Transitamos como cada dos años un período electoral y, como cada dos años, afloran presiones y operaciones en torno a la política cambiaria, el valor del dólar, la supuesta devaluación que vendría después de las elecciones y la hecatombe que devendría como consecuencia. Más allá de que las operaciones son sólo eso, o sea, son discursos instalados  con escasa raíz en las condiciones macroeconómicas, la cuestión de la restricción externa, que subyace de manera más o menos cíclica la evolución de la economía argentina desde hace más de un siglo, sigue siendo un problema estructural no resuelto.

Que la restricción externa sea un problema no resuelto no es por falta de propuestas de política económica. Se debe más bien a que las propuestas, tanto de la ortodoxia (liberal) económica como de la heterodoxia no han logrado una solución duradera al problema. Por lo tanto, como primer punto a resaltar, no hay ni habrá soluciones mágicas ni instantáneas. Claramente, es un problema de muy larga data que ha persistido a través de los tiempos en contextos regulatorios nacionales e internacionales muy diferentes. Cualquiera que diga que la solución es fácil y que en poco tiempo se resolvería el problema debería ser merecedor de desconfianza.

En este sentido, la propuesta de la ortodoxia económica siempre ha sido, justamente, la respuesta fácil. La solución, según estes economistas es devaluar, unificar el mercado cambiario, desregular totalmente el sector externo (esperando la “lluvia de inversiones”), y emitir deuda para cubrir la brecha hasta que las inversiones se materialicen. La experiencia reciente del gobierno de Macri y su equipo de economistas ultraortodoxos es más que aleccionadora. Implementaron sus recetas que fracasaron rotundamente causando una profunda crisis económica. Las experiencias anteriores al macrismo (Menem-de la Rúa y la dictadura) no tuvieron mejores resultados y también terminaron en crisis de gran magnitud.

La heterodoxia históricamente ha tenido propuestas vinculadas al cambio estructural de la economía en el mediano y largo plazo, con diversas estrategias para manejar el balance externo en el corto plazo, que tampoco resultaron en una solución duradera al problema de la restricción externa. En los últimos tiempos han surgido propuestas preocupantes de un sector de la heterodoxia que resultan sorprendentemente similares a la receta ortodoxa e incluyen los siguientes elementos. Para el mediano plazo, incrementar las exportaciones (cuestión que, además de inobjetable, resulta obvia) como solución al problema histórico de la restricción externa. En el corto plazo, hasta tanto se logren aumentar las exportaciones, la fuente de divisas deberá ser por la vía financiera. Para ello hacen falta medidas agresivas para incentivar inversiones nuevas con exenciones impositivas y bajas de retenciones (¿no fue esto lo que hizo Macri ni bien asumió?). Además, habría que unificar el mercado cambiario y elevar la tasa de interés para que sea positiva en términos reales lo cual resultaría en que el ahorro se haga en pesos y no en dólares.

Hay varias cuestiones a nuestro modo de ver que resultan problemáticas en estas opciones. Fundamentalmente, ¿qué nos hace suponer que esta vez funcionarán las mismas recetas que antes han derivado en las peores crisis cambiarias que ha tenido nuestro país? ¿Qué garantía tenemos de que, esta vez, estimular el famoso carry trade (el ingreso de capitales especulativos derivado del manejo de una tasa de interés real positiva) no será sinónimo, como siempre lo ha sido, de patear para adelante la crisis al costo de volverla peor? Esto no está explicitado (al menos no lo suficientemente para nosotros) en las nuevas propuestas heterodoxas.

Desde otro lugar, una parte de la heterodoxia (entre la cual nos encontramos), con sus diferencias, pone la mirada, no sólo en las inconsistencias macroeconómicas para explicar el problema del dólar, sino en lo que podríamos englobar bajo el rótulo del problema políticoEntendiendo que la economía argentina no es la suma de agentes representativos medios que inciden de igual modo sobre el asunto, se entiende que no es lo mismo el/la jubilado/a que quiere ahorrar 200 dólares por mes, que, por ejemplo, el conjunto de empresas que presionan sobre el mercado cambiario a partir de operaciones de deuda externa con empresas propias en el extranjero, no liquidando exportaciones o sobrefacturando importaciones. Así, un dato insoslayable a tener en cuenta para pensar cualquier política sobre el mercado cambiario es el stock de deuda externa privada. Los últimos informes del Banco Central de la República Argentina ubican esta deuda en cerca de 80 mil millones de dólares y evidencian, dentro del mismo, una proporción importante de deudas entre empresas que forman parte del mismo grupo económico.

Un dato vinculado  que quizás sea más relevante, es el que surge de comparar los datos del balance pagos de la Argentina (que registra, entre otras cuestiones, lo resultados comerciales del país) con el balance cambiario (que registra, entre otras cosas, los movimientos de capital asociados a esas operaciones). Ahí puede observarse claramente que entre 2018 y 2019, mientras se registran exportaciones por casi 127 mil millones de dólares, el Balance Cambiario registra apenas el ingreso de 109 mil millones, 18 mil millones de dólares menos. En 2020, también a modo ilustrativo, se exportaron bienes por 55 mil millones de dólares, pero sólo se liquidaron 50 mil millones.

El dato no sólo sirve para poner de manifiesto lo evidente: no alcanza solamente con exportar, también hay que ver qué pasa con las divisas que generan las mismas. Para contrastar un tema de magnitudes: la formación de activos externos (neta) por compra de billetes de moneda extranjera en 2020 fue de 3.4 mil millones de dólares,  bastante inferior a exportaciones no liquidadas. Subir la tasa de interés, suponiendo que consiga estimular el ahorro en pesos, no va a incidir, entre otras cosas, sobre la liquidación de divisas.

No es cuestión de emitir juicios de valor sobre empresarios grandes o chicos, buenos o malos, sino de entender el impacto disímil que las distintas prácticas tienen sobre el mercado cambiario y la diferencia entre los proyectos políticos y las estrategias de los actores. El problema, entonces, es identificar el origen y la magnitud de los problemas, sus razones y su incidencia, no sólo para tener un diagnóstico correcto, sino para llegar a las mejores políticas para encararlos.

*En co-autoría con Germán Pinazo. Investigadores docentes del Área de Economía Política, Instituto de Industria, Universidad Nacional de General Sarmiento. Twitter: @abcibils | @germanpinazo | @EconomiaPolUngs