En palabras de la distinguida socióloga y psicóloga argentina Silvia Bleichmar, existe en la infancia un sentimiento de “desvalimiento que da lugar a la más profunda de las angustias: se trata de la sensación de "des-auxilio", de "des-ayuda", de sentir que el otro del cual dependen los cuidados básicos no responde al llamado”. Este desvalimiento puede devenir en marasmo, es decir, en un “dejarse morir por desesperanza, por abandono de toda perspectiva de reencuentro con el objeto de auxilio”. Si consideramos al Estado como objeto de auxilio de una determinada sociedad, observamos cómo este encarnó, durante la última dictadura cívico-militar, no ya una política de des-auxilio, sino un programa integral deliberadamente anti nacional cuyo objetivo último era el disciplinamiento –y cuando  no, la aniquilación– de los sectores populares y sus representaciones políticas, esto es, fundamentalmente, el peronismo y las izquierdas argentinas.

La supuesta “lucha contra la subversión” estribaba en un plan represivo total que no descuidaba ningún aspecto del cuerpo social y, más aún, plenamente lo gobernaba desde los planos político, económico, social y cultural. Así, Rayuela; Operación Masacre; El mundo del revés; Mascaró, el cazador americano; Un elefante ocupa mucho espacio; La torre de cubos; El Principito; Drácula; Tiempo de revancha; Viernes 3 AM; La guerrillera; Como la cigarra; Sueño con serpientes; Sólo le pido a Dios; La Opinión y Crisis, son sólo algunos títulos de obras literarias, películas, canciones y medios de comunicación que fueron censurados en los años setenta en pos de cumplimentar el plan sistemático de sometimiento colectivo.

La censura da cuenta del alcance de los intentos de penetración social de la Dictadura basados en un delicado engranaje político y económico que destruía la organización e ideología popular. Si el germen de éstas se encontraba –previa dictadura– en un patrón de acumulación de industrialización por sustitución de importaciones que había iniciado su segundo ciclo en 1958 a través del impulso al desarrollo de la industria pesada, era por lo tanto la destrucción de ése patrón y su reemplazo por uno de valorización financiera, el método más eficaz de destruirlas. Dicho de otro modo, la desindustrialización suscitada a partir de 1976 no descansó acaso en un presunto “agotamiento” del modelo anterior que por el contrario había logrado consumar, entre otras cosas, un 20% de exportaciones de origen industrial, sino que se fundó en una práctica deliberada, forzada y obligada para desmantelar al campo nacional y popular e imposibilitar posibles organizaciones futuras.

Operación contra el marasmo

El autollamado “Proceso de Reorganización Nacional” intervino sindicatos y suspendió el derecho a huelga pero también mutiló la política mercado internista a través de su política de despidos, devaluación y congelamiento salarial que provocaron una brutal caída del salario real promedio.

Por otro lado, la implantación de un patrón de valorización financiera fue posible  gracias a un doble movimiento: por un lado, las grandes oportunidades financieras que traía aparejada la política de mantener una alta tasa de interés en relación al resto del mercado internacional; por otro, el  cambio significativo en cuanto a la utilización de la contracción de deuda externa hasta el momento. Mientras que hasta entonces, la deuda que se había configurado como una fuente de financiamiento para el sector industrial, ahora cumplía la tarea de garantizar la fuga de capitales al exterior habiéndose ya “valorizado” con dicha tasa de interés. Se consumaba así la transferencia de ingresos de los sectores populares hacia la oligarquía agraria y financiera y hacia el capital financiero internacional.

Está claro que la política genocida de la Dictadura se movía en el plano humanitario y económico con un único fin. La violación sistemática de los Derechos Humanos y la política de genocidio económico coexistían como dos caras de una misma moneda. La represión encarna(ba) la única salida posible ante las tantas medidas estatales antipopulares. Medidas que, ahora de un Estado represor que había abandonado intencionalmente la función benefactora, perseguían premeditadamente el marasmo. Pero donde hay poder, hay resistencia. Y en la resistencia al abandono por parte del objeto de auxilio se encuentran quienes se negaron a un proyecto de Estado dedicado a producir huérfanxs: lxs treinta mil y lxs millones que hoy continúan esa lucha.

*Licenciada en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires, Maestranda en Defensa Nacional por la Universidad de la Defensa, integrante de la Materia Análisis del discurso de las izquierdas argentinas de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y del Grupo de Estudios de Marxismo e Historia Argentina del IEALC.