“Soy la última oportunidad de la Revolución Mexicana”, decía José López Portillo cuando asumía la presidencia el 1 de diciembre de 1976 en medio de una gran crisis económica. La política ejercida por Luis Echeverría Álvarez, sobre todo desde 1973, en su propuesta de “desarrollo compartido”, terminó en una disparada de la inflación (históricamente baja), una cuadruplicación de la deuda pública, y déficits gemelos con bajo crecimiento. Ante ese escenario, López Portillo, electo una farsa electoral típica del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI), sin legitimidad de origen, fue por la vía de la moderación: estabilizar la inflación, reducir el déficit y controlar la deuda. “Fue un discurso excelente. Una literatura de primera. Nos impresionó a todos. Todo dijimos ´Caramba. Este es un gran cambio´”, llegó a decir Juan Sánchez-Navarro, presidente del Club de Industriales de México.

El giro moderador de la llegada de Sergio Tomás Massa al Ministerio de Economía, fruto de largas negociaciones y esperas tácticas, contiene en sí las mismas características que el espíritu lopezportillista para México. El cambio obligado por las circunstancias de una política expansiva, agotada la capacidad fiscal del Estado, sin margen para nuevas creatividades impositivas de manera relevante y efectiva. La última oportunidad para una coalición con un déficit fundamental. A diferencia de Juntos por el Cambio, creada en 2014, que pasó por victorias y derrotas, oficialismo y oposición, el Frente de Todos es más una reacción táctica que una construcción estratégica. Y el reconocimiento del fin de una época del peronismo, que en cinco semanas de 2019 debió improvisar una macrocoalición progresista con elementos clásicos del peronismo del interior, entusiastas laderos del gobierno cambiemita, elementos conservadores de capas medias urbanas y el polo rector que se desempeñó y despeñó en 2017 con Unidad Ciudadana.

Este pacto sobre la necesidad de evitar un segundo mandato de un gobierno con material prematuramente envejecido como el de Mauricio Macri, combinó la construcción táctica con la omisión identitaria. El Frente Amplio para construir luego de la victoria. La posposición sistemática de una definición política y un liderazgo unificado llevó a los actores miembros de la coalición a posiciones conservadoras: retener, bloquear, tabicar para evitar que algún socio tenga primacía definitiva. Esto dejaba el éxito de gestión en manos, mayormente, de un factor: la posibilidad azarosa de que la composición horizontal de los cuerpos ministeriales lograra una imprevista sintonía y coordinación al interior de cada ministerio. Por supuesto, los casos positivos (Ministerio de Salud y Ministerio de Desarrollo Productivo, por ejemplo) fueron menores frente a los casos más negativos (Ministerio de Economía, Ministerio de Educación).

Pero el Frente de Todos mantuvo, con tensión, la naturaleza que lo creó: el colegiado como forma, con la asunción tácita de su reasignación identitaria en pausa. Un gobierno pendiente de una mesa que recién ahora parece formarse, para tomar decisiones políticas, y el reconocimiento que con la identidad del gobierno 2007-2015 ya no se podía continuar hacia adelante. La concesión de 2019 en favor de un liderazgo compensador del integrismo cristinista, chocó con la realidad: no había liderazgo. Pero no era posible que el corazón cristinista, accionista mayoritario de la coalición, tomara las riendas sin que el experimento no implosionase.

De esta manera, llega Sergio Massa: un duro cambio de figuras sin cambio de programa, para ejecutar lo que querían Guzmán y Batakis, pero sin Guzmán ni Batakis. Batakis, por cierto, quizás la primera ministra en mucho tiempo en ser expulsada telemáticamente, no por un fracaso improbable para 25 días, sino por un rediseño forzado del balance político interno. El drenaje de reservas venía de antes, y siguió después, y los climas políticos fueron distintos; por todo esto, no fue un factor relevante para considerar la salida de Batakis. El problema fue político, no cambiario. Ahí está la renovación de la deuda en pesos de los días 13 y 27 de julio, muy por arriba de las necesidades financieras como testimonio. El blue, por su parte, pasó en la última semana de Batakis, de 331 para la compra y 336 para la venta, a 304 y 314 respectivamente.

