Desde hace años cumplo con un ritual: pedir un deseo después de la cuenta regresiva que anuncia la llegada del año nuevo. En rigor, pido tres, como en los cumpleaños. Uno de ellos siempre es político. Su contenido varía, pero la orientación permanece inalterable: más democracia (más derechos, menos desigualdad, más justicia, más trabajo digno, más pluralidad, más encuentros con la diferencia).

Desde hace un tiempo, ese ritual íntimo se vio confrontado con las respuestas que asumía esa pregunta en algunos grupos focales realizados en el marco del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideologías y Democracia (http://gecidiigg.sociales.uba.ar/). El desafío consistía en decir en una palabra o frase “un deseo para la democracia”. En un ejercicio rápido de sistematización de esa masa de datos, se destacan las demandas no tanto a la democracia cuanto a “los políticos” a quienes se les reclama, ante todo, “honestidad”; pero también o, en consecuencia, un cambio en su “idiosincrasia”, mayor “idoneidad y transparencia” en el manejo de los asuntos público, “menos corrupción”. En general, tras este pedido late la sospecha de que todo eso que hacen los políticos (en particular: “dar planes”, “regalar plata a quienes no quieren trabajar”) responde casi con exclusividad a una racionalidad electoralista que sólo tiene por fin la perpetuidad en el poder y el enriquecimiento ilícito. La contracara de esta imaginación es la suposición de una masa pauperizada –intencionalmente– manipulable pero “avivada”, sin principios éticos ni morales, dispuesta a venderse al mejor postor. Una masa sicaria.

El deseo de que la democracia sea “verdaderamente participativa” o “lo más representativa posible” o, incluso, “transparente” también asoma, aunque con tibieza. Este deseo se dirige, sobre todo, a lo que la propia democracia (y sus instituciones) promete y, pocas veces, realiza: libertad, igualdad, justicia social, educación. Lo curioso es lo que reverbera en esos términos. La “educación” que se pide es indeterminada, o mejor: “no política”, a-partidaria, “des-ideologizada”. La igualdad se parece demasiado a la idea de “igualdad de oportunidades” que desconoce la desigualdad o diferencia de posiciones –de clase, de étnica, o género–. Está más próxima al ideal de “equilibrio” entre extremos que a una política redistributiva consistente, reparadora. La justicia, como más adelante subrayaremos, no alude tanto a la protección y seguridad social, cuanto a un pedido de “leyes más duras” y mayor presencia de las fuerzas de seguridad. La libertad, es la de poder emprender sin trabas, poder consumir, realizar la actividad económica sin el yunque de impuestos excesivos y sin el miedo de “te saquen” lo que conseguiste a fuerza de sudor y voluntad.

Pedirle a la democracia que “no se deje pisotear” entra en el mismo registro; o bien “que se cumpla”, que lo que proclama para sí se traduzca en hechos, esto es, “mayor igualdad de hecho y de derecho”, en especial, en lo que respecta al alcance de la ley. Para la democracia, dicen algunos de los entrevistados y entrevistadas: “larga vida y salud”; “para la democracia respeto”; para ella que “siga existiendo”, “que dure” y “madure”, que “aprendamos a usarla”. Aun cuando se considere, como sucede en algunos casos, que está “sobrevalorada” y se denuncie, en otros, una falta de “imaginación política” en nuestras sociedades a la hora de producir figuras alternativas de lo común capaces de sobrepasar los límites de las democracias actualmente existentes.

Entre los deseos vinculados a la necesidad de reforzar el lazo social (con “más compromiso”, “más empatía y menos indiferencia”) o a los aspectos éticos o morales requeridos, junto a la necesidad de mayor reconocimiento intersubjetivo, lo que insiste en nuestra investigación es un deseo ambiguo: más armonía, acuerdos y consensos básicos. Un deseo que se vinculan estrechamente con cierta polarización política que, de fecha incierta o variable –según los distintos entrevistados–, impide al país retomar el rumbo que habría perdido o abrirse al sueño de volverse al fin potencia o país pujante. El carácter paradojal de este deseo se revela cuando quienes lo enuncian reclaman también el “Nunca Más del populismo”, “la desaparición del peronismo” o “una limpieza de todos los políticos sucios” para alcanzar la tan anhelada “purificación de la política”.

Por lo general, estos últimos deseos se acompañan con el grito de “más justicia”, pero en el sesgado sentido de una “justicia real”: que impone penas, castiga, controla, reprime. En esta versión extendida –trunca– de la “justicia”, se llega incluso a desear en nombre de la democracia “cadena perpetua y silla eléctrica” a todos los que se desvíen de la ley, muy en particular, a “los chorros”. Para esta ideología, todo parece resolverse con más orden y control porque “cada uno hace lo que quiere, y nadie respeta la ley”, porque a fin de cuentas, se está convencido, transgredirla no trae consecuencia alguna.

Ante este panorama mi deseo se desliza, de cara al 2021, hacia un anhelo de reconfiguración de los lazos sociales que se vienen tramando en las sociedades neoliberales. Tal vez debamos desear no ya más democracia sino menos neoliberalismo: menos ideología meritocrática de mercado –que naturaliza y celebra la desigualdad–, menos justificaciones morales de la injusticia –que responsabiliza al individuo por su ruina–, menos punitivismo –que integra y produce comunidad en la exclusión y el castigo de otros–. Quizás debamos insistir en la relevancia de una formación sensible de la ciudadanía –y de quienes pretenden su representación– capaz de contrarrestar la incidencia de esas otras figuras que la disputan: el consumidor, el cliente, el usuario. Con sus significativas diferencias, cada una de ellas subordina el interés por el otro, la responsabilidad por el destino colectivo, el cuidado del mundo que habitamos, en función de un principio de dirección única: el rendimiento personal.

Se trata, en suma, de abrir otros senderos que, sin puntos claros de llegada, nos permitan transitar los días compartidos sin volvernos cómplices del drama y la injusticia que constatamos a cada paso en esta democracia asediada que supimos construir.

* Doctora en ciencias sociales por la Universidad de Buenos Aires y docente e investigadora del IDAES (UNSAM) y del IIGG (UBA). Integrante del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideologías y Democracia.