En la Argentina de la crueldad, promocionada por el presidente Javier Milei y su Gobierno, los despidos son motivo de festejo o, a lo sumo, un número frío y abstracto que se carga en una planilla de Excel o se enuncia con una falta de empatía total. Poco importan las historias detrás de esos números, las trayectorias de años trabajados, la angustia de quienes se quedan sin empleo, las políticas públicas que quedan por el camino y los derechos que pierden los ciudadanos argentinos cada vez que el Estado se retrae, como lo está haciendo, en forma irracional y sin otro criterio que reducirse a la mínima expresión.

Esta historia lleva el nombre de Ana Müller pero no es solo la suya. Podría ser la de cualquiera de sus 46 compañeros y compañeras despedidas de la delegación salteña del Instituto de Agricultura Familiar, campesina e Indígena (INAFCI), de los 900 trabajadores del organismo que quedaron en la misma situación en todo el país, de los millones de kilómetros recorridos por esos laburantes muchas veces con sus propios vehículos en los 30 años de historia de la institución, de las miles de canillas de agua instaladas en zonas secas, de los emprendimientos productivos como bodegas vitivinícolas, de las radios y redes comunitarias de acceso a internet, de las intervenciones sociales como, por ejemplo, en materia de violencia de género. Al listado interminable hay que sumar también los cientos y cientos de días de esos trabajadores y trabajadoras fuera de sus casas, lejos del crecimiento de sus hijos, las pérdidas y angustias que fueron quedando en el camino.

Ana tiene 42 años, una hija de 11 y es Comunicadora Social. En marzo, último mes como empleada del INAFCI donde trabajaba desde 2009, se recibió de Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea con una tesis titulada “Antenas entre cerros”, sobre radios rurales populares e indígenas. Paradójicamente, ese mismo mes ella y sus compañeros fueron llamados “ñoquis” por Manuel Adorni, el vocero trasnochado del Age of Empires, y se enteró por cadena nacional de la noticia de un despido que ni siquiera le confirmaron un mes más tarde. Esta es su historia, la de su trabajo y sus aportes, la del drama que hoy vive como miles de argentinos partidos al medio por la motosierra irracional e insensible del Gobierno nacional.

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EL ESTADO ABANDONA EL CERRO

“Me vine a la oficina, a sostener los puestos de trabajo, a ver si llega alguna novedad” dice Ana al atender a Diagonales y atravesada por la incertidumbre con la que vive hace ya más de un mes. La oficina es la delegación de Salta del INAFCI, que como tantos organismos nacionales quedó sin autoridades nombradas en las provincias y trabajadores a la deriva. Adorni anunció un cierre del organismo imposible si no es con la modificación de la ley que lo estableció, pero el vaciamiento ya comenzó y muestra la misma falta de seriedad y empatía que tantos otros casos a lo largo y ancho del país. 

“No nos notificaron ni la prórroga en diciembre ni lo de ahora. En febrero cambiaron el organismo a Capital Humano y nos pagaron  tarde y mal, tuvimos que chequear todo, los recibos de sueldo salieron con cero antigüedad, a personas con mas de 26 años de servicio. A las dos semanas se pasó de nuevo el organismo a Economía. Luego sale Adorni diciendo que se cierra, que somos todos ñoquis y no sé qué. De ahí no tuvimos más noticias,  el sueldo de marzo nos lo pagaron a finales de mes. Nadie te dice nada, nos bloquearon las cuentas institucionales, nadie puede entrar al sistema” relata atónita Ana.

“ACÁ ES DESIDIA, NO EXISTIMOS, NO ESTAMOS, CREEN QUE NO MERECEMOS SER INFORMADOS, NO TENEMOS CONDICIÓN HUMANA".

