Desde hace décadas es habitual escuchar en bares, plazas, en reuniones familiares, críticas sobre el sindicalismo, destacando principalmente la corrupción de los dirigentes sindicales y la excesiva permanencia en sus cargos. Incluso se llega a decir que todos los males de la Argentina tienen al sindicalismo como principal causa.

Este discurso social, que fue construyéndose ya con fuerza desde la década de 1980 en Europa y América, tuvo una fuerte difusión en estas tierras en los años noventa, especialmente a partir de los principales medios masivos de comunicación. El objetivo no era otro, tanto aquí en Argentina como en el resto de occidente, que desgastar el poder que había conseguido el sindicalismo una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. El lugar que se había ganado (y en el que también lo habían colocado), como parte de una estrategia tripartita de negociación y gobierno, no hizo más que insuflarle influencia y prestigio. Pero la crisis del Estado de bienestar en los años setenta trajo consigo una catarata de críticas liberales a toda forma de organización social que suponga un mínimo de contrafuerza a las iniciativas privadas individuales. El neoliberalismo se ensañó entonces con los sindicatos.

Teniendo en cuenta esto, debemos considerar que ciertamente los casos de corrupción, y los de permanencia durante décadas en los puestos dirigentes, son datos que efectivamente ocurren (tanto en el mundo sindical como en el empresarial) y que con seguridad no hacen bien a la imagen del sindicalismo y perjudican el desenvolvimiento de la sociedad en la que están insertos. Pero con estas críticas, así encaradas, que repiten viejos discursos, corremos el riesgo de “tirar el agua sucia de la bañera con el niño dentro”. Una cosa son los sindicatos y sus dirigentes y otra es el sindicalismo. Este último es un movimiento social que se remonta al siglo XIX y que resultó y resulta fundamental para organizar a les trabajadores y asegurar sus derechos como tales. La jornada de trabajo de ocho horas, las vacaciones pagas, la jubilación, las licencias pagas, el aguinaldo, los aumentos salariales, el reconocimiento de la antigüedad y los títulos, etc., que hoy consideramos como circunstancias naturales que acompañan al hecho de trabajar, fueron conquistas conseguidas por el movimiento sindical, en Argentina y más allá. Conquistas que hay que reconocer como tales, y que en ese sentido hay que aprender a defender. Hoy en día varias victorias de les trabajadores están en entredicho por parte de las grandes cámaras empresarias y los gobiernos de derecha. Pensemos sino en el pretendido aumento de la edad jubilatoria y en la extensión –e incluso desaparición,en varios casos– de la jornada laboral limitada. Por todo esto es necesario no confundir los defectos y vicios de algunos sindicatos y sindicalistas con el sindicalismo entendido como un movimiento que ha sido y es hoy incluso indispensable para mantenerlos derechos de les trabajadores y conseguir otros nuevos.

*Doctor en Ciencias Sociales. Investigador del CONICET y profesor de la UNICEN