Tras la aparición del primer caso de coronavirus en Argentina el 3 de marzo de 2020, el gobierno de Alberto Fernández limitó el movimiento de personas a partir del 19 de marzo por medio del “Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio”. Durante los primeros meses, solamente podían movilizarse los trabajadores “esenciales” y, dentro de dicha categoría, quedaron comprendidos el personal sanitario, en el cual se encuentra la enfermería. 

El sector de enfermería constituye un pilar clave dentro del sistema de salud ya que sus tareas se despliegan en la prevención y el combate de la enfermedad, la recuperación, y el tránsito paliativo hacia la muerte. Las tareas de la enfermería comprenden, por un lado, el contacto físico a través de la atención directa de personas postradas o con movilidad reducida, con cuerpos lesionados y debilitados que requieren aseo, curaciones, controles y aplicación de medicaciones y, por otro lado, la asistencia emocional a esas personas, cuando no a sus familiares o vínculos afectivos, que demanda un intercambio decididamente amable y cordial para acompañar los malestares de la falta de autonomía y el deterioro propio de la enfermedad.

A nivel internacional, la enfermería es el grupo ocupacional más numeroso del sector de la salud, ya que representa aproximadamente el 59 por ciento de las profesiones sanitarias. En Argentina, el sector sanitario, además, está feminizado ya que se calcula que un 74% son mujeres. De entre ellas, el 85% del personal de enfermería son mujeres. 

Durante la pandemia de COVID-19, la enfermería tuvo un papel activo en las tareas de rastreo, hisopados, cuidados, comunicación con familiares y campañas de vacunación. La enfermería es una importante pieza del sistema de salud.

Las muestras de reconocimiento se expresaron en algunas manifestaciones de gratitud tales como aplausos a las 21 hs., bandas militares tocando cancioneros populares en los hospitales, entregas de regalos y, la toma de “selfies” que circularon en redes. 

Una de las metáforas más representativas de los discursos de la pandemia asoció la crisis sanitaria con la guerra. En este escenario de incertidumbre y temor que afectó al conjunto de la sociedad, el personal de enfermería se situó en esa “primera línea de fuego”, o bien en “las trincheras” para “dar batalla contra el virus”. En las metáforas bélicas que predominaron durante la pandemia de COVID-19, los valores del coraje y el sacrificio fueron centrales en la presentación del personal de salud como heroico, abnegado y abocado a la tarea de combatir el virus. Sin embargo, estos reconocimientos fueron quedando relegados a medida que se incrementaban los contagios y el personal de salud era visto como el principal vehículo de transmisión y, en particular en enfermería se estima que, para mediados del 2021, 200 personas habían fallecido. 

Se pasó de las muestras de gratitud a expresiones de repudio y de discriminación, tal el caso de las personas que no dejaban subir en los autobuses al darse cuenta de que eran personal sanitario. Estas dificultades, sumadas a las restricciones de movilidad en el transporte público, afectaban al personal de salud que se veían obligados a usar otros medios de transporte (remis, taxi o movilidad propia), lo que implicaba incrementar los gastos. 

En las campañas de vacunación COVID el personal fue objeto tanto de agradecimiento como de agresiones verbales y variados conflictos. A partir de la llegada de los primeros lotes de vacunas de Sputnik V realizada por el Centro Nacional Gamaleya de Epidemiología y Microbiología de la Federación Rusa a fines de diciembre del 2020, se organizó la campaña de vacunación cuyos primeros destinatarios fueron el personal de salud y las fuerzas de seguridad. El volumen de vacunadores se fue incrementando al calor de la llegada de las dosis de vacunas y de la realización de otros acuerdos con laboratorios (Astrazeneca, Pfizer, Moderna, CanSino, Sinopharm), que permitieron a partir de mayo del 2021 acelerar el ritmo de vacunación justo en el momento de un incremento en la cantidad de contagios y de fallecimientos.

En los centros de vacunación el personal de enfermería tuvo un protagonismo activo y, quienes se inocularon pudieron vivenciar el profesionalismo y la autoridad del personal. En muchos casos, el reconocimiento provino tanto por expresiones de afecto presenciales como por fotos que circularon por las redes sociales. Según el plan diseñado por las autoridades, se deberían vacunar a 30 personas por hora, o sea que cada aplicación no debía durar más de 2 minutos. Claro está que dicha planificación no se condice con las prácticas efectivas ya que surgieron situaciones tales como angustia y miedos tanto de adultos y menores y amenazas e insultos por negarse a firmar libretas de vacunación de quienes no querían vacunarse, pero necesitaban su libreta firmada.  

Cabe preguntarse ¿cuáles son las razones de dicha falta de valoración profesional? Por un lado, se encuentra la subalternidad del sector dentro del mundo sanitario y, por otro lado, la feminización de la tarea. La asociación de que los trabajos que demandan más paciencia, proximidad y atención están ligados a lo femenino, y por lo tanto estarían vinculados a lo cuasi “natural”, posee una larga tradición. Ello invisibiliza los saberes específicos y diferentes de quienes cuidan de manera profesional y sin esas tareas el proceso de salud y enfermedad no se podría sostener.