La denuncia sobre la existencia de un poder formal  que fungiría como epifenómeno superestructural de  un poder real, verdadero,  que operando desde las sombras sería manejado por los grupos concentrados de la economía en concomitancia con el poder mediático, constituye una letanía recurrente del llamado pensamiento nacional y popular. Pesquizar sobre los orígenes ideológicos de esta  antinomia conceptual nos conduce inevitablemente a la Alemania de los años 20, en aquel periodo de incubación del huevo de la serpiente de la ascensión de Hitler al poder para allí encontrarnos con los escritos del polémico jurista prusiano Karl Schmitt; denostado como teórico del nazismo, más recientemente reivindicado como uno de los grandes pensadores políticos del siglo XX. Schmitt  denuncia  en  la  constitución de la república de Weimar la tensión conflictiva entre una legalidad formal-partidos, parlamento división de poderes, república-resultado  de un  ethos  liberal occidental a la que se opone  una legitimidad plebiscitaria, un pathos prusiano -sangre, raza, tierra–simbolizado en el  pueblo como legislador extraordinario.

Según Schmitt esta tensión debe ser saldada en función de la legitimidad plebiscitaria, única pretensión de legitimidad estatal válida,  ya  que  la legitimidad de un gobierno más que en el consentimiento de los ciudadanos o el acuerdo entre pares reside en la posesión de la fuerza y la coerción; es decir,  legitimidad y  legalidad deben considerarse simplemente instrumentos tácticos puesto que la prescripción normativa depende de su posibilidad fáctica de realización.

De allí que es preciso terminar con la creencia liberal que el parlamento representa los intereses del pueblo sustituyendo la legalidad formal de los partidos por una democracia plebiscitaria,  ya que la verdadera democracia es aquella que nace de la identifican entre gobernantes y gobernados, las masas  y un líder; es que así como en la democracia representativa liberal el pueblo debe delegar su potestad en sus representantes.  En la democracia plebiscitaria  esa potestad puede delegarse  en unos pocos hombres y  aun en uno solo instituyéndose así  una dictadura democrática que puede ser antiberal pero no antidemocrática.

Casi dos décadas después Arturo Jaureteche , uno de los padres fundadores del pensamiento nacional,  parece retomar los ideologemas constitutivos  del antiliberalismo  de  Schmitt;  luego de confesarse, con su  habitual tono sarcástico y chocarrón , “como un ex gil, graduado en la universidad de la calle” que denuncia una colonización cultural que se habría iniciado con “la madre que las parió de todas las zonceras argentinas”, la canallesca formula sarmientina “civilización y barbarie”. Ahora bien, para terminar con la colonización cultural  propone  analizar los problemas argentinos con  métodos argentinos,  diferenciando entre democracia real y democracia formal, pues  “se nos quiere hacer pasar por democracia el mantenimiento del parlamento, la justicia, las instituciones, en una palabra: lo formal que el régimen maneja". Por el contrario, en términos que claramente remiten a Schmitt, Jauretche  concluye:  “para nosotros la democracia es el gobierno del pueblo, con o sin parlamento con o sin jueces, y si el pueblo no gobierna, las instituciones no son más que las alcahuetas de la entrega, el gobierno del pueblo sin instituciones, es mejor que gobierno de instituciones sin pueblo”.