Los principales referentes del espacio gobernante en la Argentina están embarcados en una disputa cuyas consecuencias aún desconocemos exactamente, pero podemos augurar no serán positivas para la coalición. Mientras tanto, el pueblo observa las disputas de palacio desde un lugar cada vez más dificultoso, en términos de la realidad económica y social que le toca transitar.

El investigador español Eduardo Bericat Alastuey señala que una de las principales características de la sociedad actual es la de ser centrífuga, ya que el orden social no se mantiene por valores compartidos sino por la aversión a ciertos horrores y desastres contemporáneos: accidentes, crímenes, epidemias, catástrofes. Así, en palabras de este autor, cada vez es más difícil encontrar cuáles serían esos valores que permitirían unirnos en torno a un bien común, más allá de circunstanciales sentimientos de solidaridad cuando algo no va bien.

En el caso del espacio oficialista (y lo mismo podría aplicarse a lo que ocurre en la actual oposición) es difícil encontrar posibles puntos de contacto a corto o mediano plazo para terminar con las internas, por lo que el nivel de incertidumbre frente a lo que va a venir crece en gran parte de la población.

El último informe de la consultora mexicana Mitofsky[i], que elabora un ranking de 20 mandatarios de América, ubica a nuestro presidente en el puesto 18, con sólo 17% de aprobación a su gestión. La interna, la pelea por lugares de poder, parece no ser un buen negocio en términos de aceptación popular, que es, en definitiva, el objetivo por el que pugnan los que se dedican a la actividad política.

La crítica hacia estos modos de ejercer el poder se refleja en el sentimiento creciente de falta de confianza hacia la clase dirigente de la mayoría de los que habitamos este continente, expresado en cifras por el último informe de Latinobarómetro[ii]. En este estudio, el 60% de los argentinos sostiene que la nuestra es una “democracia con grandes problemas”, mientras que el 75% manifiesta que se gobierna “para grupos poderosos en su propio beneficio”.

Podemos seguir como hasta ahora: los políticos discutiendo de internas y la ciudadanía cada vez más distante. O intentar desde la dirigencia trabajar por el consenso en torno a ciertas políticas públicas (frase que se dijo más de una vez y muchas veces con buenas intenciones). El problema es que la definición de ese norte no es sencilla: ¿qué nos une, además de lo que nos horroriza o nos espanta? ¿Qué valores nos representan como sociedad?

Quizás la ciudadanía, organizada en red durante la pandemia para reclamar en torno a temas como la educación, la salud y la seguridad, sea un punto de inicio para pensar en espacios comunes de encuentro. Mientras tanto, la dirigencia parece seguir prefiriendo la receta de la confrontación permanente. Receta que algunos fomentan y otros celebran, pero que en la mayoría no hace más que profundizar el sentimiento de desencanto hacia sus dirigentes.

[i]http://www.consulta.mx/index.php/encuestas-e-investigaciones/el-mundo/item/1481-rankmandatarios

[ii]https://www.latinobarometro.org/lat.jsp