No es extraño escuchar a nuestros representantes políticos repetir aquellos discursos que destacan la importancia de “lidiar con la incertidumbre”. Según estas voces, estar atento a los cambios y poder adaptarse a ellos sería una de las capacidades más importantes que las personas deberíamos desarrollar. Pero cabe interponer algunos reparos frente a esta consigna cada vez más difundida, pues aquello que el management llama “incertidumbres” son en realidad dinámicas mercantiles, las cuales suelen ser cambiantes en lo que respecta a sus preferencias pero constantes en lo que refiere a sus lógicas.

La incertidumbre es aquello que queda cuando se agotan las certezas, cuando ya no podemos adherir con seguridad a casi nada, y por eso frente a ella sentimos angustia y temor. De allí que lidiar con la incertidumbre pueda ser inevitable pero nunca preferible. Por eso, en nuestro presente aún signado por la pandemia de SarsCov2 ocasionada por la circulación a escala planetaria del COVID-19, deseamos llegar rápidamente a la “post-pandemia”, un tiempo en el que seamos capaces de volver a comprender nuestras circunstancias, un espacio en el que podamos recuperar viejas convicciones y establecer nuevas seguridades.

Esta necesidad es aprovechada por algunos oportunistas que ofrecen certezas como si fueran mercancías enfundadas en estuches de brillantes colores. Con agilidad comerciante, antes de que se disipen los vapores de la confusión, estos personajes que se autodesignan iluminados aparecen para explicar qué fue lo que pasó y para profetizar qué es lo que habrá de pasar. Y entre esas certezas mercantilizadas que ellos ofrecen, una se destaca particularmente: la supuesta certeza de la libertad.

Pocos tópicos fueron tan mentados y tan sensibles durante nuestro transcurrir pandémico. La libertad apareció como reclamo ante las restricciones establecidas por los gobiernos de los estados en nombre de cuidados epidemiológicos. No poder salir del domicilio, no poder circular por espacios públicos, no poder reunirse con otras personas, no poder desarrollar actividades laborales: estas medidas implicaron, sin dudas, la limitación de un conjunto de libertades importantísimas. Pero nos estaríamos haciendo un muy flaco favor si no nos detuviésemos a pensar qué otras libertades se hubieran visto afectadas si aquellas medidas no hubieran tenido lugar. En un contexto tan complejo como el que supuso aquel inicio de la pandemia, el reclamo por esa libertad comprendida de manera casi exclusiva como un ejercicio irrestricto del deseo individual terminó pareciéndose peligrosamente a un rechazo a toda forma de coordinación e incluso de protección, es decir, a la generalización del “sálvese quien pueda”.

Más allá de la potencia que la libertad adquiere cuando se convierte en consigna política y sin ignorar la validez general de ciertas protestas, debemos preguntarnos quiénes se hubieran visto efectivamente beneficiados de haber sucedido aquello que se reclamaba. En otras palabras, ¿quiénes hubieran podido usufructuar en última instancia aquella libertad que se exigía? Esta cuestión resulta particularmente sensible pues, en un mundo donde la desigualdad alcanza niveles inéditos e inusitados, confundir libertad con desprotección resulta poco menos que suicida.

Hoy, habiendo transcurrido un año y medio desde el comienzo de la pandemia, sabemos que muchas de esas medidas resultaron inadecuadas, ineficaces o exageradas. Sabemos, además, que ni siquiera fueron completamente respetadas por quienes las estipularon. Sin embargo, es de suma importancia repensar cuáles son las características efectivas de esa libertad que se convirtió en objetivo de los reclamos, para intentar, desde esa base, imaginar otro tipo de libertades quizás más ambiciosas. Por eso, en nuestro tiempo presente, resulta fundamental no dejarnos ganar por la ansiedad y evitar que la necesidad de certezas termine haciéndonos abrazar perogrulladas de baja estofa.

La pandemia pasará y se convertirá en un recuerdo traumático. Todo parece indicar que no nos habrá hecho mejores, como algunos precognizaron cerca de su inicio y muchos quisimos creer. Pero estará en nosotros la posibilidad de aprovechar esta experiencia. Por más que algunos disfrazados de clarividentes vengan a contarnos qué es lo que habrá de suceder, el futuro no está escrito. En vistas de ocupar un rol activo respecto de la configuración de lo que eventualmente será el tiempo post-pandémico, convendrá pensar colectivamente qué forma queremos que nuestro futuro tenga. En ese sentido, resistir la tentación de asumir certezas prefabricadas puede que sea la mejor manera de lidiar con las incertidumbres que nos aquejan.

*Profesor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Docente universitario. Investigador del Centro de Estudios sobre el Mundo Contemporáneo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Twitter: @boti927