La pandemia del coronavirus es un fenómeno complejo, con múltiples aristas, que se inserta velozmente en nuestra sociedad y desencadena un conjunto de respuestas que de modo sintomático expresan aspectos arraigados de la cultura local, en las prácticas y costumbres que resisten, en los discursos y las narraciones que persisten, así como en los valores y los mandatos que insisten. Esa cultura local como la sociedad argentina es también compleja y conflictiva y constituye el marco en el que la pandemia adquiere sus diversos significados, se torna objeto de múltiples interpretaciones y predispone a acciones fuertemente encontradas entre sí.

La pandemia del CV-19 tiene todos los elementos de un evento conmocionante: surge de modo inesperado y abrupto, se difunde a una velocidad inusitada, afecta poblaciones muy amplias, sin distinciones económicas, políticas o sociales, pues progresa en regiones con diversos niveles de desarrollo y riqueza, en países muy dispares en términos de poder e influencia, en todos los niveles socioeconómicos. En su manifestación más temible, la pandemia actúa por anegamiento: supera la respuesta de las instituciones sanitarias, reduce el número del personal especializado, aumenta la cantidad de casos tratables y dispara la mortalidad por falta de atención.

Sin embargo, a pesar de lo explosivo, la pandemia no tiene un carácter cataclísmico: el alto poder de contagio del virus convive con un nivel de letalidad relativamente bajo, que asciende entre personas de edad avanzada o con enfermedades preexistentes y de no mediar desbordes en los hospitales, se presenta como manejable. Se suma a ello, una acción preventiva eficaz y socialmente realizable como el aislamiento social y los protocolos de distanciamiento, una terapia exitosa con base en diversos tratamientos y la promesa tangible de una próxima vacuna.

Aunque pueda sonar poco responsable desde el punto de vista epidemiológico, los aspectos que mitigan el carácter catastrófico de la pandemia, compiten con la amenaza del anegamiento y reducen el margen de acción de las autoridades políticas y sanitarias. Si la letalidad fuera mayor o la distancia a la vacuna más lejana, el efecto aleccionador sería mucho más contundente y la discusión pública más mesurada. Pero como no es el caso, el conflicto prolifera y revela la presencia de tramas preexistentes, esto es, las redes de significación en las que nos reconocemos como miembros de una comunidad. De las múltiples manifestaciones que podrían analizarse, vamos a mencionar tres que a nuestro juicio son útiles para entender el procesamiento social de la pandemia.

1) El eje congregante. Las antiguas tradiciones campesinas y populares, más lejanas demográficamente en los sectores medios de las grandes ciudades, pero más cercanas en los sectores populares periurbanos, en las ciudades intermedias, en los pequeños poblados y entre  los migrantes limítrofes más recientes, conjugan un conjunto de prácticas centradas en la familia, en la parentela y en las relaciones con las familias políticas con las que traban relaciones. Mientras más grande la familia y la red asociada, mayor el número de vínculos, más poblado el calendario festivo, mayor y más intensa la frecuencia de encuentros, festejos, comensalidad común, intercambio estrecho de favores, tareas compartidas, convivencia en distintas casas. Los movimientos intrafamiliares, inter hogareños, las visitas y las actividades comunes, son parte de la sociabilidad establecida. En sectores medios, esto tiende a espaciarse hacia los fines de semana, los cumpleaños y aniversarios o las fiestas colectivas, sean patrióticas, sean religiosas. Este eje es central en nuestra cultura y suele ser la fuente de mayor nostalgia entre los que sufren el aislamiento obligatorio, como la inducción más legítima para justificar transgresiones y vías alternativas.

2) El eje divisivo. Sobre lo anterior, también actúa un segundo vector que tensiona el eje congregante: se trata de la inclusión o cuando no la respuesta a la interpelación de las tradiciones políticas, en el sentido más amplio que tiene el término. El eje divisivo es un eje de valor, donde los criterios diferenciales establecen jerarquías entre opciones que congregan a los semejantes y separan a los diferentes, distribuyendo sujetos en corrientes diversas a partir de los puntos de vista que comparten. La afirmación de valores, no siempre explícitos ni concientes, como la dignidad humana, el trabajo –en todas sus variantes-, el esfuerzo personal y el progreso, la educación –sea o no escolar-, son centrales para entender por qué detrás de las mismas palabras, puede haber verdaderos abismos de sentido. Que la justicia –y la política- deban garantizar la dignidad común a todos o la distribución de bienes y reconocimiento de acuerdo con lo que se hace o se ha hecho, puede dar resultados muy diferentes en el posicionamiento mutuo de las personas. Incluir políticas políticas sociales, dar subsidios a las empresas, mantener el empleo, sostener políticas sanitarias fuertes, mantener el funcionamiento del parlamento, mantener o no el asilamiento social, son materias sobre las que la pandemia ha intervenido con una radicalización de las disputas.

3) El eje subjetivante. Hay un teatro de operaciones en que las fuerzas congregantes y las tensiones divisivas se entrecruzan y chocan. Es el terreno del sujeto, donde potencias exteriores e impulsos íntimos se traban en una lucha por la elegida sujeción. ¿A quién se encomienda ese sujeto que prefiere, que elige, que decide un curso de la acción y no otro? ¿En qué valor o entidad se afianza cuando cree y actúa? ¿En qué elementos consigue la seguridad que su constitución personal requiere? El sujeto se encuentra sujetado a intereses, deseos, anhelos, discursos, entre los que se mueve, parte herencia, parte decisión, parte inconsciente, parte elección. Así, habrá quien se oriente a lo colectivo y quién de prioridad a lo individual, quién se recostará siempre en la norma, aunque lo perjudique, y quién pensará en la situación y en sí mismo, quién dará lugar a los otros y quién nunca lo hará. El eje subjetivante es el que dirá primero mi familia y yo, mis amigos y luego el resto, yo y después los otros. La pandemia ha puesto en el centro del debate interno el conjunto de elecciones e interpelaciones por las que un sujeto se reconoce. Las narrativas personales se debaten entre el interés, el deseo, la convivencia y la conveniencia.

Estos tres ejes, sitúan los conflictos que atraviesan a la cultura local y ponen de manifiesto la persistencia de los repertorios de significaciones en los que nos reconocemos como miembros de esta comunidad. La pandemia agudiza diferencias y desigualdades, tensiona y distorsiona los rituales congregantes, expone la subjetivación individualizante frente a los consensos postulados por las autoridades y sobrealimenta las corrientes divisivas en la industria gráfica o los espectáculos mediáticos que tienen al género informativo como utopía –o excusa- de su labor.  

*Sociólogo, docente e investigador de la UBA y la UNSAM


**Cultura es un término complejo, que puede ser utilizado de maneras muy distintas. En esta ocasión lo entenderemos en su sentido más amplio: como la dimensión significativa de la realidad social. De acuerdo con ello, la experiencia social se estructura sobre sistemas de significación que atraviesan la vida social y constituyen a los sujetos en el nivel individual y colectivo. Actividades fundamentales como comprender, valorar, interpretar, comunicar o actuar se articulan de acuerdo con repertorios de significación que los sujetos heredan de sus antecesores y, en virtud de sus actividades, les dan vida y vigencia, con las adaptaciones y los cambios que las nuevas situaciones les plantean. Los sistemas de significación son permeables a la historia y los cambios, pero tienden a ser resistentes, porque no dependen enteramente de la voluntad de los sujetos y si de grandes movimientos colectivos o procesos históricos.