Buena parte de la discusión sobre el covid-19 gira en torno a cuestiones como las famosas curvas, los testeos “masivos”, el barbijo sí o no, el rol de la OMS y China, la eficacia de la cuarentena y, por supuesto, acerca de cuándo llegará la ansiada vacuna, entre otras. Existe, asimismo, una competencia -a veces explícita otras implícita- entre distintas jurisdicciones políticas sobre los niveles de contagio, por ver cuál es el gobierno que “mejor está haciendo las cosas”. Y se me ocurren otros debates, como el hecho curioso de que al distanciamiento se lo llama “social”, y no “físico” como realmente es. Todo esto en el marco de discursos contrapuestos altamente politizados y con amplia difusión mediática, a los cuales el folklore popular se ha ocupado de nutrir con ingeniosas y ocurrentes expresiones que van desde el “cheto virus”, a la “infectadura” y la “cuareterna”.

Personalmente me parecen interesantes algunos de estos debates, a veces más por lo entretenidos que por lo interesantes. Pero prefiero aprovechar esta ocasión para proponer algo distinto y que espero resulte de alguna utilidad en vistas a comprender y enfrentar mejor la pandemia, tanto la actual como otras que pudieran aquejarnos en el futuro. Me refiero al registro y difusión de datos objetivos no sólo de los casos confirmados de covid-19, sino acerca de sus portadores.

En este momento, la información disponible en las bases de datos oficiales del Ministerio de Salud (datos.gob.ar) es muy escasa y fragmentada; apenas algunas fechas, sexo, edad, antecedentes clínicos, información epidemiológica, testeos, respiradores, institución pública o privada de atención, y lugar de residencia del paciente a nivel de departamento/ municipio/ comuna. Respecto a este último dato su nivel de desagregación geográfica es de poca utilidad científica, no permitiendo vincular de forma aceptable cada caso a determinadas variables de su entorno familiar y barrial. De utilizarla, se plantea el riesgo de incurrir en la llamada (y tan temida) falacia ecológica: por ejemplo, suponer que una persona es de clase baja sólo porque vive en un municipio o comuna donde predomina población de clase baja.

Sin poner en duda la credibilidad de los datos existentes sobre cantidad de contagios, creo que es fundamental avanzar en el registro y difusión de información adicional, que permita cruzar información de contagios con mayor información acerca de los contagiados. Considero que este es un insumo fundamental para el desarrollo de estudios más interdisciplinarios sobre la pandemia. Datos sobre empleo de los contagiados ayudarían, por ejemplo, a determinar el posible peso del empleo doméstico en la propagación del virus desde las clases medias y altas hacia los sectores más humildes (y viceversa); ni hablar de la medida en que el personal de salud está más expuesto al contagio comparado a otras ocupaciones. Datos sobre la vivienda y el tipo de hábitat podrían mostrar en qué medida las condiciones del medio físico, el acceso a servicios básicos o la densidad poblacional contribuyen también a la mayor difusión del virus. Conocer el nivel de estudios del paciente (o sus padres según el caso) podría responder si es cierto que el virus se propaga más rápidamente entre los pobres, y en las llamadas villas y asentamientos. Son hipótesis que suelen darse muchas veces por sobreentendidas en base a algunas evidencias y percepciones subjetivas, pero carecen de capacidad demostrativa en términos estrictos del método científico.

Los investigadores necesitamos saber más cosas sobre el virus. Conocer con mayor certeza cuestiones tales como a qué estrato social pertenecen los contagiados, de qué trabajan, o qué características tienen la vivienda y su hábitat en general. Es una condición indispensable para la el análisis estadístico. En este sentido, creo que hay al menos dos cosas que se pueden y deberían hacer.

Primero, las autoridades sanitarias podrían mejorar las bases de datos públicas incorporando toda la información existente acerca de los casos confirmados. Desde luego, no me refiero a la dirección exacta donde los pacientes viven ni su número de contacto telefónico, sino a la localización de la residencia con el máximo nivel de desagregación espacial posible (como el radio censal), así como cualquier otra información existente en los registros hospitalarios cuya difusión no comprometa el derecho a preservar la identidad de los infectados.

En segundo lugar, creo que el próximo Censo Nacional de Población y Vivienda 2020 puede ser una oportunidad única como instrumento para conocer más sobre el covid-19 en el país. Por ahora sabemos que debido a la pandemia el censo se encuentra suspendido. Esto es entendible, no sólo debido al enorme costo económico que implica el operativo censal (en un contexto donde los recursos son más escasos que nunca) sino al riesgo de que los censistas operen como potenciales transmisores del virus durante el operativo.

Algunas fuentes ubican la postergación del operativo censal para el primer trimestre de 2021. Respecto a esto, uno quiere suponer que los responsables de tal decisión están al tanto de que se trata de la peor época para hacer un censo, puesto que son vacaciones y una cantidad desproporcionada de población no será censada en el lugar donde vive. Semejante cambio de criterio haría que la comparabilidad entre censos se vea seriamente perjudicada. Distritos como la CABA mostrarán entre un 15% y 30% menos población que diez años atrás.

En síntesis, y cualquiera sea la fecha definitiva de su realización, es mi firme convicción que los contenidos y propósitos del censo deben responder, en lo posible, al contexto de pandemia que atravesamos. Concretamente, el desafío es incluir en el censo al menos unas breves preguntas acerca del covid-19, preferentemente en el cuestionario base. Para cada miembro del hogar, indagar si tuvo covid-19, fecha de diagnóstico, y si fue sintomático o asintomático; y para el hogar en su conjunto, identificar si se localiza en una villa o asentamiento informal, en la ciudad formal “abierta” o en una urbanización cerrada. Esta poca información adicional permitiría responder con mayor certeza muchos interrogantes que nos plantea la pandemia, y a pensar acciones e instrumentos capaces prevenir y enfrentar con mayor conocimiento futuras situaciones similares.

Suele decirse que toda crisis representa al mismo tiempo una oportunidad. Visualizando el todavía difuso horizonte de lo que ya se anticipa como la “nueva normalidad” post cuarentena, el próximo censo representa una excelente oportunidad para mejorar la sinergia e interacción entre quienes producen los datos y quienes los utilizan, especialmente con fines de investigación científica y su aplicación al diseño de políticas públicas que aspiran a mejorar la calidad de vida de nuestra población.

*Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales. Investigador Adjunto CEUR-CONICET / [email protected]