Aquí el nudo de la cuestión que debe afrontar Massa: la mitad del problema no es el problema de la difícil coyuntura económica argentina, sino el problema de gestionar esa coyuntura. La irresolución característica del temperamento de Alberto Fernández no ha hecho mas que agravar los problemas preexistentes, hasta transformarse en el principal foco infeccioso de la capacidad de acción del gobierno, vulnerando el “Consenso del 91”: sin estabilidad del tipo de cambio, no hay perdón, ni tolerancia para nada. El fantasma del colapso por un esquema de  liderazgo sin rumbo que jibarizó el ministerio de Economía, que afectaba a Macri con Dujovne, se replicó en Alberto y Guzmán. En paralelo, el animo de construir un Ministerio de Economía propiamente dicho por partes, en luchas intestinas inacabadas donde Guzmán dejaba pedazos de su propio capital, tuvo la consecuencia final de derruir definitivamente la relación con los socios indispensables: el cristinismo primero, Massa después. El garante de la idoneidad tecnocrática, con espasmódicas e inoportunas visitas al Conurbano que dejaban poco margen a la imaginación, pasaba a ser “el farsante” según el entonces presidente de la Cámara de Diputados.

En tránsito lento, se dio la coordinación y el desmonte transitorio de dos elementos: la capacidad de bloqueo propia del temperamento presidencial, y el pésimo arreglo de gestión compartida del FDT. Esto no solo impuso una salida traumática, sino que también se vio en la insólita obligación de un interinato cuyo origen fue un juego de descarte de opciones, y que terminó en una compra de tiempo. El tiempo donde dos factores empujaron el ingreso de Massa: el deterioro del cuadro inflacionario, que excedió sin prisa pero sin pausa lo tolerable para las finanzas provinciales, veedores últimas de la existencia del FDT, y el acuerdo sobre un reparto donde la equidad resigna en mucho a la funcionalidad. 

Con los nuevos nombramientos, sobre todo la salida de Federico Basualdo, el tamaño de la concesión a Massa es el tamaño de la percepción de la gravedad de la situación: sin reservas no hay paraíso. 2019 de nuevo: el viejo marco de Estado expansivo como respuesta a todo, está agotado. La llegada de Massa es un intento abierto de reconectar con las capas de votantes independientes decepcionados con el no nato albertismo, y el reconocimiento de que solo hacia el centro hay espacio para expansiones potenciales, y por tanto, lugar para construcción de marcos que conecten con la napa profunda de los electores necesarios para volver a ser competitivos. Esto también se debe a un movimiento tectónico fundamental en la opinión pública argentina: la incorporación al rango de lo aceptable de postulados poco admisibles 10 años atrás. Un corrimiento en la “Ventana de Overton”.

La“Ventana de Overton” determina lo que es políticamente aceptable en materia de políticas públicas para la sociedad en un momento dado. Los políticos pueden generar acciones para empujar la ventana de lo políticamente aceptable hacia un extremo, pero en la mayoría de los casos, su trabajo es averiguar donde se encuentra y plasmarlo en política pública. Seguir, no crear: efecto que solo se produce cuando cambios sociales derraman sobre la lógica de funcionamiento del sistema político. El fenómeno de los libertarios, como Trump en Estados Unidos, sin embargo, ha colaborado y canalizado el hecho de que postulados de menor predominio del Estado sean vistos como aceptables, como un elemento a incorporar en el debate público, como una postura razonable, al margen de si se adoptan o no las propuestas. En 2012 postulados como la confrontación con movimientos sociales por la administración de los planes, la ponderación del empleo, la focalización en el empleo por sobre la asistencia que reflejó el primer discurso de Massa como Ministro, eran totalmente impensables en el rango de lo probable.

Milei, quien en lugar de administrar su abundancia con criterio de escasez la administró con escasez de criterio (de ahí su caída y estancamiento) es un traductor momentáneo de cambios y malestares más profundos. No su creador ni su símbolo más cabal. Y su presente debilidad tampoco augura elementos necesariamente positivos: la bronca no es parsimoniosa para elegir intérpretes, y nada garantiza que la eventual mutación del gen contestatario (¿Viviana Canosa?) no sea peor en términos de calidad democrática.

