encuestas y sondeos de opinión ¿miden efectivamente la realidad o, alternativamente, la construyen, cumpliendo una función performativa? Lo cierto es que las encuestas son un instrumento de medición válido, pero imperfecto y limitado. En ese sentido, es la sacralización efectuada por el mainstream mediático que replica automáticamente los datos que figuran en ellas lo que provoca un efecto ilusorio, generando dispositivos de desaliento para la acción política, cumpliendo un rol fundamental en la mencionada batalla cultural librada.

Según una prestigiosa consultora de opinión, a fines de diciembre, Milei contaba con un 43% del apoyo, perdiendo popularidad a razón de un 1% diario (situación inédita en la historia democrática reciente). Considerando tanto las limitaciones del instrumento de medición, como la volatilidad de las adhesiones y la impredecibilidad de los climas políticos emergentes, era difícil suponer que aquella tendencia se mantuviera intacta. De todos modos, lo que resulta contraintuitivo es que el presidente presuntamente haya recuperado apoyo, dado el empeoramiento de todos los indicadores económicos y sociales existentes. 

Efectivamente, este gobierno comenzó con una brutal devaluación sin compensaciones. A la que le siguió la firma de un mega DNU inconstitucional que ha ocasionado un enorme ajuste de los haberes jubilatorios y salariales, liberalización de precios, apertura importadora indiscriminada, aumentos de los alquileres y de las prepagas, retenciones a la industria y a las economías regionales, entre otras consecuencias.

En estos meses la pobreza escaló al 57,4%; la inflación creció 71,3%; el salario mínimo disminuyó un 37,1%; se paralizó la obra pública y se produjeron despidos masivos en reparticiones estatales y en empresas tercerizadas.

A esto se agrega el alto nivel de intolerancia y agresividad en la modalidad de interacción del presidente con otros actores políticos de relevancia, al tiempo que se registran episodios de censura y una escalada y recrudecimiento de la violencia en todas sus formas. No se puede pasar por alto tampoco, la irresponsable política exterior oficial, con consecuencias potencialmente peligrosas e irreversibles en el plano geopolítico internacional. 

A todo esto, hay que añadir que el gobierno no puede agenciarse un solo triunfo legislativo hasta la fecha y ni siquiera ha logrado mantener cohesionado a su propio bloque parlamentario. El rechazo tanto de la Ley Ómnibus inicial como del DNU en el Senado fueron caracterizados por un analista de renombre como “victorias simbólicas” junto a derrotas numéricas del gobierno de Milei. Ese galimatías semántico oculta que se trató de resonantes derrotas, frente a las cuales, el mandatario pudo efectuar ciertos rodeos y malabares para evitar que no hicieran gran mella en su capital simbólico, que fueron celebrados con algarabía por los voceros de los medios afines al gobierno, como si se tratara de hitos triunfales en la batalla librada en el plano de las ideas.

En ese sentido, Milei se habría trazado teóricamente dos metas concretas: controlar la inflación y ganar la batalla cultural. Con respecto a la primera, vemos que el gobierno festeja con bombos y platillos que haya habido una desaceleración en la inflación (como si esta pudiera ser medida aisladamente de las otras variables económicas que entran en juego), pero que, incluso, es más lenta de lo esperado. Efectivamente, se trata de una leve desaceleración inflacionaria, a partir de un registro que se inicia con un pico escandalosamente alto tras el salto devaluatorio efectuado exprofeso por el propio gobierno de Milei a los pocos días de asumir.

Y el segundo aspecto, reposa sobre los otros elementos mencionados: las encuestas que exhiben apoyo popular a pesar del ajuste, decepcionan a quienes apostaban por la presta reacción de las masas ante las consecuencias de este modelo. Al mismo tiempo, refuerzan la creencia de que el gobierno está ganando la batalla cultural, mostrando efectividad al haber presentado una escisión primordial en la sociedad entre dos campos antagónicos.

