El arte de tejer: Sobre candidaturas, liderazgos y coaliciones
Los presidentes de la democracia y sus armados políticos. Las características innatas, decisiones e ideología que los llevaron a distintos tipos de finales.
Entre los recursos y competencias que definen un liderazgo político se encuentran atributos personales como el carisma, la voluntad, el coraje, la templanza, la confianza en sí mismo y la ambición de poder. Estos elementos se conjugan con la capacidad de tomar decisiones acertadas en contextos críticos, el talento para movilizar apoyos políticos y una destreza retórica que permita interpelar a diferentes grupos sociales generando así identificación.
Desde el retorno de la democracia en nuestro país hasta la actualidad, hubo varios liderazgos y figuras políticas con diferentes características. La habilidad de oratoria para movilizar una promesa política que vinculaba la democracia con el bienestar colocó a Raúl Alfonsín como el líder más importante de esa primera etapa. Aún cuando la crisis social y económica de 1989 lo obligó a entregar anticipadamente el poder presidencial, mantuvo la capacidad para influir en las decisiones más gravitantes de su partido aunque ya no fuera una figura competitiva electoralmente. El Pacto de Olivos y la construcción de la Alianza son claros ejemplos de ello. A diferencia de él, Fernando de la Rúa tuvo una carrera política exitosa en sus desafíos electorales pero su falta de carisma y sobre todo las malas decisiones tomadas en la gestión del gobierno nacional impidieron su consolidación como líder político.
Sin el recurso retórico de su antecesor, Carlos Menem construyó poder político a través de la decisión de reestructurar el Estado y profundizar el ciclo económico neoliberal. Desplegó un carisma efectivo en la interacción personal pero también en las reglas del espectáculo político impuestas por los escenarios mediáticos. Con el éxito de estabilizar la economía, Menem logró reformar la constitución nacional y obtener su reelección como presidente. Cuando dejó el Poder Ejecutivo, se fue diluyendo su relevancia política. El liderazgo opositor al menemismo lo ejerció Carlos “Chacho” Álvarez, quien supo instalar en la sociedad una promesa moral sobre la política con eje en la lucha contra la corrupción. A su lado, creció políticamente Graciela Fernández Meijide, la figura electoral más taquillera del Frepaso. El destino político fue adverso para ambos dirigentes: Fernández Meijide sufrió una dura derrota en la interna presidencial con De la Rúa. Mientras que, yendo del Senado al living, desde su casa Álvarez anunció que renunciaba a la vicepresidencia trece meses antes que tronara el “que se vayan todos”.
Como emergente de la crisis del 2001, Néstor Kirchner promovió una vertiginosa reconstrucción del poder presidencial impulsando un proceso de crecimiento económico donde el Estado ganó márgenes de autonomía respecto a intereses corporativos y capacidad para satisfacer demandas sociales. Para ello, supo construir y articular una amplia coalición política y social que incluía a sectores mayoritarios del propio justicialismo, del sindicalismo, de los movimientos sociales y de los organismos de derechos humanos. Mientras que, Cristina Fernández de Kirchner consolidó un liderazgo político con el que también se identificaron nuevos sectores que participaron de la arena política, sobre todo desde el dirimente conflicto por la resolución 125. La ex presidenta antagonizó con diferentes actores del poder económico, mediático y judicial que se mostraron refractarios a sus políticas y a su figura. En tanto, sin cualidades carismáticas ni determinación para marcar territorio y lograr conducir a sectores disidentes del peronismo, Daniel Scioli fue un dirigente que mantuvo su rentabilidad electoral a lo largo de ese ciclo político.
¿Nace un líder?
El retorno al llano de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner no fue un impedimento para que mantuviera su centralidad política a nivel nacional y su competitividad electoral. Una jugada estratégica cambió drásticamente el escenario previo a las PASO evidenciando su capacidad para tomar decisiones arriesgadas en un contexto de alta incertidumbre: la nominación de Alberto Fernández como candidato a presidente por el “Frente Todos”. Fernández no era un líder político, tampoco un candidato con perspectiva de traccionar votos. Reconciliado con la ex presidenta, el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner urdió, con paciencia de orfebre y en la penumbra, acercamientos de diferentes actores políticos, sindicales y sociales con la ex mandataria. Su sorpresiva candidatura presidencial lo obligó a tejer a cielo abierto alianzas y apoyos de los más diversos. Transitó con templanza y vocación pedagógica los espacios mediáticos más cerrilmente opositores, impulsó la candidatura de Lammens en la ciudad y consiguió que Sergio Massa declinara su aventura electoral presidenciable. Con su empatía y capacidad articuladora, Fernández logró la unidad de un gigante invertebrado como era el peronismo y eso se reflejó en las urnas con un triunfo categórico.
De negociador a candidato, de candidato a presidente. Dos desafíos de magnitud asoman en el horizonte inmediato del nuevo presidente: componer la des-compuesta economía que deja la gestión de Macri, una pesada herencia que exige urgencia y decisiones acertadas. Paralelamente, conducir una amplia coalición ideológicamente heterogénea: a su izquierda la ex presidenta con su advertencia de “neoliberalismo nunca más”; a su derecha, Sergio Massa y su propuesta de bajar a 14 años la edad de imputabilidad de los menores. ¿Será la liga de gobernadores la columna vertebral del “albertismo”? En cualquier caso, el flamante primer mandatario requerirá agujas e hilo grueso para entramar la compleja gobernabilidad argentina.
*Doctor en Ciencias Sociales (UNGS-IDES). Docente e investigador en el área de Sociología de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Analista de las coaliciones legislativas en el gobierno de Cambiemos y liderazgos políticos.