La idea usual sobre la noción de desarrollo se cuestionó con énfasis en la década del ’60 y podríamos declarar que esta crisis es evidente en la postpandemia. El desarrollo, heredero del progreso, se interpretó como sinónimo de industrialización por los cambios que involucró este proceso a partir de la primera fase en 1750. Más específicamente, en 1930, las ciencias económicas lo asociaron al crecimiento económico. Éste sería alcanzado tras subir los escalones desde las sociedades arcaicas hasta las modernas. De modo tal que las naciones se ubicaron según este criterio en países desarrollados y aquellos que no lo estaban. En este sentido, a fin de superar el estadio tradicional, el Estado debía guiar a la sociedad en el tránsito de la naturaleza y la agricultura hacia las fábricas de la gran ciudad.

La idea de desarrollo adquiere mayor notoriedad en 1949, durante el contexto de la Guerra Fría, a través del entonces presidente de EE. UU. -Harry Truman- quien dio inicio a la “era del desarrollo”. Por él, el mundo quedó dividido en un norte rico desarrollado y un sur pobre subdesarrollado o en su versión más esperanzadora “en vías de desarrollo” conformado por los recientemente descolonizados. En los ’60, si bien los estudios sobre el desarrollo produjeron nuevas acepciones (por ejemplo el Tercer Mundo, centro-periferia) la tradicional categorización de los países en el clivaje Norte-Sur permaneció en la agenda internacional y su brecha fue incrementando. Es por ello que los intelectuales comenzaron a percibir en esta idea una crisis que cobró fuerza en la comunidad internacional. 

En los últimos años, la crisis del desarrollo fue reconocida en el interior de las Naciones Unidas como se manifiesta en la Cumbre de Monterrey (2002), en el establecimiento de los Objetivos del Desarrollo del Milenio (2000) y también en sus predecesores Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015) enmarcados en la Agenda 2030. Al mismo tiempo, en la academia fue abordada desde diversos enfoques: la crisis de la cooperación al desarrollo, la crisis en la teoría del desarrollo o incluso se reconoció al desarrollo como un mito. 

En la búsqueda de caminos alternativos, el término postdesarrollo es el más habitual que surgió para describir la crisis en que el desarrollo se encuentra, antes de que la pandemia invadiera el ámbito internacional. Cuando ésta irrumpió, la atención de las políticas públicas se concentró en la emergencia sanitaria. La salud pública prevaleció por encima de las actividades económicas que se detuvieron -a excepción de las esenciales- a causa del confinamiento que las sociedades debieron cumplir.

Hoy, en la etapa del postdesarrollo en la que nos hallamos, la expresión de un “desarrollo sostenible” es una de las respuestas que brindan los adeptos a las Naciones Unidas. Por otra parte, el cuidado de la “Casa Común” del Papa Francisco o del “Planeta Tierra” de Edgar Morin son locuciones que junto a aquella conviven en el interior de organismos internacionales. A pesar de los diferentes enfoques, se puede vislumbrar la convergencia de ideas sobre la relación entre el hombre y la naturaleza, la degradación ambiental, la concepción del progreso y la reflexión en torno al modelo de desarrollo, entre otras. Entonces, tal vez podríamos reunirlas a todas ellas bajo una misma dirección de la idea de desarrollo en tiempos de postdesarrollo, por concentrarse en un mismo aspecto del problema que tratan y que se diferencia de aquel que le dio su origen en los años ’30: el ecodesarrollo (Sachs). Así, la idea de desarrollo asociada al “crecimiento autosostenido” fue reemplazada por el “desarrollo sostenible” que procura conciliar las dimensiones social, económica y ambiental (más allá de que para el Papa y Morin a diferencia de la ONU, esto implica un cambio ético-político).

Si bien antes de la aparición del COVID-19 ya nos hallábamos con la idea de desarrollo en decadencia, el escenario de postpandemia la desnudó dado que los altos niveles de PBI de los países desarrollados no se tradujeron en respuestas eficaces y eficientes para contener la propagación del virus y mitigar sus efectos, tal como la gran cantidad de decesos. Acorde a la inicial interpretación del desarrollo asociado al crecimiento económico, tras la pandemia las previsiones para la recuperación de los países subdesarrollados no son alentadoras debido a la caída en el valor de las exportaciones de bienes y servicios, la distribución desigual de la vacuna y la quita de ayuda gubernamental. Sin embargo, si concebimos al desarrollo en el cuidado medioambiental podemos considerar un avance que abarcó lo global por la disminución de emisiones de CO2 a la atmósfera hasta lo local por la cristalización de las aguas de los canales de Venecia. En definitiva, podríamos inferir que mientras la idea previa de desarrollo se ocupaba de erradicar la pobreza ante el avance del comunismo, el desarrollo sostenible procura frente al cambio climático evitar una generación futura de pobres.