La desigualdad no debe ser vista como un número o un dato económico más. Desde una perspectiva sociológica, la tendencia en la evolución de la desigualdad refleja al menos tres cosas: las principales directrices del modelo macroeconómico y la concepción del desarrollo de los gobiernos; el estado del conflicto social y cuáles son los sectores beneficiados; y lo que una sociedad considera justo o injusto durante un período dado.

El avance neoliberal luego de la crisis financiera mundial no ha hecho más que aumentar la desigualdad. Hoy sabemos que la reducida minoría del 1% de la población mundial acapara la mitad de la riqueza del planeta. En este sentido, Argentina no es la excepción: según datos del INDEC, el coeficiente de GINI alcanzó en el primer trimestre de 2018 el valor de 0,440 puntos; 35 puntos por encima del valor correspondiente al año 2015 y una cifra similar a la del 2008. Por otra parte, la brecha de ingreso se amplió: el decil más rico de la población se lleva hoy 20,1 veces más que el decil más pobre, cuando esa brecha era de 16,4 en 2015.

Este retroceso en la distribución del ingreso puede explicarse, en gran medida, debido a la evolución negativa de algunas variables clave: el salario promedio del sector privado se ubica hoy en USD 825, el salario mínimo vital y móvil equivale a USD 251 y el haber mínimo jubilatorio descendió a los USD 217. En la actualidad, todas estas variables se encuentran por debajo del nivel que tenían al inicio del gobierno de Cambiemos.

La tendencia indica un crecimiento de la desigualdad que es coherente con el modelo macroeconómico: la Argentina se transformó en los últimos años en una economía financiera, lo que ha quitado poder de distribución a la principal fuente de reducción de la desigualdad, los ingresos laborales. Dicho de otro modo, la apertura disoluta a los flujos del capital global y a los caprichos del mercado generó la fuga de capitales que nunca recalaron en la economía real, paralizando la actividad productiva. Al mismo tiempo, una concepción ortodoxa del rol del Estado impactó negativamente en los ingresos no laborales (transferencias, jubilaciones, etc.) y en los indirectos (cobertura de salud, educación, etc.): el ajuste y la reducción del Estado, gradual o abrupta, también ha generado mayor desigualdad.

La desigualdad según la nueva economía financiera
La desigualdad es relacional, lo que ganan unos es lo que dejan de percibir otros. Y en este esquema económico, los principales beneficiados han sido los agroexportadores, vía devaluación y quita de retenciones; los acreedores externos, ya sea por pago de deudas o nuevo endeudamiento; y los sectores de la especulación financiera, desde los bancos hasta los grandes jugadores en el mercado cambiario.

El macrismo tiene una concepción del desarrollo heredada del Consenso de Washington: deposita todas sus esperanzas en las virtudes del mercado. Por ello, es impensable en su horizonte de sentido todo intento de direccionamiento estatal de la estructura productiva, reactivación del mercado interno o búsqueda de rentabilidad a través del diferencial tecnológico, vías que son más adecuadas para los países semi industrializados como la Argentina. Para el macrismo todo se reduce a como disminuir los costos laborales. Cuando la búsqueda de la competitividad externa se reduce a eso, el aumento de la desigualdad es inevitable.

La desigualdad según la nueva economía financiera
Por último, nada en este esquema macroeconómico sería sostenible sin la presencia de una subjetividad neoliberal y autoritaria que hoy está extendida en la sociedad Argentina. En este sentido, el ethos del macrismo condensa posiciones ideológicas que justifican las desigualdades a nivel económico y social a través de un entramado de discursos que llevan al extremo la lógica del mérito, la competencia y la demanda de castigo para aquellos que no adhieran a estos valores.

*Sociólogo (UBA), becario doctoral del CONICET. Maestrando en Sociología Económica. IDAES-UNSAM. Twitter: @RuskiCaput