Este domingo 13 de agosto tendrá lugar la octava edición de las PASO nacionales, que por cuarta vez se aplica a los comicios presidenciales.

Mucho se ha dicho respecto al hecho de que se trata de la primera oportunidad en la que la ley, a casi 14 años de su sanción, cumple realmente su función originaria, en tanto que habrá competencia en las principales coaliciones existentes (una de ellas, además, con competitividad; esto es, con candidatos con chances reales y condiciones parejas para imponerse internamente).

La novedad provocó que en los análisis de coyuntura se esbocen especulaciones sobre comportamientos inéditos en la ciudadanía, como si no existieran categorías a las cuales remitirse cuando se analizan fenómenos de esta naturaleza.

El tema es que las PASO cumplen una doble función: son, por un lado, un método de selección de candidatos y, por otro, una regla electoral que forma parte de la legislación nacional del país, dando lugar a un calendario con dos o tres instancias eleccionarias. Y esto entraña una contradicción intrínseca (especialmente, dado el carácter obligatorio que tiene la participación de la ciudadanía en este evento): las PASO, por un lado, atañen a cuestiones internas de las fuerzas políticas que se presentan y, al mismo tiempo, dependen de la asistencia, motivación y decisión final de la totalidad de los concurrentes, quienes, en su mayoría, ni militan en -ni adhieren a- aquellas agrupaciones.

Las peculiaridades de este mecanismo (recordemos que Argentina es el único país de América Latina en el que se han celebrado primarias abiertas obligatorias para los ciudadanos), sumadas a la excepcionalidad de las circunstancias actuales, han complejizado los análisis. Por tal razón, aquí proponemos clarificar ciertos conceptos.

Las primarias abiertas históricamente fueron ideadas como un evento de participación opcional para la ciudadanía. Por tal razón, los individuos que concurren a votar en ellas suelen ser ideológicamente más intensos que los miembros del electorado general. Por ello, los precandidatos tienden a radicalizar sus propuestas de cara a las primarias, adoptando un discurso apropiado para confrontar con un competidor interno, que no suele ser el mismo que pronuncian, luego, ante contendientes externos. En ese sentido, en un sistema de primarias abiertas estándar, la estrategia para fidelizar a los simpatizantes propios suele diferir de aquella utilizada para seducir al público amplio.

En la realidad política argentina actual parecen confundirse los conceptos que aplican a primarias estándares y los que son propios de este sistema particular. Con respecto a la interna de JxC, lo que sugieren muchos analistas (sin decirlo en estos términos) es que Patricia Bullrich concibe a las PASO como un mecanismo de nominación de candidatos, focalizándose en afianzar el voto duro del PRO, mientras que Horacio Rodríguez Larreta las ve como una vuelta más dentro de un sistema trifásico y aspira a que concurra el electorado amplio convocado a expedirse en esta instancia, neutralizando el peso de los rígidos/ultras. 

Pero en realidad, el resultado de esa interna va a depender de cuán apático o cuán movilizado sea el elector que resulte predominante en ella. De todos modos, existe una falsa contraposición entre votantes intensos y politizados, por un lado, y votantes apáticos y abúlicos, por otro. Dentro de los politizados (que, además, constituyen el 80% de los que contestan en encuestas online) se suele poner en la misma bolsa a militantes y a radioescuchas/ televidentes de programas políticos. Sin embargo, la intensidad en el interés es diferente a la intensidad en el compromiso. El intenso que va a votar puede ser un individuo intensamente enojado cuyo perfil no debería confundirse con el de un militante activo de una agrupación a la que defiende intensamente. Por ello, un triunfo de la ex ministra aliancista y macrista no daría cuenta de un elevado número de militantes férreos, sino de un predominio de los enojados por sobre los indolentes dentro del extendido universo de ciudadanos descontentos con la política y lejanos a las expresiones políticas existentes. Y viceversa.

Paralelamente, dentro de Unión por la Patria se anhela que vaya poca gente a votar en la interna opositora, por dos razones, una para que el apoyo final a JxC en esa instancia sea el más bajo posible y otra, para que la ganadora termine siendo “la piba”, la rival contra la cual aspiran competir en octubre. La meta de UP es obtener menos de 3 puntos de diferencia respecto de JxC y que Massa resulte ser el candidato individualmente más votado de las PASO. Sin embargo, como mencionamos en una nota anterior (Elecciones de tercios, de cuartos, de pisos y de techos - Diagonales), si hubiera coaliciones programáticas con un elemental grado de cohesión y homogeneidad, la importancia de ser la figura más votada en esa instancia, constituiría un mero dato aislado cuasi anecdótico.

Dentro de UP, se sugiere que Juan Grabois no suma a la cosecha total de la coalición, sino que hay una misma torta dentro de la cual se redistribuyen los votos internos, restándole al caudal de Sergio Massa. Sobre esta premisa, se fundamenta la posición que aboga por el voto útil interno (casi una contradicción en los términos, considerando los objetivos del régimen de PASO). Primero, la precandidatura de Grabois operó como una sonda gástrica para hacer digerible el “sapo” de Massa. Pero luego, a partir de lo expuesto, muchos kirchneristas duros se terminaron convenciendo de que igual tienen que votar al ministro de economía, pese a que el líder social encabeza su ordenamiento de preferencias sinceras.

Esto también requirió de imposturas y movimientos forzados por parte de quien había jurado y perjurado que jamás apoyaría al dirigente tigrense, para luego blandir la máxima peronista de que “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”, en el supuesto de que se estableciera algún tipo de acuerdo programático común. Sin embargo, la fijación de acuerdos y compromisos entre las partes debería producirse antes de la confrontación y no después, algo que aquí no sucedió de hecho ni de derecho (ya que nuestro sistema de primarias no lo impone).

