En 1984 el sociólogo y politólogo alemán de madre española Juan Linz escribió “Democracia presidencial o parlamentaria: ¿qué diferencia implica?”, texto que fue reversionado en varias ocasiones hasta que en 1994 apareció su versión final y se convirtió en un clásico en el análisis político sobre las diferencias y ventajas existentes entre el Sistema Presidencial y el Sistema Parlamentario. Ese texto fue (y es) de lectura obligatoria para todas las producciones científicas y artículos de opinión sobre estos sistemas de gobierno democráticos. Por ello y antes de comenzar a desandar el camino del análisis político en esta columna de opinión, quiero dejar en claro que para poder alejarme de las enseñanzas del maestro Linz tuve que saltear alguno de los principios básicos de ese libro, debido a que hoy el Presidencialismo en nuestro país conjugado con un sistema de partidos coalicional generaron un híbrido que nos deja a mitad de camino entre las ventajas y desventajas entre el presidencialismo y el parlamentarismo.

Nuestro país atraviesa un período de cambios importantes que van muy por detrás de la coyuntura económica y política que, debido a las crisis permanentes y a la vorágine de la lucha agonal no nos dejan tomarnos un respiro para poder ahondar con la suficiente profundidad teórica en como se viene modificando nuestro presidencialismo. Estos cambios repercuten incluso en las estructuras de las gobernaciones provinciales ya que algunas provincias acompañan estos cambios de formato institucional y otras no lo hacen a pesar de que los sistemas electorales indicarían que podrían dirigirse hacia el nuevo formato. 

Es por ello por lo que en esta columna no voy a ocuparme de “la política” sino de “lo político”, incluso ni siquiera voy a profundizar, sino dejar algunas ideas superficiales que en algún momento se podrán trabajar con la suficiente carga teórica y empírica.

En los presidencialismos fuertes como los latinoamericanos y específicamente como el argentino, el Congreso juega un rol fundamental para sostener a los gobiernos ya que cuando el partido de gobierno logra mayorías abrumadoras en ambas Cámaras puede transitar cuatro años de relativa tranquilidad institucional (esto no es una verdad absoluta) ya que las leyes que requiere para poder gobernar son aportadas por sus representantes legislativos, las negociaciones con gobernadores y referentes provinciales son menos complejas y los partidos de oposición pueden negarse a acompañar las propuestas de manera tajante ya que sus posturas no influirán en la aprobación de los proyectos y sus discursos podrán incluso ser extremistas sin que eso repercuta en la gobernabilidad. 

Cuando el oficialismo no obtiene mayorías abrumadoras e incluso cuando pierde por un número pequeño la dirección de las Cámaras, la impronta del presidencialismo fuerte se debilita porque se ve obligado a negociar cada proyecto que sea importante para el desarrollo del gobierno, incluso la ley de presupuesto, y esto condiciona la calidad de “fortaleza” de la figura presidencial. Son gobiernos (otra vez, sin ser verdad absoluta) que son percibidos por la opinión pública como débiles y que deben recurrir a estrategias no institucionales para fortalecer la figura del presidente, situación que en nuestro país generaron discursos de odio y profundas polarizaciones políticas que repercutieron en la polarización de la sociedad.  

Ahora ¿qué sucede cuando estos escenarios tradicionales se ven trastocados por cambios en el sistema de partidos y dejan de ser lo normal en el juego institucional? Algunos y algunas colegas van a tener argumentos de sobra para rebatir estas ideas, ya que vienen trabajando con una marcada seriedad estos temas, pero mi primera impresión es que el paso del sistema de partidos al sistema de coaliciones repercutió de una manera en el Poder Legislativo y de otra manera distinta en el Poder Ejecutivo. Y este argumento me lleva al primer párrafo de esta columna donde planteo que lo que aprendimos del funcionamiento de los Congresos y de los Parlamentos comienza a confundirse.

En el ámbito ejecutivo las coaliciones vienen demostrando, más o menos desde hace dos períodos de gobierno, que los conflictos entre los partidos que forman la coalición de gobierno erosionan la figura “fuerte” del presidente cada vez que algún referente busca la centralidad de su partido de cara a alguna elección legislativa o cuando se acercan las elecciones para el recambio de autoridades ejecutivas. De esta manera, el primer precepto acerca de que las mayorías legislativas aseguran la fortaleza del presidente en los sistemas presidenciales fuertesM se convierte en una idea relativa incluso liquida como diría Bauman. 

El sistema coalicional debilita la figura de los presidentes más fuertes, ya que en la actualidad de nuestro país ningún candidato puede llegar por si solo a ganar una elección ejecutiva, por lo que la negociación con los lideres de los partidos principales de cada coalición es permanente y recrudece cuando cualquier elección se acerca (incluso las provinciales donde la coalición nacional tiene distintos referentes en ese territorio).

Sin embargo, en el ámbito legislativo el sistema de coaliciones conformó otra realidad distinta a la del Ejecutivo. Con mucho mas tiempo de vigencia que en el ámbito Ejecutivo, en el legislativo las coaliciones le brindan otra dinámica al juego de “la Política”. Los partidos que forman la coalición oficialista y opositora no son un todo uniforme que vota homogéneamente cada proyecto que sale de comisiones, sino que las fronteras de esos partidos que forman la coalición oficialista u opositora son bastantes flexibles en temas que tienen que ver con la defensa de intereses territoriales, de intereses ideológicos, de posturas partidarias o incluso de posturas personales referidas a temas altamente controversiales vinculados a la ampliación o recorte de derechos de algunos sectores sociales. En ese sentido, el juego de negociación entre coaliciones legislativas es mucho más natural y fluido, lo que permite pensar que esta lógica de funcionamiento que fue madurando en el siglo XXI, aproximadamente desde 2007 hasta la fecha nos permite avizorar que el Ejecutivos tendrá que “aprender” del Legislativo cierta lógica de convivencia coalicional, si no quiere sufrir una transición traumática como la que se vivió en el paso de los partidos de masa (primera parte del siglo XX) a los partidos atrapa todo (últimas dos décadas del siglo XX). 

Este sobrevuelo sobre cuestiones vinculadas a “lo” político nos dejan mas interrogantes que certezas en cuanto a la situación del Poder Legislativo en esta nueva configuración partidaria que nos muestra la agonía de los partidos tradicionales y el nacimiento inminente del sistema de coaliciones que vino para quedarse al menos por un tiempo. 

Pareciera que, por su configuración colegiada, el legislativo en este contexto, tiene mayor capacidad de adaptación que el Poder Ejecutivo por lo que podría tener un rol más activo que el que tenía, asemejándose al parlamentarismo. Si bien las grandes luchas hoy siguen estando acaudilladas por el titular del Ejecutivo y sus generales (los ministros), el rol del ejercito legislativo pareciera ser otro, con más presencia, mas consultado y aguantando más las demandas sociales, políticas y económicas. Cuando la lógica política era amigo-enemigo, la figura estelar es el ejecutivo, pero en un contexto de amigo-adversario el Poder legislativo tiene mucho que decir y mucho que mostrar.