Foto: @ClariManterola

¿Y ahora qué? La pregunta surge sin remedio luego de la renuncia de Máximo Kirchner a la conducción del bloque del oficialismo en la Cámara de Diputados. Algo dejó entrever esta mañana Leopoldo Moreau, diputado del núcleo duro kirchnerista: “No hay ruptura. Vamos a discutir abiertamente y a plantear cambios que creemos necesarios al acuerdo con el Fondo”, dijo. Al igual que las declaraciones de anoche del Presidente, la aclaración de Moreau sirve para calmar apenas un poco las ansiedades e incertidumbres típicas generadas por momentos como éste, en que una bomba sacude el sistema político. El problema es que ni siquiera aparece en el horizonte inmediato una certeza sobre cuándo el Gobierno firmaría el memorándum de entendimiento con el FMI para ser refrendado por el Congreso, donde por lo que se sabe hasta ahora el Frente de Todos está muy lejos de lograr una síntesis para votarlo. Para colmo, la letra chica promete, a juzgar por el desagrado público expresado por Máximo y varios otros dirigentes de peso del sector mayoritario que encabeza la vicepresidenta, nuevas sorpresas y mayores diferencias. Que no son para nada pequeñas: abarcan desde el rumbo que debe tomar el país en materia económica hasta la forma y el contenido que adoptan desde lo político las principales líneas de acción que se deciden en la Rosada. 

No es la primera vez que una renuncia desata un terremoto en el Gobierno: el primer sacudón llegó a mitad de semana luego de la derrota en las PASO del Frente de Todos en la Provincia de Buenos Aires y casi todo el país. Aquella vez, también a través de una carta, el ministro de Interior, Eduardo 'Wado' de Pedro, puso su cargo a disposición del Presidente, y tras él lo hicieron una decena de ministros y funcionarios de primeras y segundas líneas. Alberto Fernández, aquella primera vez, escuchó el tronar de Cristina y corrigió, en casi todo (no en todo) lo que se le exigía desde adentro de cara a las generales de noviembre, en las que finalmente casi logra dar vuelta el resultado (algunas decisiones ya eran irreversibles, entre ellas la elección de candidatos y la propuesta electoral, con las que el propio Máximo ya estaba en desacuerdo). Las renuncias de septiembre -y la carta de CFK- sirvieron para torcer el rumbo, resolver tensiones y mirar para adelante. ¿Y ahora qué?

No parece ahora que vaya a suceder lo mismo, por lo que el desenlace puede ser distinto. La misiva de Máximo produjo emociones similares a las renuncias anteriores, pero al menos en boca del Presidente no tuvieron el mismo impacto, la misma fuerza. El cambio que se pide, además, no es tan sencillo de satisfacer: en el medio está nada menos que el organismo a la que la Argentina le debe 44 mil millones de dólares y de cuya firma en un papel dependen tanto la estabilidad macroeconómica y el acompañamiento del establishment como la posibilidad de empezar a trazar al menos un rumbo, un plan económico, tras dos años bajo el yugo de “las dos pandemias”, la macrista y la sanitaria. 

Desde ese punto de vista el Presidente y su ministro Martín Guzmán parecían portar con la razón, y se la dieron públicamente ministros, dirigentes sindicales, la mayoría de las organizaciones sociales (no todas), medios de comunicación opositores, la propia oposición y varios empresarios importantes. Cuando parecía que por fin el Gobierno miraba el 2023 con optimismo, el silencio del kirchnerismo empezaba a hacer ruido. Hasta que ayer Máximo dijo lo que dijo. Que durante dos años mantuvo disidencias con el rumbo de la negociación. Que no comparte el resultado. Y que no puede votarlo ni mucho menos buscar acuerdos -cumplir con su rol institucional, al fin y al cabo- con el resto de las fuerzas políticas para que el acuerdo y por ende el programa económico sigan adelante. 

Habrá que ver hasta dónde llega la onda expansiva. Por ahora tiene corto alcance: desde la Rosada y desde los distintos sectores kirchneristas dijeron que no habrá ninguna más. El propio Máximo aclaró que Cristina no estaba de acuerdo con su decisión, en la que pesaron otras rispideces, la última relacionada con su posición sobre cómo debía discutirse el presupuesto de este año en las sesiones de diciembre pasado. Hubo de hecho algunas voces en off publicadas en distintos medios de compañeros de La Cámpora que dijeron no estar de acuerdo con la decisión de su referente. También Wado De Pedro le dijo a Ivan Schargrodsky para su Newsletter que mantuvo una conversación con él, en la que le pidió que explique clara y públicamente “lo que pasó en estos dos años”, si su postura ya era irreversible. Agustín Rossi, que ocupó ese mismo rol durante varios largos años, dijo esta mañana que no se puede presidir el bloque si no se está de acuerdo con los trazos generales del Gobierno que de alguna manera se representa en la Cámara baja. 

No parecen diferencias pequeñas. El Frente de Todos nace de una paradoja, que es la de haber nacido para reemplazar en el gobierno el fracaso de Mauricio Macri y a la vez administrar el resultado -ruin para la argentina- de ese fracaso. Y ahora afronta otras, que le son propias: está visto que no alcanzaba con ese único acuerdo de base para gobernar con cierto éxito. Las diferencias públicas sobre temas de fondo -que no llegaron a la ruptura, eso sí- como las de esta semana demuestran que no hay consensos sobre qué hacer con el país. Y al sector que expresa esas diferencias con mayor ahínco pareciera que se le están terminando las balas de plata: si ya hubo dos episodios de crisis política, primero con la renuncia de un ministro clave como De Pedro y ahora nada menos que la de Máximo Kirchner, ¿cuál será el próximo cimbronazo, el próximo método elegido para exigir otro rumbo? No parece haber mucho más para amagar con romper. 

Macri tuvo dos corridas fuertes que terminaron de eyectarlo de la presidencia y lo sumieron en una cuesta abajo que terminó con la primera elección en la que un jefe de Estado desde la vuelta de la democracia pierde una reelección. Tuvo que chocar no una, sino dos veces, contra la realidad. Los efectos que las crisis -económicas en 2018 y 2019, y políticas, como en este caso- suelen subestimarse en tanto los efectos que generan en el electorado. Macri creyó equivocado que con agitar el fantasma de la vuelta del kirchnerismo tenía la elección solucionada pese a las brutales devaluaciones que desnudaron la inviabilidad de su modelo económico y el desastre de sus propias decisiones en la materia. ¿Estará el kirchnerismo menospreciando también los efectos de sus internas?