Desde las ciencias sociales, se plantea que la pandemia de COVD-19 refuerza las desigualdades existentes. La jerarquía sexual donde varones, heterosexuales y personas cisgéneros ocupan los lugares de poder, prestigio y privilegio es una constante que forma parte de la estructura de nuestra sociedad desde sus orígenes. Estas relaciones de poder colaboran y se apoyan en el desarrollo de otras desigualdades como las de clase social, étnicas/raciales, territoriales, etarias, etc.

La actual crisis económica y social, continuación de la macrisis, profundizada por la pandemia y las respuestas sanitarias a la misma, golpea especialmente aquellos sectores donde predominan las mujeres y disidencias sexuales. El caso extremo es el servicio doméstico a hogares particulares, donde abruma la informalidad con que los hogares contratan a estas empleadas, quedando en la mayoría de los casos sin ingresos. Pero la crisis también se manifiesta en los comercios, restaurantes y actividades culturales, que vieron cerradas sus puertas, con miles de despidos, suspensiones y rebajas salariales, en el descalabro de las condiciones de trabajo y de empleo, para oficinistas, educadoras/es de todos los niveles y personal de salud, todas actividades con fuerte presencia de mujeres y disidencias sexuales. El caso del personal de salud es ejemplar. Mientras que se sostiene la metáfora belicista de la “primera línea” no se combate el hostigamiento y segregación en sus vidas personales, a la par de que sus condiciones de empleo (pluriempleo, relaciones laborales precarizadas, como en concurrentes y residentes) y de trabajo (sobrecarga, jornadas extenuantes y falta de insumos básicos y elementos personales de protección) empeoran mes a mes.

La principal respuesta sanitaria de los gobiernos nacionales y provinciales para lidiar con la pandemia es el confinamiento en los hogares particulares, la cual de antemano deja a la deriva a quienes habitan instituciones colectivas, como cárceles y geriátricos, y a quienes viven en la calle. El “Quedate en tu casa” supone además unas condiciones habitacionales que desde hace décadas son inapropiadas para buena parte del país. Tener un cuarto o una vivienda propia es un reclamo histórico de los movimientos de mujeres y de disidencias sexuales, el cual apunta a condiciones habitacionales y de vida dignas, y refugiarse de esos hogares tan violentos. Según el Observatorio de Femicidios “Adriana Marisel Zambrano”, más de dos tercios de los casi 100 femicidios cometidos durante la pandemia se realizaron donde vivía la víctima. El “Quedate en tu casa” arroja una manta de opacidad sobre las condiciones de vida y relaciones de poder. Por último, refuerza la carga de trabajo doméstico y de cuidados e invisibiliza todo un conjunto de relaciones sexuales y afectivas que escapan a la lógica del hogar tradicional, dejando sin sostén la vida afectiva y social de ciento de miles de personas, especialmente las disidencias sexuales.

Una de las contrapartidas del “Quedate en tu casa” es el reforzamiento del rol en la vida pública de las fuerzas policiales, penitenciarias y de seguridad nacionales, como Gendarmería, responsables al menos de 71 asesinatos cometidos desde fines de marzo (ver informe de la Coordinadora contra la represión policial e institucional ). ¿Qué queda de la nueva “policía del cuidado”? Esta cifra no cuenta las desapariciones forzadas de Luis Espinoza, Francisco Cruz y Facundo Castro.

En momentos donde la apelación al cuidado y al compromiso inundan las pantallas, los gobiernos no dan más que paliativos frente a una crisis que se agudiza. Los movimientos sociales, y particularmente el movimiento piquetero, salen a organizar, con las compañeras a la cabeza, la asistencia comunitaria en los barrios populares. Los movimientos feministas y de disidencias sexuales  siguen organizando la lucha por los derechos no otorgados bajo la vieja normalidad (como el derecho al aborto legal, seguro y gratuito y el cupo laboral trans), y debaten cómo debiera ser la nueva normalidad. La pandemia, sus crisis y consecuencias, no son una excusa para poner en cuarentena estos movimientos y reivindicaciones, sino una oportunidad para apoyar sus causas, sumarse a sus organizaciones y luchar contra esa densa red de desigualdades.

*Licenciado en Ciencia Política, docente en UBA y UNAJ