En cuanto a Juntos por el Cambio, la placidez ofrecida por el tobogán oficialista con el cual se cuenta para la trifecta2023 (Presidencia/Senado/Diputados) conoció su primera inquietud: el requerimiento de Rodrigo de Loredo a Massa en la sesión donde se trató su reemplazo, carente de cualquier noción de autopreservación, es solo un símbolo lateral de una prevención moderada con respecto a una posibilidad, aun lejana, de recuperación gubernamental. No sabemos si el gobierno ahora baila bien; si sabemos que cambió la música. Y los problemas de ritmo de la coalición opositora se vieron estilizados hasta aquí por el ruido descontrolado del zapateo internista del FDT.

MACRI UNCHAINED

Tácticamente, sin embargo, Juntos por el Cambio comete dos errores a esta hora. Primero, correr detrás de la radicalización propuesta por el ex presidente Macri. Ese elemento no sirvió para evitar la fuga de Milei en el pasado, solo desdibujó identidad y dotó de autoridad al libertario, como sherpa ideológico forzoso de la alianza opositora. En momentos donde el FDT hace amagos de recentramiento y busca la conexión con el votante de más allá del 25% fijo que posee, JxC se empeña y empaña en recorrer La Biela, Vicente López y San Isidro, en lugar de trabajar el por qué de los rechazos en el mas relevante distrito de Ituzaingó. El segundo error es la absoluta inexistencia de mensaje a electores de ingresos bajos, con una posibilidad clara: que ese elector vuelva a votar FDT por una cuestión identitaria, de autopreservación o directamente de vacío en la interlocución: “no lo habrán hecho bien, pero por lo menos se preocupan por mí. A los otros ni les importo”. La creencia un tanto ridícula de que eso se suple con fotos con Margarita Barrientos y Toty Flores, y promesas de entente futura al Movimiento Evita, huelen demasiado a 2016 como para encarar el 2023. En este punto radica la crisis de identidad: aprender del pasado y ofrecer un nuevo comienzo (Larreta/UCR) o la Copa Revancha basada en cambios cosméticos pero fundamentada en ahora sí, en hacer de 2024 un 2016 como quería el ex presidente sin el interdicto de Marcos Peña. Macri unchained: trasplantar el pasado al futuro, como quedó claro en su columna de Infobae, reivindicando los lejanísimos años 90.

Hace tres elecciones que JxC mide nacionalmente 42%. La presencia de Milei en 13-14 puntos (el doble nacional de 2021 y casi el triple de Lavagna 2019) dificulta la captura del 40% que ayudaría a priori a evitar el ballotage. La inexistencia de penetración cambiemita en estratos bajos facilita por vacancia la recaptura para el FDT y un regreso al 30/32%. La absoluta incapacidad del Frente de Izquierda de capitalizar la crisis y absorber al desencantado del FDT, es otro elemento que da incentivos anímicos futuros a la coalición de gobierno. 

El derrotero de Massa necesita, antes que nada, robustecer reservas y alejar el fantasma de una devaluación abrupta que impacte de lleno en los ingresos pesificados de la enorme mayoría de la población. El ordenamiento fiscal, la cuestión energética y el reseteo de las relaciones con el campo están abajo jerárquicamente de lo anterior. Un enderezamiento no muy brillante de la macro y un ordenamiento interno de la coalición para 2023 volvería a colocar, por virtud propia y omisiones ajenas, de nuevo al FDT en rumbo de competencia abierta frente al favoritismo de JxC. Un fracaso implicaría, no la desaparición del peronismo, pero si el final de la experiencia de este Frente para la Victoria remasterizado en la que ha mutado, el FDT. Y un cambio de época más abrupto, traumático y doloroso del que ya se está dando, con la posibilidad de ocho años cambiemitas y un recorrido por el desierto considerable si el rival acierta el camino entre reformas y tolerancia social.

El país post 2001 se está retirando en medio de grandes conmociones del orden internacional y su propio agotamiento programático, ideológico y social. Pero aún los contornos de la nueva etapa continúan demasiado oscuros para prever tendencias de fondo, al margen de espasmos y malestares.

En cualquier escenario, Massa deberá priorizar el corto plazo para construir el largo plazo de la última oportunidad para el partido de gobierno, ahora limitada a un mandato de 12 meses de parlamentarismo informal.

Alas y plomo para atenuar impactos negativos y rehacer autoridad política con un presidente vacado de personalidad y ánimo. Alas y plomo para cauterizar la inestabilidad de una sociedad lastimada por crisis superpuestas, internas y externas. Para 2022, 2023 y más allá. Sea quien tenga que ser.