A raíz de la pandemia generada por la aparición del Covid-19 nuestra sociedad atravesó importantes cambios, profundizando ciertas tendencias preocupantes que venían desarrollándose con anterioridad. Claramente, el empobrecimiento de la población, reflejado en un índice de pobreza ubicado por encima del 40% -con guarismos que rondan el 60% para las y los menores de 14 años- es uno de los problemas más acuciantes. En este contexto, el Banco Mundial ha publicado un informe según el cual la pandemia generó una reducción de este sector en América Latina y el Caribe. Más allá de que la incidencia del coronavirus en el empobrecimiento general es indiscutible, la ocasión nos invita a reflexionar acerca de lo que suele denominarse como “clase media” en nuestro país. ¿Quiénes la integran y qué efecto tuvo la pandemia sobre esta población?

En primer término, las distintas investigadoras e investigadores que la abordan coinciden en su carácter heterogéneo: la categoría “clase media” engloba a pequeños comerciantes, cuentapropistas, asalariadas y asalariados con credenciales educativas y/o ejercicio de autoridad en el trabajo y profesionales, entre otros. En este punto surge un primer interrogante: ¿impacta de igual forma la pandemia en quienes gozaron de un ingreso fijo durante la misma y en quienes no tuvieron esa suerte? Dicho en términos generales, ¿se puede hablar de un efecto unívoco de la pandemia en una población tan heterogénea? Por otra parte, las mediciones del Banco Mundial ubican al interior de la “clase media” a toda persona con un ingreso diario situado entre los U$S 13 y los U$S 70, tomando como referencia el tipo de cambio de 2011, a paridad de poder adquisitivo. En este sentido, si bien el nivel de ingreso puede servir como estimación, una clase social de ningún modo puede reducirse al ingreso percibido; se trata de un colectivo de personas que se agrupan en torno a determinados intereses por los que luchan y comparten una serie de valores, una cultura en común.

Pero las ciencias sociales tienen una dificultad adicional respecto de las ciencias exactas y naturales: nuestro objeto de estudio -sociedades, grupos, personas- se piensa a sí mismo, más allá de las categorías elaboradas por las y los especialistas. Así, como señalan distintos estudios, alrededor de un 70% de la población argentina se percibe a sí misma como parte de la “clase media”, número que se ubica muy lejos de lo que estiman las distintas corrientes de cientistas sociales que la estudian. Ciertamente, esta autopercepción de clase no es indiferente a las condiciones socioeconómicas: como la encuesta Latinobarómetro nos permite observar, la proporción de personas que se consideran de “clase media” en nuestro país se redujo entre seis y siete puntos porcentuales entre los años 2011 y 2017. Mientras tanto, en el conjunto de América Latina y el Caribe estos valores se mantuvieron relativamente estables para el mismo período. Más allá del impacto objetivo, difícil de caracterizar en una población tan diversa, será interesante relevar los datos que las encuestas futuras arrojen respecto del impacto del Covid-19 en la autopercepción de “clase media”.

Esta autopercepción de clase, como afirma el historiador Ezequiel Adamovsky, se encuentra ligada a una “identidad de clase media” que arraigó en buena parte de la sociedad argentina a partir del ciclo político peronista y su interrupción mediante el golpe cívico-militar de 1955. A pesar de que numerosos medios de comunicación presentan a “la grieta” como un fenómeno reciente, la sociedad argentina está atravesada por profundas divisiones desde hace décadas. El peronismo, dice Adamovsky, no inventó estas divisiones pero las politizó de una manera particular, identificando a la clase trabajadora con la Nación, desplazando así a un sector importante que, sin identificarse con el proletariado, tampoco podía considerarse parte de la oligarquía. La irrupción de la clase obrera hizo imposible que este sector -que contaba con un fuerte aporte inmigratorio de origen europeo- siguiera considerándose a sí mismo como el equivalente de la Nación toda. De este modo, luego de 1955, arraigaría en su seno una poderosa identidad de clase media, anclada en la creencia en el esfuerzo individual como el medio legítimo para ascender socialmente. Las organizaciones sindicales, con sus estrategias colectivas de lucha y negociación salarial, no se ajustan a este precepto.

Así las cosas, en un contexto marcado por el aumento de la pobreza, no debería sorprender a nadie que este fenómeno también afecte a personas que son consideradas (y/o se consideran a sí mismas) parte de la clase media. La “identidad de clase media”, según la cual el esfuerzo individual se traduce en progreso material, se ve desafiada en coyunturas de crisis socioeconómica. En el período 2001-2002, de hecho, la combinación de crisis social y movilización popular incentivó a que segmentos urbanos de sectores medios tejieran lazos de solidaridad con el movimiento piquetero. Quizás esta nueva crisis encierre la oportunidad de descubrir, una vez más, que quienes integramos la “clase media” estamos en el mismo barco que aquellas y aquellos que vienen de abajo y de cuya suerte muy pocas veces, por no decir ninguna, nos preocupamos.

*Sociólogo y Magister en Investigación Social(Facultad de Ciencias Sociales/UBA). Doctorando en Ciencias Sociales por la misma universidad