Perón solía decir que el peronismo era una suerte de “partitura” con “diferentes melodías” cuando se le preguntaba por las diversas corrientes, que constituían el mayor movimiento político de América Latina. La historia nos muestra que el liderazgo del general era la prenda de unión que podía hacer convivir aquellas melodías; hasta que el 1° de mayo del 74, el propio Perón decide poner punto final a esa partitura, y ahí todos sabemos lo que pasó posteriormente, principalmente, a partir del fallecimiento del viejo líder.

Sin embargo, y fruto de esa dolorosa experiencia, de la sangrienta dictadura cívico-militar y de la derrota electoral de 1983, el peronismo trató de constituirse nuevamente como una partitura con diferentes melodías que pudieran, y supieran, congeniar. Esta postura supo estrechar filas en diferentes momentos, como también, supo romperlas, ya sea sumando nuevas melodías, expulsando viejas o modificando algunas.

La última década del siglo XX nos mostró una partitura peronista bastante alejada de las melodías centrales que supo tocar el peronismo clásico. Esto provocó un cisma en su interior y una profunda crisis en el país, con un presidente no peronista dejando la Casa Rosada poco menos que huyendo en helicóptero. Una de las melodías de dicha partitura se hizo cargo del país, con acuerdo del principal partido opositor y, devaluación mediante, arrojó como saldo de su gestión índices de pobreza como nunca antes sufriera nuestro país, aunque la economía empezara a mejorar leve y pausadamente. La “casa comenzó a estar en orden”, podríamos decir, parafraseando a Alfonsín. De todos modos, y frente “al que se vayan todos y no quede ni uno solo” y a las constantes movilizaciones sociales, el asesinato de Kosteki y Santillán precipitó los acontecimientos, convocándose a elecciones generales para mayo del 2003. La partitura peronista en esa circunstancia se quebró y tres conjuntos de melodías se enfrentaron, aprovechando que por fuera del peronismo sólo había quedado un tendal de cristales rotos.

Con tan solo el 22 % de los votos, un dirigente poco menos que ignoto para la mayoría de los mortales argentinos, asumió la presidencia de la Nación y, dando pruebas de una formidable muñeca política, volvió a levantar a la vieja partitura, con nuevos y antiguos intérpretes, pero tratando que esa partitura sea interpretada por melodías afines y no contradictorias entre sí. Y esa postura, dio inicio a una nueva puja interior al peronismo, repercutiendo con creces en la evolución del país, tanto económica, social, política e institucionalmente.

Durante esos poco más de doce años de dominio de la melodía kirchnerista, varias de las melodías, algunas cercanas otras no tanto, fueron apartándose de la partitura hasta desembocar en la derrota de 2015 y el arribo al poder de un outsider de la política como lo era (¿lo era?) Macri, con una coalición que englobaba al viejo partido radical, escisiones del mismo como la Coalición Cívica, y su propio partido que, según él y sus adeptos, representaba la “nueva política” (tengamos presente que al PRO lo conforman los elementos más duros del menemismo, el grupo “sushi” del gobierno de la Alianza, vestigios de la otrora UCeDé, entre otros, o sea, política no tan “nueva” que digamos).

A pesar de la nueva derrota en 2017, el mal gobierno macrista permitió reagrupar las diferentes melodías que parecían irreconciliables y, aunque algunas pequeñas melodías decidieron pasarse al bando por entonces oficialista (Pichetto) y otras mantenerse como una opción alternativa (Randazzo); bajo el aglutinante de “Tod@s”, la partitura parecía recomponerse, volviendo a tomar las riendas del país. No tener un proyecto unificado de país, un nítido liderazgo aceptado por todas las “melodías”, no ser conscientes de la “herencia” dejada por el anterior gobierno y una sorpresiva e invasiva pandemia que devastó al mundo y su economía, terminaron por demostrar que la nueva partitura nunca fue tal y que cada melodía tocaba su propia partitura. Las elecciones 2021 y sus secuelas internas dentro de la coalición gobernante no hacen otra cosa que reafirmar ese “amontonamiento” de melodías sin tener en claro cuál es la partitura a seguir.

De las melodías que constituyen la alianza gobernante, la más fuerte y que más adeptos suma, y la que sostiene tener un modelo de país continuador del proyecto peronista de “Perón” con sus propios matices, es la “cristinista”, con La Cámpora como su sector más radicalizado. La otra melodía fuerte sería la gobernante o “albertista”; mientras que una tercera melodía “expectante” la constituye el massismo. Obviamente, esto es una mera simplificación de la interna de la coalición gobernante, de la cual no debemos olvidar los referentes y gobernadores provinciales y sus propios intereses.

Sin duda, como sucedió a lo largo de nuestra historia y como sucedió a lo largo de la historia del movimiento peronista, dos bandos son los más relevantes y enfrentados entre sí, mientras que el resto de los sectores se vuelca para uno u otro bando según las conveniencias y la coyuntura política -y social-. Por ende, la interna en la coalición gobernante gira alrededor del albertismo y el cristinismo, y del desarrollo y desenlace de la misma, se volcarán unos y otros al bando ganador, ergo, a la melodía que mejor “suene” a instancias de captar al público en general.

Esta bipolaridad, característica del sistema político argentino desde sus inicios y reflejada, asimismo, en la interna de las principales fuerzas políticas a lo largo de su devenir histórico, trajo sus beneficios, pero, a su vez, sus desventajas o perjuicios para nuestra salud republicana. Y la actual coyuntura no escapa a esta disyuntiva. Centrándome en el oficialismo, el enfrentamiento entre albertistas y cristinistas presenta sus pros y sus contras, y en el transcurso del corriente año iremos viendo cuáles resultan más decisivos.

El llamado a la unidad de Alberto el pasado 25 tuvo un destinatario bien definido: el cristinismo. El presidente tiene aspiraciones de ser reelecto y, para eso, necesita recuperar la confianza del electorado en general y de los sectores internos del FDT en particular. Las medidas que está tomando y la campaña publicitaria giran en torno a ello. Necesita volver a que todos “toquen la misma partitura”; al señalar que tanto él como CFK tienen los mismos objetivos, pero piensan distinto en cómo alcanzarlos, Alberto nos refleja esa diversidad de melodías. Desde el propio Perón hasta nuestros días, esa convivencia de distintas posturas dentro del movimiento posibilitó posiciones pragmáticas que permitieron acomodarse tanto a la coyuntura nacional como internacional, pero, paradójicamente, llevaron con el correr del tiempo y el desgaste lógico de la permanencia en el poder, a provocar reacciones adversas en el escenario político, configurando coyunturas por demás críticas para la Argentina y el sistema institucional.

Cuando el año próximo se lleven a cabo las elecciones presidenciales, estaremos cumpliendo 40 años ininterrumpidos de democracia y estabilidad político-institucional, más allá de los contratiempos y desavenencias que hemos padecido en estas cuatro décadas. Es necesario que el FDT logre limar asperezas pensando no sólo en su futuro electoral y político, sino también en el futuro del país y del sistema institucional. El temor no pasa porque JXC vuelva al poder, sino pasa por el crecimiento de ciertos personajes que están teniendo bastante aceptación entre las y los jóvenes, principalmente. Aunque no lleguen al poder en 2023, su crecimiento legislativo y la interna del FDT, más si pierde y vuelve a ser oposición, se transformarían en caldo de cultivo para estos personajes. Y eso es lo peligroso.