El modus operandi se repite. Organismos acéfalos, trabajadores ninguneados, derechos y políticas públicas pisoteadas y dramas personales y familiares que no tienen lugar en el Excel del Gobierno. “Acá es desidia, no existimos, no estamos, creen que no merecemos ser informados, no tenemos condición humana. Si no pagan los sueldos y tenemos que pagar el alquiler, un tratamiento médico o lo que sea les importa tres carajos, si nos enfermamos porque no sabemos si vamos a cobrar o no, ni les importa. No sabemos si tenemos que salir a buscar a trabajo, no hay nada en nuestra condición humana como trabajadores que tenga sentido para esta gente. No valés nada” describe Müller con crudeza.

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El caso del INAFCI es uno más de los que muestran un patrón: el abandono del Estado nacional a las provincias y, particularmente, de las regiones y poblaciones a las que más difícil y necesario resulta llegar. “Nosotros trabajamos arriba de los cerros, salimos, vamos y recorremos. Éramos el punto de contacto con el Estado en zonas muy aisladas desde hace más de 30 años. Cualquier organismo u entidad que tenía que hacer algo en esos territorios hablaba con nuestros equipos, porque somos los que lo conocemos, a las comunidades, a las organizaciones, los conflictos, con quién hay que hablar, cómo se convoca. Éramos un interlocutor y un punto clave para que cualquier política pública pudiera llegar” explica la comunicadora.

Detrás de los dramas individuales se encuentra un gran drama político y social, que pega con fuerza en el interior del país, producto de la destrucción libertaria que llevará años reconstruir. “Lo que está pasando es que el Estado nacional se está retirando de las provincias en todos los puntos de contacto que había para la ciudadanía, dejando solo CABA como base. Esto implica profundizar la desigualdad y la injusticia histórica, nos quedamos sin posibilidades como ciudadanos argentinos de acceder a políticas o tener interlocutores para nuestros reclamos desde nuestras provincias” agrega Müller.

“EL ESTADO NACIONAL SE ESTÁ RETIRANDO DE LAS PROVINCIAS”. 

El INAFCI continúa existiendo dentro del organigrama estatal, y hasta fue nombrada como interventora una mujer salteña. Sin embargo, esto no representó ninguna ventaja para Ana y sus compañeros: “es una negadora de los crímenes de la dictadura cívico-militar, nieta de un funcionario de Rafael Videla, y no cuenta con ningún antecedente en el área, no tiene nada tiene que ver con la historia de la agricultura familiar, incluso siendo salteña no hemos tenido ninguna posibilidad de tener una comunicación con ella para que nos diga ´acá no queda nadie, han sido todos despedidos´, ni qué piensa hacer ”.

“LO QUE ESTÁ PASANDO AHORA ES UN NIVEL DE BRUTALIDAD Y PSICOSIS QUE TE VUELVEN LOCA, PARA QUE TE ENFERMES". 

En ese contexto, la situación de los trabajadores y trabajadoras es crítica. “Hay mucha gente con una capacidad de trabajo muy grande y condiciones muy precarias, muy maltratada por muchas gestiones, pero lo que está pasando ahora es un nivel de brutalidad y de psicosis que te vuelven loca, para que te enfermes” expresa Ana en relación a la falta de humanidad en el trato por parte del Gobierno nacional.

EL INAFCI Y LA TELE QUE NO TUVE

“Nací en la ruralidad con la promesa de que algún día iba a llegar a la televisión o el teléfono” inicia Ana la explicación de su vínculo con su trabajo y la pasión por lo que hace. El trabajo de sus padres, ambos maestros rurales, la llevaron de su Cachi natal y los Valles Calchaquíes a vivir a una escuela en el Valle de Lerma a la que asistían los hijos de los trabajadores del tabaco. Más adelante su padre ingresó  como técnico al Programa Social Agropecuario, el primer nombre del INAFCI allá por mediados de los 90, y Ana descubrió lo que sería su camino de vida. “Fui a estudiar a Córdoba porque acá no había Comunicación en la universidad pública, que ahora sí está, pero volví a Salta porque sabía que ese era el trabajo que yo quería hacer” recuerda.