Paralelamente, durante la campaña se sugirió el despliegue de maniobras descabelladas para abordar las elecciones en CABA. Entre los militantes K se viralizó la idea de no votar en las PASO al candidato propio, Leandro Santoro, sino de pronunciarse por Martín Lousteau, con el mero objeto de derrotar a Jorge Macri, hiriendo de muerte así al macrismo, en tanto fuerza hegemónica en la ciudad.

Claramente, la falta de experiencia en competencia interna real en primarias en nuestro país ha llevado a confusiones importantes y ha derivado en que se recomendara a los electores la adopción de comportamientos aparentemente sofisticados que terminan no conduciendo a los escenarios deseados. En efecto, el 53% de los electores es proclive a votar a una agrupación política en las PASO y a otra distinta en las elecciones generales, según una encuesta de la Universidad de San Andrés. Sin embargo, no siempre está claro ni el qué, ni el por qué ni el para qué de cada decisión electoral.

Dicho esto, veamos ahora qué tipo de voto se puede emitir en esta instancia. Básicamente, el voto en las PASO puede dividirse en dos: voto sincero (dentro de la primaria de la agrupación favorita, a la que se va a apoyar en la elección general) y voto estratégico (dentro de la primaria de una fuerza política ajena, que se encuentra bien posicionada en la opinión pública). El voto sincero, a su vez, puede ser incondicional, si se vota al candidato partidario favorito (independientemente de sus posibilidades reales), o alternativamente, puede ser compromising, si se elige al postulante de su fuerza con más chances en las elecciones generales, en caso de contiendas internas parejas (en ese sentido, el voto graboisiano a Massa no sería de este tipo, en tanto esa interna ya tiene ganador puesto). El voto estratégico, por su parte, se divide entre voto hedging, que implica elegir al candidato concebido como “mal menor” (Vg. el voto del K porteño a Lousteau) y voto raiding que supone señalar al candidato más débil o menos competitivo, para tener mejores chances en las elecciones generales (Vg. el voto K a Bullrich).

De todos modos, el objetivo teórico de las PASO es que prevalezca el voto sincero. En ese sentido, la “S” del acrónimo corresponde a “Simultáneas”. La simultaneidad se instauró con el objeto de que cada votante se pronunciara por el partido de su preferencia, evitando así interferencias externas.

El tema acá es que la mayor parte del electorado argentino se reconoce como políticamente independiente, pero es refractario a la mayoría de las fuerzas políticas existentes. Efectivamente, las agrupaciones que participan en las primarias abiertas tienen más detractores que seguidores. A esto se agrega que, de los principales políticos que compiten en esta ocasión, todos cuentan con mayor imagen pública negativa que positiva.

Esta situación, por un lado, estimula los comportamientos especulativos de los electores, para quienes el beneficio de que en las PASO triunfe determinado candidato ajeno supera la gratificación simbólica de participar en la agrupación a la que creen que podrán eventualmente votar en la elección general (considerándola un mal menor). Por otro lado, atenta contra la capacidad de retención de adhesiones de los agrupamientos que compiten. Efectivamente, en esta ocasión no se sabe qué harán los electores de los sectores derrotados, luego de las PASO. Se especula con que menos de la mitad de los votantes de Larreta votarían a JxC si gana Bullrich las PASO y viceversa. Se desconoce si va a haber un abandono estratégico a Milei, por parte de sus votantes de primarias. Ni tampoco se sabe si -en caso de que mejore un poco la situación económica- el oficialismo pueda repuntar entre las PASO y las generales (succionando votos a expresiones peronistas disidentes, como la de Schiaretti o la de Moreno). Es decir, difícilmente haya algún agrupamiento que salga fortalecido luego de transitar las primarias.

Para finalizar, recordemos que las PASO fueron ideadas con tres objetivos: 1) democratizar a los partidos, 2) ordenar y reducir la oferta electoral y 3) otorgar a los ciudadanos más opciones para expresar sus preferencias políticas, para que puedan ejercer un voto libre y sincero, posponiendo a la última fase la emisión de un voto útil o estratégico contra el mal menor. 

Con respecto al primer objetivo, ya habíamos dicho que este reposaba sobre una incorrecta definición de democracia interna partidaria, en tanto que lo único que se logra con las PASO es que la vida interna de los partidos se vuelva externa y, a su vez, resultaba insatisfactorio, en tanto no había habido competencia real en ninguna de las agrupaciones en pugna. En las primarias de 2023 algunos parecen haber encontrado una respuesta (provisoria y circunstancial) ante la segunda objeción, dejando intacta la primera. Con relación al segundo objetivo, que para los defensores del sistema era el que mayor éxito venía exhibiendo, en esta ocasión nos encontramos con 15 agrupaciones y 26 pre candidatos compitiendo por la carrera presidencial, el número más alto en la historia democrática nacional, lo cual, claramente incrementa la confusión del elector. Y, por último, en relación con el tercer objetivo, dadas las circunstancias anteriormente expuestas, la ciudadanía se ve motivada a adelantar el voto por el mal menor en las PASO, cercenando sus propias opciones de manifestación de preferencias políticas.

En suma, una vez más SOPA, digo SAPO, digo PASO. Bahh.

*Con la colaboración de Candela Grinstein y Rodrigo Díaz Esterio | Miembros del Grupo de Estudios sobre Cambio Institucional y Reforma Política en América Latina (GECIRPAL)