En ese sentido, de los tres sectores que apoyaron a Milei en el balotaje, dentro de los primeros, hay quienes reafirman la creencia de que sus padecimientos actuales (que no difieren tanto de los que venían acumulando en los tiempos recientes) son producto de la herencia recibida y que solo podrán ser revertidos una vez que se desmantelen los pilares sobre los que se erigía el esquema de poder anterior. Los segundos eligen creer, no ven alternativas plausibles y adhieren al precepto de que “Si a Milei le va bien, al país le va a ir bien” (con lo cual existe un entrecruzamiento entre expresión de deseos y evaluación real). Los miembros del tercer sector -que, no obstante, representan casi la mitad de aquel 55,6% de noviembre- no tienen las urgencias de supervivencia inmediata de millones, al tiempo que, algunos de ellos celebran el desmoronamiento de las estructuras simbólicas asociadas al kirchnerismo e incluso se regocijan con la represión policial hacia los enemigos de los argentinos de bien. Estos electores, por las razones antes mencionadas, brindan un apoyo “fervientemente pasivo” al gobierno nacional.

Retomando el interrogante anterior respecto del rol de las encuestas y de los enigmáticos cambios en los alineamientos políticos y en el humor popular, lo que es difícil de comprender es que haya habido individuos disconformes al inicio de este gobierno, pero satisfechos en el momento actual, objetivamente más desfavorable que el precedente, en todos los órdenes.

Si bien las condiciones objetivas por sí mismas no derivan en una toma de conciencia colectiva y, por consiguiente, en una alteración del escenario político real, lo que se exhibe es una disparidad absoluta e infranqueable entre las condiciones objetivas y la supuesta percepción subjetiva de la opinión pública nacional. En ese sentido, la elevada popularidad presidencial extraída de las encuestas de opinión y presentada por el sistema de medios de comunicación -supliendo así el componente de aclamación pública y masiva, propio del mito populista- es abordada cual si fuera un dato inmutable de la realidad. En consecuencia, la ilusión óptica de un apoyo blindado e inquebrantable al presidente y de una batalla cultural perdida, sumada al seguidismo de la dirigencia política y sindical a los vaivenes de la opinión pública no hace otra cosa que configurar dispositivos de desánimo, insuflando derrotismo y provocando desmoralización en quienes se oponen al gobierno libertario.

Si bien la correlación de fuerzas es adversa, no es en absoluto irremontable como aparentemente se presenta en las encuestas de opinión. Por ello, los actores políticos y sindicales con capacidad de incidencia en la realidad, en lugar de rendirse ante supuestos hechos consumados inalterables, deberían encabezar la resistencia a las medidas arbitrarias y antipopulares del gobierno y propiciar la lucha unificada de los grandes sectores damnificados por este brutal plan de ajuste, reconquistando la calle, que es -como la historia ha mostrado implacablemente- la madre de todas las batallas.

*Con la colaboración de la Magister Candela Grinstein y del Licenciado Rodrigo Díaz Esterio (miembros de GECIRPAL).

[i] Si nos remitimos tan solo a los ingresos familiares los datos del CEDLAS demuestra una caída entre 2022 y 2023 para nueve de los diez deciles de ingresos inferiores de ingreso. Lo anterior se refrenda si tomamos cualquier métrica de los últimos 12 años de estancamiento y crisis económica bajos signos políticos diferentes, sea esta pobreza, PBI per cápita o inflación. Los datos corresponden al repositorio del CEDLAS para la medición de ingresos familiares según la EPH entre 2022 y 2023 y del Banco Mundial.

[ii]Entre un radicalismo que no existe, peronismos provinciales que negocian desde una lógica de pago chico, un remanente del PRO cooptado por LLA y un kirchnerismo que balbucea una explicación para sí mismo sobre el estado de las cosas y sobre sí, de cara al electorado.

[iii] Mientras las universidades nacionales se encuentran al borde del colapso -y varias ya se han declarado en emergencia presupuestaria- debido al congelamiento por parte del gobierno a los fondos asignados al Programa Desarrollo de la Educación Superior; vemos cómo desde el gobierno se celebra la compra de una flota de aviones de combate.