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El nombre del Instituto Nacional de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena es el sexto que recibió el organismo en sus tres décadas de historia y no dice todo lo se realizaba a través suyo antes de que la motosierra de Milei lo talara de cuajo. “Nos dedicamos a cualquier cosa que esté vinculada a vivir mejor en la ruralidad, es la máxima capilaridad del Estado argentino hace 30 años” describe Ana. El INAFCI está compuesto de equipos interdisciplinarios de profesionales y técnicos “idóneos en el conocimiento de los territorios, compañeros indígenas, técnicos en salud sanitaria animal, técnicos sociales, ingenieros agrónomos, somos equipos muy diversos” complementa la comunicadora.

Trabajando con financiamiento internacional además del nacional, el instituto desarrollaba líneas de acceso a tecnologías, a semillas, insumos, asesoramiento y gestión que ayuden en mejorar las condiciones de acceso a derechos tan básicos como el agua, género, cuestiones productivas y de la vida de los habitantes de la ruralidad. “En las zonas rurales el acceso al agua es un problema central. Pero para hacer las acequias hay que organizar la dinámica de trabajo colaborativo, acompañar y dar seguimiento a la burocracia de los procesos de financiamiento, atender a las particularidades sociales de cada comunidad, etc. Por eso es un trabajo tan interdisciplinario, que necesita desde ingenieros hasta comunicadores que sepan hacer y escuchar” ejemplifica Müller.

“NOS DEDICAMOS A CUALQUIER COSA QUE ESTÉ VINCULADA A VIVIR MEJOR EN LA RURALIDAD, ES LA MÁXIMA CAPILARIDAD DEL ESTADO ARGENTINO HACE 30 AÑOS”. 

En el campo de la comunicación, la delegación salteña del INAFCI acompañó a lo largo de los años la instalación de 15 radios rurales, indígenas y comunitarias, una de ellas inaugurada recientemente, en Santa Victoria Oeste. La cuestión de la conectividad es otro de los grandes ejes de intervención, y Ana la utiliza para graficar la importancia del Estado y la falacia de un mercado que resuelva todas las necesidades sociales: “Con la conectividad, no hay manera, ni con empresas grandes ni chicas. En la pandemia teníamos que rogar que nos tiren 3 megas para redistribuir. Nosotros investigando, aprendiendo, articulando, logramos levantar 4 redes entre los cerros y el monte. Y hacen la diferencia por que así pueden avisar que alguien nació o que alguien se murió, si hay reunión o una alerta meteorológica en sus comunidades, a ese nivel. Explorar esa posibilidad, organizarla es un laburo y lo hacemos nosotros, y si no lo hacemos nosotros no lo va a hacer nadie, mucho menos el mercado, que no lo hizo nunca”.

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HISTORIAS DE LA MONTAÑA

“Son densidades poblacionales pequeñas, pero tienen una importancia sustancial en la diversidad y la soberanía alimentaria: Comemos lo que la gente produce en el campo. Eso es lo que hacen los agricultores familiares todos los días” dice Ana sobre las poblaciones en las que interviene el INAFCI, y no se limita ante el pedido de Diagonales por historias y anécdotas que reflejen la importancia social de su trabajo. La primera que surge es la de Eulogia Tapia, criadora de cabras del paraje La Poma, e inmortalizada en la famosa zamba “La Pomeña”, de Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón. “Los cabriteros son el sector más sacrificado en la ruralidad. Eulogia, que ha sido zamba y hoy hasta es propaganda de la provincia, siendo canción nunca había tenido acceso   al agua, ni para ella ni para sus cabras, hasta la intervención del instituto y los proyectos implementados en La Poma” relata.

“COMEMOS LO QUE LA GENTE PRODUCE EN EL CAMPO”. 

Ana recuerda también la vez que se juntaron 5 hermanos de más de 60 años de un paraje de los Valles Calchaquíes para abrir juntos por primera vez la canilla que se logró con el trabajo comunitario. “Fue uno de los momentos más emocionantes que viví, ese abrazo entre ellos mientras decían ´pucha, mirá todo lo que podríamos haber descansado si solo teníamos esta canilla acá´, y literalmente era sólo una canilla de una manguera negra con un pico de plástico en las afueras de una casa, ¿me entendés? Toda la vida levantándose a las 5 de la mañana para acarrear el agua en la espalda, y poder sacarla de la acequia antes que los animales la puedan contaminar”.

