Ante el gran desafío que implica intentar comprender la polarización política y la fragmentación social en el actual contexto electoral de Argentina, quizá resulte útil apelar a que estamos en un momento de transformación tecnológica sin precedentes. Cómo inciden las nuevas tecnologías en la política y en la sociedad ha sido un tema ampliamente analizado en los últimos años por los estudios de la comunicación, la sociología y la teoría política, entre otras disciplinas. Esta dimensión del análisis podría ayudarnos a entender, entre otras cosas, por qué surgen resultados tan disímiles en las elecciones entre los distintos distritos y, más aún en un mismo distrito, sobre los candidatos a gobernadores, legisladores, intendentes y presidentes.

Un breve racconto nos hace recordar que la inteligencia artificial irrumpió de forma abrumadora en la vida de los argentinos durante la pandemia al mismo tiempo que tomamos nota de su omnipotencia, a pesar de que luego no seguimos discutiendo públicamente sobre sus implicancias. La ola sobre el tema volvió a crecer, de forma renovada, durante los primeros 6 meses de 2023, a raíz de CHAT GPT y sus implicanciasen el mundo del trabajo y de la educación, por ejemplo. Aunque, como muchos temas en Argentina, así como llegó a la agenda pública, al poco tiempo desapareció de ella. Casi ya no se habla más de eso y solo incorporamos estas nuevas herramientas y hacemos uso cotidiano de ellas.

No obstante, dado que esta transformación tecnológica tiene un calado profundo en los seres humanos, considero que no podría dejarse de reflexionar sobre algunas de sus consecuencias para adquirir nuevas herramientas de análisis y poner sobre la mesa que algo muy poderoso podría tener injerencias en la polarización política y la fragmentación social. En este marco, así como  seguimos apelando a estos dos conceptos que describen y caracterizan la política y la sociedad argentina, para comprender un poco más el asunto quisiera detenerme sobre un concepto que creemos indubitable y que la revolución tecnológica actual pone en cuestión: el concepto de individuo. En efecto, hace más de 30 años Gilles Deleuze nos dio una pista en torno a cómo comprender -en su famoso Post Scriptum- lo que él denominó las sociedades de control, poniendo en el centro la idea de que, en lugar de individuos, somos "dividuos" de acuerdo a los códigos computacionales que nos clasifican. En una sociedad como la actual, más compleja pero que, posiblemente, Deleuze hubiese podido predecir, estamos trazados por una cantidad innumerable de inteligencias artificiales que fragmentan y polarizan a cada persona todos los días, de forma cambiante y, muchas veces, desorientadora. Sin dejar de lado la libertad que podemos creer que poseemos, estos innumerables y ubicuos artefactos y algoritmos sería ingenuo creer que no tienen consecuencias en nuestras decisiones, elecciones, pasiones e, incluso, argumentos. Ello no quiere decir que estemos siendo diseñados por ellos, pero sí que tienen una profunda influencia en aspectos tan relevantes como la política y en las relaciones sociales y en cómo cada persona se autopercibe.

Si el anterior análisis fuese correcto, en un pasado relativamente cercano podría suponerse que estábamos ante la presencia de sociedades con masas fragmentadas y polarizadas compuestas por individuos unidimensionales en cada polo ideológico. Pero ¿con qué nos topamos hoy en la sociedad? Tal vez, podría pensarse que, ahora, estaríamos en presencia de masas diferenciadas de dividuos multidimensionales aglutinados en torno a ideologías muchos más cambiantes; estamos fragmentados por los incontables códigos cibernéticos que construyen y deconstruyen subjetividades parcializadas todos los días. De modo que estos cambios acelerados y profundos en el ser humano y, por tanto, en la política y en la sociedad, podrían sumarse al análisis de las transformaciones veloces que está habiendo a nivel de las identidades políticas. Así, más allá de que los partidos políticos tradicionales sigan existiendo, ya no son lo que eran hasta hace unos años. Entre otras cosas, quizá esto también nos permita comprender la polarización y fragmentación en resultados electorales de este año entre los niveles nacional, provincial y municipal.  Ni en la vida social y política, en general, ni tampoco en la política partidaria, en particular, estaríamos observando ya individuos, sino dividuos que se pueden auto percibir un día como A y al otro como B y, luego, como C, lo que también daría cuenta de la rapidez constante de las transformaciones y de los cambios en las decisiones de candidatos y electores.

Lo anterior nos hace preguntarnos, para concluir, si siguen siendo efectivas las campañas electorales diseñadas en torno a interpelaciones un tanto pasadas de moda, dirigidas a identidades políticas masivas e indiferenciadas. O si, efectivamente, utilizando algoritmos algunos expertos en candidaturas no estarían diferenciando según a qué aspecto parcializado y segmentado de cada persona se dirigen las promesas para enfrentar un futuro incierto. Un contexto como el actual en el que los resultados electorales nos están dejando sin palabras, más enfrentados y aislados, al que no estamos pudiendo darle un marco de inteligibilidad, sería una excusa interesante para reflexionar sobre el papel de las nuevas tecnología en la polarización política y en la fragmentación social que estamos vivenciando.