El desequilibrio fiscal y monetario que está acumulándose en la economía global es muy peligroso, porque siempre termina en una crisis de consecuencias impredecibles. La deuda global superará el récord de 2020 este año y alcanzará el 350% del PIB mundial en pocos meses a este ritmo. Mientras tanto, el balance de los bancos centrales se dispara a más de $20 billones de dólares y países como la Argentina caen en el error de seguir destruyendo la economía vía fiscal y monetaria entrando en una espiral inflacionista creciente y con un nivel de pobreza superior al 40%.

Sin embargo, las grandes tendencias globales de mejora del crecimiento y la calidad de vida de los seres humanos no solo no han parado con la pandemia, sino que se han acelerado. La tecnología, el impulso inversor hacia la sostenibilidad y los avances en innovación están poniendo las bases para un futuro mucho más productivo y a la vez eficiente y respetuoso con el medio ambiente.

Lo que pasa en el mundo es que los estados siguen pensando con mentalidad del siglo XX mientras los avances mundiales dan saltos de gigante. Los gobiernos siguen pensando en soluciones de hace décadas, gastar y aumentar la burocracia, crear inflación -el impuesto de los pobres-, y mantener políticas proteccionistas -intervencionistas es mejor palabra-, obsoletas y siempre fallidas.

Por ello, hay que recuperar la cordura económica. Las empresas y familias se han adaptado admirablemente, pero los estados no pueden exigir que se les mida por baremos del siglo pasado y que su actividad no esté sujeta a los cambios del progreso mundial. Un estado no puede estar hablando de eficiencia, tecnología e innovación mientras dispara la burocracia y mide su peso en la economía con mediciones obsoletas como gasto sobre PIB, sin atender a la eficacia del mismo, o número de funcionarios por habitante, que es claramente la ratio más ridícula de la historia.

Si un político quiere realmente lo mejor para su país debe atacar la inflación, no promoverla. La política monetaria del país debe estar orientada a garantizar que la moneda sea reserva de valor y generalmente aceptada, no hundirla constantemente como ocurre con las medidas del BCRA y el gobierno argentino.

Si un político quiere realmente lo mejor para su país debería atacar el efecto desplazamiento del sector público que limita y frena la inversión, acceso a crédito y capacidad de creación de empleo de empresas y familias. El “crowding out” no es una política social, es la receta de la estanflación y los argentinos lo saben perfectamente.

Si un político quiere realmente lo mejor para su país y además ser reelegido, debería poner todas las facilidades para atraer esa inversión de alta productividad y fuerte componente tecnológico que permitirá a la economía crear más empleo con salarios más altos. Por eso Argentina debe seguir el ejemplo de Corea del Sur, no el de Corea del Norte.

El exceso en política monetaria y fiscal no va a generar las bases para ganar un futuro más sostenible y tecnológico. Simplemente disfraza los desequilibrios durante un tiempo y luego saltan generando mayores problemas. Es momento de que los estados adopten las mejores prácticas de eficiencia y prioridad y atraigan capital inversor para que los puestos de trabajo del futuro se creen más rápidamente y el impulso sostenible sea realmente competitivo y eficaz.

*Doctor en economía, profesor de Economía Global y autor de bestsellers entre los que se cuentan La Gran Trampa, La Madre de Todas las Batallas y Viaje a la Libertad Económica, traducidos al inglés, chino y portugués. Twitter: @dlacalle