Las problemáticas de violencia de género también son un campo de intervención permanente en los territorios rurales. Ana cuenta la vez que llegó a la casa de una gran quesera y la encontró asustada y muy golpeada. Había sido su hermano y la mujer no quería denunciarlo porque era el único que la ayudaba con el ordeñe de las cabras, que no podía hacer sola a sus 70 años. De ese ordeñe dependían los quesos con los que la mujer analfabeta sostenía el estudio de sus tres hijas en la ciudad, que cursaban las carreras en la universidad pública. La intervención demandó días junto a la comunidad, para organizar redes de control sobre el hombre y fundamentalmente apoyo a la mujer. “Hablar sobre el miedo y estrategias de cuidado era parte del trabajo. Ese laburo no lo iba a hacer nadie. No es sólo mirar las cabras y ver qué vacuna toca, cómo se puede mejorar la raza y tener más producción, es ver qué condiciones de humanidad nos sostienen en un contexto de aislamiento brutal e histórico” sintetiza.

“¿CÓMO HACÉS PARA SALIR DE ESTAR SIEMPRE CONDENADO A SER EL PEÓN QUE TIENE QUE ACEPTAR CUALQUIER COSA, SINO ES JUNTÁNDOTE CON OTROS Y CON LA ASISTENCIA DEL ESTADO? NO HAY OTRA MANERA”.

Ana nombra también a la bodega Trassoles, que lleva más de dos décadas sostenida por el trabajo de casi 60 familias y que produce vinos con calidad de exportación, con enólogas mujeres cafayateñas. “Las familias se juntaron para pelear en la crisis del 2001 el precio que les pagaban las grandes bodegas por sus uvas, años más tarde construyeron un emprendimiento modelo. A mí no me gusta la palabra progreso ni desarrollo, pero eso es justicia. ¿Cómo hacés para salir de estar siempre condenado a ser el peón que tiene que aceptar cualquier cosa, sino es juntándote con otros y con la asistencia del Estado? No hay otra manera” concluye.

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ESTAR FUERA DE CASA CONSTRUYENDO EN OTRAS CASAS Y NO VALER NADA

En muchos casos, los trabajadores y trabajadores despedidos por la motosierra irracional tienen un recorrido de años y de haber dejado muchas cosas en el camino para sostener las funciones sociales y productivas que hoy el Gobierno desprecia y ningunea. Ana cuenta años de poner sus propios recursos, su vehículo para recorrer miles de kilómetros, muchas veces viajando sola, “a zonas aisladas  donde no hay señal de teléfono y no podías ni avisar si llegaste bien, si te agarró una tormenta de nieve como nos ha pasado, o tantas otras cosas”.

Sostener una familia con un trabajo como el del INAFCI supone dificultades adicionales. Los viajes permanentes y los días fuera de casa para estar en los territorios son parte de las variables que los números fríos del Gobierno y sus despidos no contemplan. “Los compañeros varones en general han tenido quién le críe a sus hijos en sus casas cuando salían al territorio. Pero no hay marido que se banque que las mujeres nos vayamos de la casa porque nos guste el trabajo que hacemos” relata Ana sobre su historia particular, y agrega “tardé mucho en asumir que podía ser una madre que esté pero que a veces tenga que irse. Al principio viajaba con mi bebé, pero cuando tuvo que empezar el jardín, se hizo mas complejo sostener el estar fuera de casa construyendo en otras casas, el agua, la producción, la comunicación y los cuidados”.

“HAY UNA TRAYECTORIA LARGUÍSIMA, MILES DE HISTORIAS DE VIDA QUE QUEDAN DESAHUCIADAS CON LO QUE ESTAMOS VIVIENDO”. 

