La irrupción de Néstor Kirchner aglutinó a muchos sectores, entre ellos el que andaba entre los 25 y los 40 años allá por 2003. Ese segmento de militantes, intelectuales y ciudadanos activos que sufrieron el desencanto de la política durante la crisis y que no se despolitizaron. Ese segmento fue uno de los “engordes” que nutrió al kirchnerismo en su primera etapa. Con el paso de los años, sobre todo a partir de 2011, se empezó a verificar un proceso de desgajamiento, que si bien fue tenue, marcó el distanciamiento de muchos que se veían lejos del “patio de las palmeras” y esa foto de Cristina en los balcones interiores de la casa de gobierno vivada como una star. La endogamia de una política que perdió productividad, el aislamiento de los críticos. En fin. Todas cosas conocidas en el ecosistema militante y de las que muchas redes sociales funcionaron como reflejo.  

A partir del 54% nace para muchos el llamado “cristinismo”, que se aleja del armado original que impulsó Néstor Kirchner (y que consistió en sumar a sectores con dirigentes tales como De la Sota, Sergio Massa, Hugo Moyano, por citar los más rimbombantes). Se rompe lo que la socióloga Ana Natalucci llamó “la coalición kirchnerista”. Cristina llegó al fin de su último mandato alejada o enfrentada con vastos sectores del peronismo realmente existente, ese que gobierna. Su repliegue llegó al máximo en las elecciones de 2017 donde perdió su primera elección contra el insignificante Esteban Bullrich. Es obvio que esa campaña la militó María Eugenia Vidal, quien no iba a permitir bajo ningún aspecto que sus candidatos fueran derrotados, porque esa era su propia derrota. Cristina cometió el -ya reconocido por todos- error de no darle a Florencio Randazzo las PASO que reclamaba. El ex ministro rascó un 6 % y Cristina mordió el polvo.

¿Y ahora qué pasa? Se puede percibir que se movieron algunas piezas para empezar a rearticular un nuevo esquema de contención para quienes se habían marchado de las cercanías del Instituto Patria. Y ese movimiento llegó el 18 de mayo con la promoción de Alberto Fernández a la precandidatura presidencial. El impacto tuvo la velocidad de un rayo. De buenas a primeras se amplió el espectro de quienes se sienten al menos convocados a la construcción de un proyecto, no más moderado sino más razonable, con los pies en la tierra, entendiendo la profundidad de la crisis a las que ha llevado Macri al país y su gente.

Una presidencia de Alberto Fernández deberá ser, básicamente, una presidencia de reconstrucción de todo lo que el macrismo ha desarticulado que no es poco. Y esto exige, más que la repetición de un repertorio consignista, un diagnóstico profundo y en consecuencia una terapéutica política razonable, porque en caso de triunfar se encontrará frente a un país con una situación estructural de una debilidad de magnitud. Y esta nueva etapa requiere con urgencia la reformulación de paradigmas en algunos puntos centrales, empezando por la relación con el conglomerado de medios de comunicación: se requiere una política concreta y muy bien explicada, reconociendo el poder monumental que éstos tienen y por ende la necesidad de una política hacia ellos que sin entregar valores sustanciales de un proyecto político con fuerte contenido social tampoco pise el palito de pretender hacer política tomando como bandera a Clarín dado que ya se hizo esa experiencia con resultados alarmantemente negativos. Denunciar tanto el carácter “Todo Negativo” del grupo Clarín te convirtió en una campaña permanentemente negativa. Como si Clarín hubiera logrado su objetivo: convertirte en su espejo.

Otro punto central es establecer por primera vez un vínculo serio con el sector agroexportador, que es el principal motor económico del país, el que puede brindar lo dólares básicos para sobrellevar los días arduos de la reconstrucción y la captación de nuevos recursos que posibiliten el rebrote económico-social que el pueblo reclama.

Se viene necesariamente un gobierno de consignas nuevas. No se viene a construir el socialismo, tan sólo se busca recuperar el umbral básico de bienestar de la mayor cantidad de argentinos posible y si a alguien esto le parece una bajada de banderas o una política meramente reformista habrá que pensar si el estado de cosas en que se llega al gobierno habilita planificar políticas de una mayor intensidad ideológica. Como bien escribieron Martín Rodríguez y Pablo Touzon “se trata hoy de una Grieta de Estado que muestra los términos de una política cuya propuesta de fondo ya no es cómo solucionar los problemas argentinos (pobreza, desarrollo, restricción externa, inflación) sino cómo vivir en ellos”.

Dicho fácil: para volver mejores hay que volver a empezar.