Esta reflexión estival se centra en las secuelas que la pandemia podría dejar en la fragmentación partidaria y la radicalización ideológica de los sistemas políticos, particularmente el argentino.

El primer punto por dilucidar es: ¿por qué motivo esperaríamos que impacte en los sistemas políticos? La pandemia es un evento central de la agenda pública que los gobiernos tienen la obligación de resolver. Su carácter generalizado nos invita a buscar efectos también generales, pero es probable que se trate de una ilusión vana. Si, como decíamos, se trata de un asunto de la agenda pública que debe resolverse, entonces adquiere la dimensión de cuestiones tan relevantes como la inflación, el desempleo, la pobreza, y la seguridad. Por lo tanto, la pandemia es, principalmente, un problema para el partido de gobierno. Aquí, nos gustaría retomar brevemente la teoría que exponen Ernesto Calvo y colegas acerca de los sistemas partidarios y el manejo de la economía. Según los autores, cuando la economía tiene un buen desempeño mejora la valoración que los votantes tienen respecto de la capacidad de gestión de todos y cada uno de los partidos consolidados, aunque el crecimiento es mayor para el oficialismo. Lo opuesto ocurre cuando la economía no tiene un buen desempeño: cae fuertemente la valoración del partido oficialista pero también disminuye, en menor proporción, la del resto de los partidos consolidados. Esto genera una mayor fragmentación del sistema partidario, dado que el voto se dispersa entre fuerzas de menor envergadura, y se produce un traslado desde el voto que evalúa la capacidad de gestión hacia uno más ideológico o posicional.

En este marco, se ha discutido acerca de un especial efecto negativo de la pandemia sobre los oficialismos. Sin embargo, las primeras evidencias son renuentes a ajustarse a esa idea. Como bien muestra Facundo Cruz en la gente vota, el 68% de los oficialismos en el mundo triunfaron en elecciones durante la pandemia, aunque en América Latina y el Caribe menos de la mitad resultaron exitosos (11 de 24). En línea con las ideas de Calvo y colegas, si asumimos que el manejo de la economía es tan relevante como la gestión de la pandemia, los efectos de esta última no serían automáticos: solo cuando los votantes perciben que hubo una mala gestión, el oficialismo pierde votos, pero no se los transfiere directamente a la oposición. Si el “efecto pandemia” no implica una inexorable derrota oficialista ¿cómo afecta a los oficialismos y al sistema de partidos en general? Reflexionemos un poco desde Argentina.

En lo que refiere al peronismo –en su versión kirchnerista– consolidó desde 2003 la imagen del partido de gestión, una fuerza que se hizo cargo de un país en crisis y lo sacó adelante. Mientras que el radicalismo, luego de la crisis de 2001, quedó signado como el partido bueno para ser oposición, pero malo para gobernar. Así, el periodo que siguió a 2001 y cerró en 2015 era el de un peronismo que ocupaba el centro de la política con oposiciones fragmentarias e incapaces de consolidar una opción. Eran oposiciones con cierta carencia de capital de gestión. Esta dinámica cambió, en parte por el desgaste y dificultades del kirchnerismo, pero también por la conformación de Cambiemos bajo la conducción de Macri, cuyo capital de gestión provenía de lo que se presentaba como un exitoso mandato en la Ciudad de Buenos Aires. El gobierno de Cambiemos a nivel nacional no fue bueno y dejó el país en peores condiciones de las que lo encontró. Sin embargo, construyó identificación y se posicionó como una fuerza política nacional de recambio. En el 2019, volvió al gobierno una nueva versión del kirchnerismo, el Frente de Todos. Hasta el momento, la fórmula del éxito electoral no sería una fórmula para el éxito en el ejercicio del poder. Alberto Fernández, en el transcurso de la pandemia vio descender su imagen positiva del 67% al 25% (ver este informe de ESPOP-UDESA) y recibió un fuerte revés en las elecciones legislativas intermedias que tuvieron lugar durante la pandemia. Este derrotero podría estar influido por la percepción de mala gestión, presente en la opinión pública tras el estallido de dos escándalos: el Vacunatorio VIP y el Olivos Gate (ver esta nota en Perfil).

¿Qué nos espera en la pospandemia? No podemos predecir el futuro, pero si seguir algunas pistas. Llevamos una serie de gobiernos con magros resultados en términos socioeconómicos y, consecuentemente, observamos fuerzas partidarias consolidadas que dejan de ser vistas como “capaces de gobernar”. En este sentido, las últimas elecciones mostraron un fuerte crecimiento de sectores ideológicamente radicalizados, otrora minoritarios, como el trotskismo y el libertarismo. Debido a que la pandemia se encargó de aminorar las ya disminuidas reputaciones de gestión de las fuerzas consolidadas, para recuperar votantes el Frente de Todos y Cambiemos deberán apelar a la construcción de identidades de tipo más “ideológico” o posicional –es decir, más grieta–. Los votos que no logren capturar por este medio sentarán las bases para que el sistema político continúe astillándose por izquierda y por derecha.

*Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional de Villa María (Argentina) y Doctor en Ciencia Política por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM, Argentina). Es Investigador Adjunto del Instituto de Investigaciones Políticas- UNSAM/ Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET, Argentina). Coordinador del Grupo de Investigación en Partidos y Sistemas de Partidos en América Latina de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (GIPSAL-ALACIP).

En co-autoría con Christian Zonzini 

Licenciado en Ciencia Política y Magíster en Derechos Humanos y Democratización en América Latina y el Caribe por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Es docente e investigador especializado en Estado Abierto, derechos digitales y nuevas tecnologías. Trabaja en la Secretaría de Gobierno y Relaciones Institucionales de la UNSAM como asesor en gestión de proyectos.