La celebración por los 30 años del MERCOSUR culminó, sorpresivamente, con una ácida discusión sobre el destino del bloque entre los presidentes Alberto Fernández y Luis Lacalle Pou. Este hecho puso de relieve dos cuestiones. En primer lugar el pésimo sentido de la oportunidad del presidente uruguayo quien atacó al agasajado, en este caso el MERCOSUR, en su propio festejo de cumpleaños algo a todas luces de mal gusto.

Pero en segundo lugar evidenció la discusión de fondo sobre el futuro del bloque que viene repitiéndose con mucha fuerza, al menos, desde el año 2019. Esta discusión parte de una verdad inobjetable. El mundo actual, y la región, se parece poco al de hace 30 años atrás. Por tanto el MERCOSUR precisa, para vincularse a este nuevo mundo, nuevas estrategias. La pregunta en todo caso, es cuáles son estos nuevos caminos y como se piensan en conjunto.

Sin dudas, el cambio más relevante de estos 30 años y, sobre todo, de los 15 últimos, es la emergencia de China y, de su mano, de toda la zona del Asía –Pacífico, como el nuevo centro de poder económico y comercial. Esto significó para el MERCOSUR al menos tres novedades de difícil resolución.

La primera, es que el MERCOSUR es un instrumento pensado para la hegemonía atlántica. De hecho, su importancia inicial radicó en la construcción de una alianza entre dos antiguos adversarios, redefiniendo la vieja fractura hispánica/portuguesa de Sudamérica, hacía una nueva fractura Atlántico/Pacífico. En este sentido, la hegemonía del mundo del Pacífico obliga al MERCOSUR a una redefinición de su posición y una necesaria construcción de una estrategia común de los países socios con esa parte del mundo.

La segunda, es que la aspiradora china generó una fuerte primarización de las economías mercosureñas aumentando el peso específico de sus sectores agrarios (y mineros en Brasil), quienes desde sus ventajas comparativas descreen de los instrumentos políticos como reguladores del libre mercado. En este sentido Jair Bolsonaro y Lacalle Pou, así como lo fue Mauricio Macri en Argentina, son expresión de este desarrollo, combinando extrañamente esta base estructural con un pensamiento aún fuertemente pro-occidental.

Y la tercera, quizás la más importante, esta potencia exportadora china comenzó a debilitar el comercio interno al reemplazar proveedores regionales por productos asiáticos. Esto determinó, entre otras razones, un MERCOSUR más chico comercialmente hablando abriendo a la idea de buscar nuevas oportunidades más allá de la frontera del bloque.

Las falacias de la flexibilización

En este contexto algunos gobiernos como el de Brasil de la mano de Bolsonaro y el de Uruguay, con Lacalle Pou, más la anuencia de Paraguay comenzaron a presionar para generar un doble proceso. Por un lado, acelerar las negociaciones externas desde la plataforma MERCOSUR al tiempo que plantearon flexibilizar el Arancel Externo Común para permitir el ingreso de productos extranjeros más baratos.

Ambas propuestas pensadas al unísono llaman la atención ya que al bajar en forma unilateral los aranceles, el MERCOSUR perdería una fuerte herramienta de negociación. ¿Si ya no tengo aranceles, qué beneficios le puedo ofrecer a la contraparte para que permita el ingreso de mis productos en su mercado?

Pero además, el costo de romper la barrera arancelaria común trae aparejada la pérdida de los beneficios existentes hoy en día en los mercados de los socios, hecho que no se menciona al plantear el beneficio del libre comercio.

Esto, para la Argentina, siendo Brasil su principal socio comercial, destino además de sus exportaciones con mayor valor agregado, sería realmente un problema. Pero también sería muy negativo para Brasil, que cuenta en la Argentina con el principal destino de sus exportaciones industriales. E incluso para Uruguay que sostiene en el comercio regional, según un interesante trabajo de Daniel Caggiani publicado en La Diaria la semana pasada, un cuarto de sus exportaciones y, sobre todo, aquellas de mayor valor agregado; hecho que, como vemos, es común al conjunto.

Cuidar al MERCOSUR es cuidar el empleo

Frente a este planteo, que en última instancia lleva a la disolución del MERCOSUR, la contrapropuesta debe ubicarse en la idea de más y mejor integración. Esto no implica desoír el planteo uruguayo de plano, sino pensar cómo se actúa en conjunto frente a algunos de los problemas que si se van presentando.

Cómo dijimos, el MERCOSUR comercial, en parte por el ingreso de China y en parte por la propia impericia de los gobiernos locales, se ha venido achicando sobre todo en los últimos años. Por tanto, la negociación conjunta con otros países y mercados debe ser una agenda a tener en cuenta. En ellas, el Arancel Externo Común es un activo con el que cuenta el bloque para la negociación  antes que un lastre.

En este esquema, el Asía-Pacífico aparece como una prioridad. Y esto implica no solamente a China, con la que hay que superar la lógica bilateral de las negociaciones, sino también al resto de los países de la región con los que en su mayoría, al menos la Argentina, tiene superávit comercial, como es el caso de Indonesia.

Y estos acuerdos no deben tener sólo una faceta comercial, sino también de cooperación de forma tal de integrar al MERCOSUR al nuevo eje de la economía global.

En definitiva, a 30 años del MERCOSUR, un nuevo mundo se presenta frente a nosotros. Un mundo en el que ninguno de nuestros países puede solo y donde sólo la unión nos hará fuertes. Por ello, antes que hablar de flexibilizaciones, es hora de fortalecer el MERCOSUR, ampliarlo con el ingreso de Bolivia y construir una región con una voz consensuada frente al mundo.

*Profesor e Investigador Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de Lanús