Un nuevo “cisne negro” irrumpe en la política nacional: se trata de Javier Milei, primer presidente electo libertario desde 1983, quien al frente de la joven agrupación La Libertad Avanza-LLA derrotó en la segunda vuelta electoral por un porcentaje cercano al 56 por ciento de los votos al candidato de Unión por la Patria (ex Frente de Todos) Sergio Massa. Milei triunfó en veintiún de los veinticuatro distritos electorales de todo el país, con la excepción de las provincias de Santiago del Estero, Formosa y Buenos Aires; en este último territorio el candidato de LLA triunfó en 109 de los 135 municipios de la PBA, viéndose compensada la diferencia con el triunfo del ministro-candidato Massa en 18 de los 35 municipios del Conurbano bonaerense con un resultado cercano a un empate técnico.

Es amplia por cierto la experiencia que tiene el país en cuanto al surgimiento de actores políticos no detectados por el radar de la política tradicional, que rápidamente lograron convertirse en referentes políticos nacionales. Tales han sido los casos de Raúl Alfonsín (1983), Carlos Menem (1989), Néstor Kirchner (2003), Mauricio Macri (2015) y Alberto Fernández (2019). Las excepciones han sido Fernando De La Rúa (1999) y Cristina Fernández de Kirchner (2007 y 2011).

El triunfo de Javier Milei podría explicarse por factores tales como el contexto regional, la crisis de mediana edad por la que atraviesa la democracia argentina, las propuestas presentadas a la sociedad por el candidato triunfante a lo a largo de la campaña electoral y el clima de cambio imperante en la sociedad.

Con respecto al primer factor, la región ha sido un verdadero campo de prueba para la emergencia de líderes de derecha radical con diferentes niveles de suceso electoral, desde aquellos que llegaron al poder como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, hasta candidatos altamente competitivos derrotados en segunda vuelta electoral como Rodolfo Hernández en Colombia o José Antonio Kast en Chile.

El largo ciclo de 40 años de democracia nos enfrenta a un muy modesto balance en materia de satisfacción de las expectativas sociales. Este ha sido un proceso de escasos logros y muchas frustraciones en relación al incumplimiento de múltiples demandas. No se han cumplido las esperanzas que despertaba aquel lema presente en la campaña de Raúl Alfonsín de 1983: “con la democracia se come, se cura y se educa”.

Así también, el precandidato Milei ha presentado a la sociedad un conjunto de propuestas, muy polémicas algunas -venta de órganos- difícilmente practicables otras (aunque no imposible en la Argentina) -cierre del Banco Central, dolarización, etc.- en un contexto de campaña en la cual el deterioro del debate público y la ausencia de propuestas han sido sus rasgos principales.

El clima político en nuestro país ha estado signado -y esto se ha hecho patente durante el último tramo de la campaña electoral del 2023- por el conflicto entre dos grandes emociones: por un lado, el cansancio con un largo ciclo político iniciado en el año 2003 -excepción del interregno de Mauricio Macri entre 2015 y 2019- por otro el miedo asociado a un cambio incierto. El cansancio con lo conocido predominó sobre el temor a lo desconocido en la decisión electoral.

Un nuevo ciclo político se avecina en nuestro país, y emerge un nuevo proyecto con carácter y pretensión fundacional como en su oportunidad tuvieron los de Raúl Alfonsín en 1983 -democracia o dictadura-, Carlos Menem en 1989 -Orden o Caos-, Néstor Kirchner en 2003 -Progresismo o Neoliberalismo- en contextos de crisis de carácter terminal -la debacle militar de Malvinas, la hiperinflación de 1989/1990 o la crisis social de 2001/2002-. La particularidad de este nuevo proyecto refundacional reside en su definición de una frontera marcada por la contraposición entre la clase política (la “casta”) como parte del problema y la ciudadanía como parte de la solución, en un contexto caracterizado por una crisis social como en el año 2001 y económica como en el bienio 1989/90.

El politólogo polaco-estadounidense Adam Przeworski ha destacado en diferentes oportunidades que, una característica de los procesos de transición a la democracia es tanto su certeza en los procedimientos de decisión política como así también la incertidumbre en sus resultados.

Certeza en los procedimientos, incertidumbre en los resultados: probablemente esta sea una de las mejores definiciones del ciclo político que tendrá inicio a partir del 10 de diciembre próximo.