La voz de Ana se quiebra con esos recuerdos y la triste realidad de que “hay una trayectoria larguísima, miles de historias de vida que quedan desahuciadas con lo que estamos viviendo”. A pesar de que no es la primera vez que le pasa, ya que durante el macrismo el INAFCI también subrió un feroz desguace y ella fue despedida y años más tarde, reincorporada, Ana traza fuertes diferencias con el momento actual. “Ahora es muy distinto, el desánimo, la desesperanza se siente mucho más fuerte. En la tanda pasada el poder de convocatoria y de colaboración fue muy fuerte, teníamos legitimidad, apoyo. Hoy el escenario es otro, es un sálvese quien pueda, nadie sabe qué hacer, ni que está pasando realmente” describe angustiada.

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La comunicadora recuerda que en los despidos de la etapa macrista hubo trabajadores “que se infartaron, se murieron o enfermaron gravemente”. Por eso, cuenta que “hoy pensamos cómo nos cuidamos, cómo nos contenemos, cómo ponemos en valor todo lo hecho. Tenemos el autoestima  golpeada pero a su vez también sabemos que hemos sido grandes laburantes, que somos gente muy capaz, muy formada, que hemos dado todo, mucho del tiempo de nuestra familia, que implicó perdernos el crecimiento de nuestros hijos mientras estábamos en otro lado. Creemos que no hay que volvernos locos ni apagarnos, pero la situación es muy compleja”. A la par, resalta que “Salta no es lo mismo que Buenos Aires, acá no hay laburo, somos cientos de diferentes organismos nacionales en la misma, familias donde somos único ingreso y no hay más que esto”.

“HOY PENSAMOS CÓMO NOS CUIDAMOS, CÓMO NOS CONTENEMOS, CÓMO PONEMOS EN VALOR TODO LO HECHO”. 

Resulta difícil ponerle al drama personal de una trabajadora despedida otras palabras que no sean las suyas para describirlo: “Hay un montón de laburo hecho, demasiada ausencia y destrato. Este nivel de maltrato era impensado. Es muy difícil asistir a que no seas nada, que no valgas nada. Nosotros somos laburantes, no tenemos otra opción que trabajar para comer todos los días, y si ser laburante es lo que está bajo sospecha, es lo que está siendo impugnado, no se entiende cómo llegamos a esto, cuando además hemos dejado todo, legítimamente todo. No hay por dónde mirarlo, es desolador y profundamente injusto e inhumano” dice, y no queda nada por agregar.

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SUEÑOS VUELTOS PESADILLA

Ana es el único ingreso de su hogar, y frente a la incertidumbre y la angustia del despido aun no confirmado legalmente por el Gobierno nacional, debe sobrevivir y mantener a su familia. Cuenta para eso con un devaluado ingreso por sus horas como docente de comunicación en la universidad, espacio también amenazado por el brutal ajuste. De ese ámbito también surge una historia en la charla con Diagonales que sintetiza a la perfección la tragedia producida por la motosierra irracional e insensible.

Cuenta Ana que en sus tiempos de estudiante uno de los primeros proyectos con los que se apasionó fue a través de la extensión de la Universidad de Córdoba, en la gestación  de una radio en Nazareno, cerca del límite entre Salta y Bolivia. Los primeros talleres se dieron en 2004 y la radio se inauguró recién en 2016. Hoy, de allí también fueron despedidos dos trabajadores del INAFCI que brindaban asistencia técnica en diversas temáticas.

“En las aulas universitarias de Salta hay hijos de gente laburante, como las hijas de la quesera. Hace años empezaron a estudiar en nuestras aulas, pibes que llegaron a la comunicación por las  radios que inauguradas en sus comunidades, las radios rurales que prendimos conjuntamente” describe sobre su ámbito particular de docencia. La profesora cuenta con tristeza que “hoy esos niños y niñas, que estuvieron jugando en esas inauguraciones, están sentados en la universidad viendo si la universidad se cierra”. Y remata la conversación con una figura que le cabe a cualquier aspecto de la realidad argentina bajo el Gobierno de Milei: “duele saber que los invitamos a soñar algo y que hoy estamos viendo que se vuelve una pesadilla”.