Es cada vez más notorio que para analizar las formas de participación juvenil en Argentina y América Latina no alcanza con mirar la participación electoral o la militancia en partidos políticos sino que es necesario acercarse a otros espacios y procesos ligados a dinámicas territoriales, culturales y sociales. En efecto, las últimas dos décadas estuvieron signadas por el protagonismo juvenil en las movilizaciones y los conflictos sociales que se desplegaron en diversos países de América Latina.

 A su vez, en el mismo período se han producido en otras regiones del mundo (África del Norte, Europa, América del Norte) procesos de movilización social que encuentran en los jóvenes sus principales impulsores. Los movimientos de carácter más sociopolítico, como los de la denominada primavera árabe que contribuyeron a la caída de distintos gobiernos en África del Norte, los múltiples colectivos que se agrupan bajo la denominación de indignados en Europa (sobre todo en España) y Estados Unidos, las organizaciones estudiantiles que luchan por la democratización y la mejora de la calidad de una educación mercantilizada y degradada en América Latina (Chile, Colombia, México), los colectivos movilizados por el No a la Baja y la legislación de reconocimiento de derechos y eliminación de penalizaciones en Uruguay y la Argentina, los del Si a la Paz y el Paz a la Calle en Colombia, los jóvenes urbanos movilizados en Brasil y las juventudes de Honduras y Guatemala que se manifiestan contra gobiernos corruptos, fraudulentos y autoritarios han sido los más visibles, pero no son los únicos.

Existen también agrupaciones de indígenas, de trabajadores precarizados, de diversidades sexuales, de migrantes, de campesinos y diversos espacios culturales, entre muchos otros, que son activos protagonistas de los conflictos y movilizaciones en sus territorios de acción específicos. Los jóvenes de los sectores populares y las periferias de muchas grandes ciudades también han construido colectivos y asociaciones que expresan sus formas singulares de participación y compromiso con lo público y con la transformación de la realidad en la que viven, a la vez que son emergentes de los conflictos urbanos de la actualidad.

Sin embargo, en una coyuntura de relativa deslegitimación y desconfianza general hacia las instituciones políticas de las democracias liberales estadocéntricas, en muchos países grandes sectores juveniles volvieron a apostar por la participación electoral y la militancia en partidos políticos. Esto constituye un desplazamiento en las modalidades de participación juvenil de los últimos años, en los que, además de continuar explorando maneras alternativas de compromiso con lo público, hubo un reencantamiento con el estado y sus instituciones en tanto escenario de disputas o camino posible para el logro de los cambios buscados. Así, con singularidades nacionales, en países con realidades políticas distintas como Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela o El Salvador, las juventudes incrementaron su participación en espacios institucionales o partidarios y se involucraron en la formulación o implementación de políticas públicas. En algunos casos, las y los jóvenes conformaron agrupaciones que apoyaron directamente gobiernos; en otros permanecieron más expectantes y menos involucrados con las gestiones estatales, incluso opositores, pero igualmente participativos en los espacios políticos instituidos. Esta es una tendencia que atraviesa gobiernos de distinto signo político y, por ejemplo en el caso argentino, marca continuidades entre diferentes gestiones.

A la vez, se produjo un proceso de ampliación de derechos y reconocimiento de las diversidades sociales de carácter regional y transversal a diferentes gobiernos. En el caso de los jóvenes, esto posibilitó, entre otras cosas, la ampliación de la edad de habilitación para votar de los 18 a los 16 años en países como Uruguay, Bolivia y Argentina, que se sumaron a Cuba, Brasil, Ecuador y Nicaragua, donde esto ya sucedía. Asimismo, existieron intensos debates públicos para implementar la medida en Colombia y México. Aunque la participación electoral no es elevada entre los jóvenes en países como Chile y en otros se mantiene dentro la media general, si desagregamos el voto considerando la dimensión generacional vemos que en muchos casos los resultados son distintos a los obtenidos en los escrutinios. Es conocido que si hubiesen votado solo las personas menores de 35 años y las mujeres Trump no sería presidente de los Estados Unidos y en Inglaterra no hubiese ganado el Brexit. Asimismo, el voto juvenil fue abrumadoramente a favor del Sí a la Paz en Colombia en 2016.

¿Qué sucede en la Argentina? Por un lado, considerando que el derecho a votar es optativo para las personas de 16 y 17 años (lo cual es uno de los artículos polémicos de la legislación aprobada en 2012 que amplió el derecho al sufragio para casi un millón de personas, el 3% del padrón general), las tasas de participación son relativamente altas (según la Cámara Nacional Electoral, una media del 59% de los jóvenes de 16 y 17 años fueron a votar en 2015, con picos del 79% en algunas provincias y pisos del 34% en otras). Por el otro, entre los jóvenes las adhesiones político-electorales no siempre replican los resultados generales, alcanzando mejores desempeños relativos las opciones más críticas, que pueden considerarse de izquierda o progresistas.

Además, en un proceso similar al que viven otros países de la región, las juventudes continúan ocupando y disputando los espacios públicos para visibilizar e instalar sus demandas, protestas y propuestas. Las grandes movilizaciones de diciembre de 2017, tanto en Buenos Aires como en diferentes ciudades de las provincias, tuvieron un alto componente juvenil entre sus participantes. Esto nos lleva a resaltar no sólo la característica etaria, sino a apostar por una lectura generacional de estos procesos.

Es esta acción contenciosa con marcas generacionales, tanto en la Argentina como en otros países como Chile, Colombia y México, la que marca las agendas públicas y las dinámicas de movilización y conflicto social, excediendo las delimitaciones etarias y sectoriales.

Las respuestas estatales a esta movilización juvenil en las calles y los territorios es distinta según países y coyunturas, pero en muchos casos las y los jóvenes son reprimidos, criminalizados, perseguidos y asesinados. Algunos pensadores caracterizan esta situación de negación y desacreditación simbólica y de eliminación física de las juventudes (los 43 de Ayotzinapa y miles más en México, los cientos de falsos positivos y los líderes sociales asesinados en Colombia y en países de Centroamérica, los jóvenes negros de las periferias urbanas en Brasil, entre tantos otros casos) como juvenicidio o genocidio juvenil por goteo. Así, desigualdades persistentes que se expresan más agudamente entre los jóvenes y negación simbólica y física de las juventudes que precariza y elimina vidas marcan una agenda urgente de políticas públicas para revertir estos procesos.

Pero, aún en esta coyuntura que podría parecer adversa y regresiva, las juventudes continúan apostando por la militancia, por lo colectivo, por componerse con otros, por disputar lo público, por realizar sus propuestas, por concretar sus sueños y por participar también en instancias electorales y partidarias. Es esta persistencia juvenil por participar de lo común, por desafiar lo establecido y por construir otras maneras de estar juntos lo que empuja un presente conflictivo y nutre nuestros anhelos de construir sociedades más justas y solidarias.

*Investigador del CONICET y Profesor de la UBA. Co-coordina el Grupo de Estudios de Políticas y Juventudes (GEPoJu, IIGG-UBA) y es investigador de CLACSO. Twitter: @pablovommaro