Entre el laboratorio y el juego de las sillas
Por José María González Losada. Muchas veces se habla de la "madre de todas las batallas" por las elecciones en la Provincia y se desatiende la importancia de las que se llevan a cabo en la Ciudad de Buenos Aires que, en tan sólo 20 años de autonomía, ya ha parido dos presidentes
Cada vez que hay una elección en la provincia de Buenos Aires solemos leer titulares, zócalos y comentarios, perezosos de originalidad, que la llaman ampulosamente "La madre de todas las batallas". Desde la unificación de nuestro país como Estado-Nación a partir de 1862, bajo la presidencia de Mitre, ex gobernador de la provincia cuando ésta y la confederación urquicista se encontraban separadas entre 1852 y 1862, muchos bonaerenses han ocupado la primera magistratura pero ninguno llegó a ella como mérito por haber sido gobernador previamente. Más recientemente desde 1983, Oscar Alende, Eduardo Duhalde en dos oportunidades y Daniel Osvaldo Scioli han intentado sin éxito acceder al sillón de Rivadavia habiendo pasado antes por el de Dardo Rocha.
Contrariamente al aparente efecto de repulsión entre ambos sillones, la otrora capital provincial, y luego municipalidad de Buenos Aires, parece ejercer el efecto de atracción con Balcarce 50 desde su autonomía en 1996. Desde entonces hasta la fecha, ha tenido seis jefes de gobierno, cuatro de ellos elegidos por el voto popular, de los cuales hasta el momento, tres de ellos han completado al menos un mandato. De estos tres, De la Rúa, Ibarra y Macri, han salido dos presidentes, más de los que puso la provincia vecina en toda su historia. Incluso más impactante es que de los últimos cuatro presidentes elegidos por voto popular desde la autonomía porteña, dos han sido alcaldes de la ciudad como cargo inmediatamente anterior.
Evidentemente gobernar la ciudad más grande y más rica del país, a la par que el estado más pequeño de los que lo conforman, nos hace pensar si acaso el laboratorio político del peronismo, tan errático en tierras porteñas, no debería repensar sus estrategias en el distrito hasta la fecha para poder alumbrar una nueva mayoría en la Ciudad. Desde la inverosímil candidatura bifronte de 2007, con Telerman y Filmus, que el macrismo ha estado de parabienes en un territorio que apenas cuatro años antes le había dado la espalda en una inapelable segunda vuelta cuando Aníbal Ibarra logró imponerse a Macri, merced al apoyo de Néstor Kirchner, un presidente peronista que había salido tercero en la capital apenas unos meses antes, lo cual da por tierra el argumento autocomplaciente de que "la ciudad es gorila" necesariamente y por eso el peronismo no logra hacer pie en ella.
Quizás esa haya sido la última jugada política acertada del peronismo en la ciudad que, una vez asumido Mauricio Macri como alcalde, se dedicó a jugar en la cancha que este le marcaba, nacionalizando elecciones citadinas aún a sabiendas del rechazo que las políticas del gobierno central tenía en buena parte del electorado porteño, plebiscitando la cuestión nacional en la ciudad, armando coaliciones electorales según el alineamiento nacional y no buscando coincidencias en la mirada respecto del pago chico y como corolario fustigando a los votantes cuando éstos le eran esquivos. Todo muy a pedir de Macri.
La Ciudad de Buenos Aires en términos electorales absolutos, aún siendo el segundo distrito que coloca 13 diputados por elección, queda opacado frente a los 35 de la provincia de Buenos Aires, pero en términos relativos quizás sea tanto o más importante la ciudad que la provincia.
Desde CABA salieron los dos grandes experimentos políticos capaces de derrotar al peronismo a nivel nacional, ya que tanto la alianza Cambiemos como anteriormente su homónima para el Trabajo, la Justicia y la Educación han sido experimentos pergeñados en la Capital Federal, por dirigentes de peso del distrito y han llegado al gobierno más o menos rápidamente a partir de posicionarse como el catalizador de la confluencia de demandas urbanas.
Éstas no necesariamente expresan a la totalidad del país, pero que encuentran rápida repercusión nacional a partir de reverberar en los medios locales, confundidos con federales a partir de su alcance pero no de su óptica, y que le permiten a sus autoridades una caja de resonancia con la que no cuentan gobernadores, que se las ven de figurillas para administrar presupuestos mucho menores y que obtienen un conocimiento público infinitamente menor y en general basado en miradas centralistas que desconocen las problemáticas y las posibilidades reales de cada distrito.
Ciertamente esto no podría ser posible sin la reforma de la Constitución Nacional, que no es otra cosa que la plasmación legal de una correlación de fuerzas y en nuestro caso lo es de dos grandes momentos del liberalismo el primero en 1853 y el segundo en 1995, ya devenido en liberalismo post industrial o neo liberalismo. Desde la instauración del país como distrito único para la elección presidencial los grandes centros urbanos adquieren mayor relevancia y casi que terminan eligiendo al presidente sin ningún tipo de atenuantes, reforzando el centralismo, acaso uno de los males históricos de nuestro país.
Lo cierto es que ante una nueva elección de medio término y ante la evidencia de los hechos, resulta inverosímil que el peronismo no haya entendido que para ganarle al PRO había que mellarlo en su propio distrito y eso implicaba oportunamente no haber hecho "La Gran Del Caño" (aún meses antes que lo hiciera el candidato del FIT equiparando a Scioli con Macri, cuando se llamó a votar en blanco en el ballotage entre Larreta y Lousteau).
¿Pero no significa ello también que si se sigue determinando la estrategia política local, ya no en relación al gobierno nacional actual sino al anterior, necesariamente tendremos PRO para rato en Buenos Aires y seremos testigos de nuevos experimentos electorales por un lado; mientras, por el otro el juego de las sillas nos ofrece otra partida en donde se cambian los lugares y no los jugadores?