Los argentinos somos conocidos en el mundo por el fútbol, el mate, el asado y desde hace algún tiempo, por nuestros constantes problemas macroeconómicos; uno de ellos, uno de los principales, es la deuda externa.

Pero también somos conocidos por otro aspecto nuestro: siempre nos levantamos y salimos adelante; la última vez que lo hicimos fue en el post 2001, teniendo como uno de los grandes hechos simbólicos de la época la reestructuración de la deuda en un 93% (en 2003 y 2005 en manos de quien en ese momento fuera el Ministro de Economía, Roberto Lavagna. El tiempo pasó, hasta llegar a 2006, cuando cancelamos la totalidad de la deuda con el FMI, hecho que parecía cerrar un triste capítulo de la historia argentina. Eso sería lo normal en otro país, pero somos Argentina.

Increíblemente, en julio de 2018 volvimos a pedir deuda al FMI, y desde ese momento, aceleramos un proceso de endeudamiento que pocos efectos positivos tuvo en la economía real, sino que, por el contrario, fue a parar como soporte de un sistema financiero que ganó grandes sumas durante cuatro años.

Y así nos encontramos en la actualidad, con una deuda que, tal como se presenta, resulta impagable para el Estado argentino. Por eso, existe la necesidad de volver a negociar –como se hizo en 2003 y 2005- en lo que refiere al pago de la deuda. Cabe observar que Argentina actualmente se encuentra en diálogo con distintos acreedores para renegociar una deuda cercana a 100.000 millones de dólares, con vencimientos este año. Entre ellos está el FMI, al que la nación debe cerca de 44.000 millones de dólares.

Acá aparece un detalle: en negociaciones de esta magnitud tradicionalmente se involucra a un tercer actor (sea un país o una organización) que facilite la negociación y lleve a las partes a un acuerdo.

En 2003, el padrino de Argentina en su negociación de la deuda fue Estados Unidos, con la iniciativa del entonces presidente Bush que luego derivó en una presión del secretario de Tesoro norteamericano, John Snow sobre el entonces director del FMI, Horst Köhler, para que la propuesta de la argentina sea escuchada y, luego, aprobada. Efectivamente, la firma del acuerdo se dio un mes después, el 20 de octubre, y se basó en un plan de pagos de 36 meses a cumplir entre 2004 y 2006.

Pero el mundo del 2020 no es el mismo del 2005 y menos aún el mismo del 2003. Si bien Alberto Fernández llegó a la presidencia con la intención de lograr un escenario similar al del 2003, contando con el apoyo de Estados Unidos, lo cierto es que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, si bien prometió apoyo a Fernández en su primer contacto telefónico, no parece tener el mismo grado de involucración que tuvo su par en 2003.

Entonces, ¿quién puede ser el padrino de Argentina esta vez?

Y acá es donde increíblemente aparece otro argentino, el Papa Francisco, quien aparece como una posible llave que ayude a destrabar las negociaciones con el FMI. Cabe observar que Francisco públicamente adhiere a los criterios de Naciones Unidas del respeto al bien común, de la justicia social, de la solidaridad, de desarrollo sustentable y de eliminación de la pobreza; todos principios que tomaron más fuerza en el escenario internacional luego de los sucesos críticos que se dieron en países como Chile, Venezuela e Irán.

En este sentido, es importante considerar que el Papa Francisco recibió en el día de ayer a Alberto Fernández y que, el 5 de febrero, el Vaticano será sede de un encuentro en el que participarán la directora del FMI,  Kristalina Georgieva y el Ministro de Economía de Argentina, Martín Guzmán.

Dicho esto, el 5 de febrero aparece como una fecha importante en este escenario donde Argentina prentende renegociar con el FMI el acuerdo por 57.100 millones de dólares, pagos que tienen plazos de vencimiento entre 2021, 2022 y 2023.