A dos años del comienzo de la presidencia de Mauricio Macri se impregna la sensación de que la economía continúa presentando desequilibrios macroeconómicos de difícil resolución. Claro está que estos desequilibrios encuentran su génesis en el gobierno anterior. Pero es hora de dejar de hablar del pasado y analizar el presente. Al fin y al cabo, es responsabilidad de todo gobierno formular un diagnóstico sobre los problemas y trazar un plan para enderezar el rumbo.

Analizando la fotografía general de la macroeconómica argentina, dos grandes problemas aparecen en la imagen. El déficit fiscal del sector público y el déficit de cuenta corriente por las transacciones con el resto del mundo, en medio de una inflación atípica para el siglo XXI. El déficit fiscal primario pasaría del 3,9 % a un 3,2 % del PBI de 2017 a 2018, mientras que, si contabilizamos los intereses de deuda, el resultado fiscal financiero alcanzaría el equivalente a un 5,5 % del PBI, según el presupuesto 2018. Los números no difieren demasiado respecto de los observados en 2015.

Por su parte, el saldo de cuenta corriente acumulado al tercer trimestre del 2017 alcanzó un déficit de 22.476 millones de dólares, equivalente a un 3,5 % del PBI, aunque se espera que ronde el 4,5 % del PBI cuando se completen los datos. Aún peor, las proyecciones para el 2018 no son nada alentadoras. Estos números son claramente preocupantes. 

La similitud de los déficits no debería sorprendernos. Está bien establecido en economía que, necesariamente, el ahorro neto del sector privado (diferencia entre ahorro e inversión privada), sumado al ahorro neto del sector público (resultado fiscal), debe equipararse con el ahorro del resto del mundo (el déficit de cuenta corriente cambiado de signo). Intuitivamente, si un sector gasta por encima de sus posibilidades debe haber otro que lo está financiando. A esto se lo denomina una identidad macroeconómica y debe cumplirse dado un nivel de producción (PBI).

Es con esta idea en la cabeza que se suele asociar el déficit fiscal con el déficit de cuenta corriente. La interpretación usual es que si el sector público está gastando por encima de sus ingresos, tiene que estar siendo financiado por el resto del mundo o por el sector privado. Luego, se hace un salto deductivo que parece irrefutable: que la reducción del déficit fiscal implicará una reducción del déficit de cuenta corriente, solucionando ambos desequilibrios de una vez, y con un solo instrumento (el ajuste fiscal).

Esto puede ser cierto, aunque no por un camino lineal como algunos analistas pretenden trazar. Para ejemplificar, imaginemos el camino del shock que proponen algunos economistas para equilibrar las cuentas públicas de un zarpazo ¿Se volverían nuestras industrias competitivas y equilibrarían el déficit externo automáticamente? La respuesta es: probablemente no. Lo más probable es que en el corto plazo, esa política llevaría a una recesión económica, provocando una caída del PBI. Esta caída del ingreso conllevaría una disminución de la demanda de importaciones y de esa forma se equilibraría el déficit comercial. Es decir, solamente luego de una recesión se lograría el equilibrio externo.

Otra trayectoria posible podría ser la siguiente: la reducción del déficit fiscal deja financiamiento disponible para el sector privado, que haciendo uso del mismo aumenta la inversión, manteniendo su ahorro; o bien, disminuye su nivel de ahorro manteniendo el nivel de inversión constante. En tal caso, el déficit de cuenta corriente continuaría por el mismo sendero explosivo que se encuentra ahora, ya que en dicho caso el resto del mundo financiaría el exceso de gasto del sector privado. La identidad macroeconómica, obviamente, seguiría cumpliéndose.

Otros caminos posibles

Ninguno de estos caminos es el único posible y hay otras medidas de política económica que podrían llevarse a cabo afectando a las decisiones de los distintos sectores. Lo que quiero remarcar es que no se debe interpretar una simple identidad  matemática como una teoría económica. No necesariamente el déficit fiscal y el déficit de cuenta corriente se resuelven con una única herramienta. Y aún si fuera el caso, no sería deseable resolver estos desequilibrios macroeconómicos generando una recesión.

El camino del gradualismo adoptado parece correcto para resolver el déficit del sector público sin dañar el crecimiento económico. Preocupa, sin embargo, lo poco que se ha dicho sobre cómo se resolverá el déficit de cuenta corriente. No son lo mismo y las soluciones a proponer deben ser parte de un plan integral. Éste debe coordinar la política antinflacionaria, la resolución del déficit fiscal y las mejoras necesarias en la competitividad del sector transable argentino.

Hay margen para una corrección gradual. El bajo nivel de endeudamiento externo con el cual partió este gobierno lo hace posible. Sin embargo, sin prisa pero sin pausa las correcciones deben ser realizadas bajo un enfoque integral. Debe tenerse en cuenta que una vez lograda esta estabilización comienza el verdadero desafío, históricamente recurrente: la discusión de siempre sobre el camino al desarrollo que debería seguir Argentina.

 

*El autor se encuentra cursando el doctorado en economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), es becario del CONICET y del Centro de Estudio de Estado y Sociedad (CEDES). Su campo de estudio es la macroeconomía y el desarrollo. Twitter: @gabrielmpalazzo